Oscilar la lectura entre tres poemarios y un libro de narrativa de dos poetas resulta interesante como lector y curioso como prosista. El alma de la escritura está en la poesía, lo sabemos todos, y justo por ello estos textos nos muestran tal potencial. Poesía y narrativa en potencia, en ocasiones potente. Rueda y Medrano unieron sus voces y, juntas, percibí que el mundo está poblado de imágenes que solo seres de artificio, no artificiales, nos enfrentan al sino de la creación. La lectura, aunque no se quiera creer es creación y por ello todos los que leemos somos creadores, artistas solitarios donde dormita el gen de la instauración de un nuevo orden creativo.
Se me ha dado el privilegio de leer a dos poetas alternativamente: una parte de poemario, un texto después y luego otro poema de una u otra autora. Por supuesto, nunca fusioné ni pretendí unificar las lecturas. Cada autora contiene su universo. Solo quiero decir que me vi obligado como presentador a leer al alimón, como suelo hacerlo en mis lecturas: soy asistemático, disperso y, a mismo tiempo, acucioso, exhaustivo pero siempre evanescente.
Sabemos que el habla es la sustancia del poema pero no es poesía. La narrativa no es sino un subproducto de la poesía y ambas formas, más allá de lo que se ha dado por llamar metaliteratura, conforma el universo de las letras que damos por llamar literatura. Se pregunta Paz ¿Cómo asir la poesía si cada poema se ostenta como algo diferente e irreductible? Imposible descifrar la pregunta misma puesto que nos lleva a un callejón sin salida. Hay en Medrano y Rueda poemas que no necesariamente son poesía y, sin embargo, la poesía se atraviesa, traviesa, en sus poemas.
Pero vayamos por partes, como diría cualquier descuartizador de textos.
En Efecto J4, Emma Rueda nos devela el desgarramiento del alma, la muerte, tan cercana a todos. No puedo dejar de recordar poemas o poemarios como el de Sabines a la muerte de su padre y, más cercanamente, la ausencia del padre difunto del poeta César Rito Salinas. Podría poner más ejemplos pero con estos bastan. La muerte de un ser querido ¿quién no lo ha sentido o padecido? Pero trasladar ese dolor en palabras resulta siempre infructuoso. El obituario de cualquier periódico nos puede dar la pauta.
Ahora bien, encuentro en este poemario de Rueda un lenguaje más cercano a la prosa; advierto, también, que sus construcciones gramaticales resultan a veces oscuras y, en ocasiones, no sustentables. Quiero creer que tal es el efecto que Rueda pretende para sus lectores. La antesala de un hospital es un sufrimiento y la espera de noticias, un infierno. Rueda nos los recuerda con una elocuencia lacónica, intransferible.
En cambio, En el tranvía del verbo, de Isabel Madrano, nos muestra el dolor prosternado y no dejo de pensar en La muerte de Iván Ilich nada más por no dejar de recordar. El poema refiere a alguien al linde de la muerte y su resurrección espiritual, más que física. Un dolor persistente más allá de la fisiología, un dolor del alma; el dolor que todo poeta carga como Sísifo para el bienestar de una Humanidad deshumanizada.
Advierto en el poemario, seccionado y diseccionado, un encuentro presumible con la muerte o su alter ego, la vida como un infierno. Un cadalso que se instala en la ventana de cada hospital.
En Gusarapo de Rueda, su lectura es sorprendente porque no hay hilo conductor. Es una miscelánea de temas y estilo, de formas y soluciones. Hay visos de cuentos y narrativa poética: poemas narrativos. Se encuentra lectura para niños, como en el caso del personaje Coyolli y un cuento perturbador como Los juguetes de Sadó. O bien una parodia de un diario de viajeros para quien quiera ir a Sir Lanka, antes Ceilán. Pero cada texto encierra en sí mismo un mundo donde la desolación es la constante, aún en los más esperanzadores. La vida es un puto infierno.
En Poeta roto, Medrano consusta haikú, aforismo y poesía, toda una aventura poética de la que a veces sale bien librada. Alude a la musicalidad pero no hay música en sus poemas y, no obstante, con sus imágenes los lectores podemos construir una sinfonía. La polifonía de la palabra se convierte en quebranto.
Hubiese querido escribir un texto por autora pero, como dije antes, las leí alternativamente. Hay un rasgo en común en ambas: se refieren a su solar nativo ya Durango, ya Chihuahua. El gran problema que encara todo creador es que sus quereres traicionen su creaciones: es decir, que se conviertan en provicialistas, una forma cursis de enaltecer donde se nació y se desarrolló. Por ello, en cambio, tenemos artistas que, afianzados en sus raíces, han univerzalidado su lugar de origen. Los ejemplos sobran y nada más quiero mencionar Macondo. Otra constante en ambas es que les gusta el chocolate. Yo, la verdad, mezcal. Ojalá que la Casa de la Cultura nos obsequie ambas bebidas. Salud.
jueves, 30 de junio de 2011
miércoles, 29 de junio de 2011
Culturama *
La frustración y la desilusión recorre Oaxaca. El gatopardismo se hace evidente. Todo ha cambiado para quedar exactamente igual. La administración pública es un caos. Los partidos políticos se reparten los cargos de los gobiernos estatal y municipales. A la ausencia de liderazgo y conducción política, los funcionarios hacen lo que pueden, no lo que deben. Dice el refrán: en los principios están los fines. No se augura nada bueno para Oaxaca. La economía mundial está en picada y los efectos del maremoto financiero pronto repercutirá en la entidad. Han pasado más de cien días y no se ve el rumbo que tomará la nueva administración gubernamental. Ni pensar y ni hablar de un cambio. Si en cuestión política y económica las cosas no pintan bien, en materia cultural es una desgracia. Por fortuna, en Oaxaca hay una vida cultural animada por los propios artistas y promotores culturales independientes del gobierno.
Un ejemplo de ineptitud gubernamental se vive en Santa Cruz Xoxocotlán, donde el presidente municipal, José Julio Antonio Aquino por mero capricho simplemente no apoya a la banda de música infantil fundada por la profesora Carmen Luisa Pérez Ramírez. El ayuntamiento, por supuesto, nunca aportó dinero para que la banda se formara y ahora no la apoya para los niños y niñas continúen. En fin, cosas que siempre ocurren en Oaxaca.
Todos en Oaxaca presumimos de tener una enorme cantera de pintores: Tamayo, Toledo, Leyva, Hernández por solo mencionar a algunos. Sin embargo no nos pertenecen. Es decir, sabemos que existen pero están en el limbo, sabemos de ellos por los medios de comunicación, por lo que nos cuentan nuestros conocidos. En el sexenio pasado y los años que faltan de esta administración, la secretaria de cultura en manos del sobrino de su tío y herencia de Ulises Ruiz, un tal Webster, no ha hecho nada por acercarnos a los maestros oaxaqueños de la pintura. Por cierto, tampoco ha hecho nada por acercar a los escritores y poetas al pueblo oaxaqueño. No hay publicaciones populares de gran tiraje que expongan su obra y la crítica de ésta. Ahora que comento esto: ¿Qué se hizo en el sexenio pasado en materia de publicaciones? Pocas y malas…
A la deficiente tarea cultural de la administración ulisista, hoy enquistada en el gobierno del cambio, se suma la pésima tarea de las galerías de arte que solo comercian pero no tienen un programa que permita que los jóvenes y niños oaxaqueños conozcan a los creadores y creadoras de las artes plásticas reconocidas fuera de nuestras fronteras. Las galerías de arte en Oaxaca, que son muchas, solo atienden a clientes y poco les importa el resto de la sociedad. Son auténticos mercenarios de la cultura.
Por supuesto, no todas las galerías tienen como principal componente la venta de obras, las hay también comprometidas con la difusión de los artistas que representan. Un ejemplo claro de esto es la reciente inauguración de la exposición de obra gráfica de los maestros Toledo, Morales y Tamayo en la Galería Manos Mágicas que dirige el también artista Arnulfo Mendoza. Por cierto los invito a que pasen a ese centro cultural ubicado en la segunda calle del andador turístico.
El comercio no está reñido con la cultura ni ésta puede estar supeditada a los vericuetos de la burocracia. La cultura, viva, está en nosotros, en nuestras tradiciones, en todo acto que hacemos. Por fortuna la cultura no depende de instituciones ni, mucho menos, de burócratas.
Uno de los problemas más graves de la capital del Estado pasa inadvertido tanto para autoridades como para ciudadanos. Son pequeñas faltas que, quien las comete, solo mira a otro lado; son faltas pequeñas, que las autoridades ignoran. Pero la suma de esas pequeñas faltas crean un gran y grave problema, que trasciende más allá de lo que imaginamos. Me refiero a la falta de una auténtica cultura vial.
No solo es cuestión de pequeñas infracciones de tránsito que a diario cometemos. Los conductores que no respetan las señales de los semáforos o los que se estacionan en doble fila; de agentes de tránsito interesados más en quitar placas y los transeúntes que cruzan las calles no en las esquinas, sino a mitad de la calle.
Es el camionero que detiene abruptamente el vehículo en lugares prohibidos para subir pasaje y son los mismos pasajeros quienes hacen las paradas en lugares indebidos; es el taxista que no deja pasar para que una persona se baje justo a la puerta de su casa.
También es la señora y el señor que conducen y hablar por celular; de jóvenes que no saben que las luces direccionales no solo es advertir a otros conductores, sino también para que el transeúnte pueda cruzar sin temor a ser arrollado.
Es el agente de tránsito que permite a los conductores estacionarse “unos segundos” en lugares prohibidos; el conductor o conductora que se estaciona en lugares asignados solo para discapacitados. Es el motociclista que arriesga su vida y la de otros manejando imprudentemente. Son los conductores que a la menor provocación tocan el claxon.
También el grupo de vecinos que, sin entablar ninguna petición previa, cierran las vialidades para protestar sin importar el daño que provoca a otras personas, no al gobierno. Son los conductores de autobuses que juegan a “las carreritas” para subir más pasaje; son los guaruras que obstruyen el paso proteger al funcionario público.
Es tan cotidiano este fenómeno que nos parece normal, pero en realidad provoca una molestia generalizada que desemboca en neurosis colectiva. De plano, ya no se puede vivir en Oaxaca. Gracias.
La inmovilidad parece ser el signo de los nuevos tiempos políticos en Oaxaca. En la calle, platicando con la gente, advierto cierta desilusión y frustración. Es posible que una gran mayoría de quienes apoyaron al ahora gobernador en su campaña se crearon demasiadas expectativas. Al menos en materia cultural esto es una realidad. No entiendo por qué a pesar de haber sido ratificado en su cargo en la secretaría de cultura, su titular no ha realizado ninguna actividad trascendente. Se supone que ya estuvo seis años y tiene experiencia, lo que no ocurre con el resto del gabinete gabinista. Aún así, no se ha anunciado nada importante. ¿De qué sirve la experiencia, si se va a seguir la inercia de la nueva administración?
No tengo nada en particular con el nuevo gobierno, siento en todo caso que a la inexperiencia se añade la ineptitud. Se, de antemano, que tienen buenos propósitos, sin embargo éstos no bastan para hacer realidad el sueño de muchos oaxaqueños: paz, progreso, empleo. Pero tampoco seamos exigentes. Démosle más tiempo. Por lo que respecta en mi caso, brindo el beneficio de la duda. Gracias.
*Algunas columnas radiofònicas emitidas por radio Oro de Oaxaca entre enero y junio del presente año
Un ejemplo de ineptitud gubernamental se vive en Santa Cruz Xoxocotlán, donde el presidente municipal, José Julio Antonio Aquino por mero capricho simplemente no apoya a la banda de música infantil fundada por la profesora Carmen Luisa Pérez Ramírez. El ayuntamiento, por supuesto, nunca aportó dinero para que la banda se formara y ahora no la apoya para los niños y niñas continúen. En fin, cosas que siempre ocurren en Oaxaca.
Todos en Oaxaca presumimos de tener una enorme cantera de pintores: Tamayo, Toledo, Leyva, Hernández por solo mencionar a algunos. Sin embargo no nos pertenecen. Es decir, sabemos que existen pero están en el limbo, sabemos de ellos por los medios de comunicación, por lo que nos cuentan nuestros conocidos. En el sexenio pasado y los años que faltan de esta administración, la secretaria de cultura en manos del sobrino de su tío y herencia de Ulises Ruiz, un tal Webster, no ha hecho nada por acercarnos a los maestros oaxaqueños de la pintura. Por cierto, tampoco ha hecho nada por acercar a los escritores y poetas al pueblo oaxaqueño. No hay publicaciones populares de gran tiraje que expongan su obra y la crítica de ésta. Ahora que comento esto: ¿Qué se hizo en el sexenio pasado en materia de publicaciones? Pocas y malas…
A la deficiente tarea cultural de la administración ulisista, hoy enquistada en el gobierno del cambio, se suma la pésima tarea de las galerías de arte que solo comercian pero no tienen un programa que permita que los jóvenes y niños oaxaqueños conozcan a los creadores y creadoras de las artes plásticas reconocidas fuera de nuestras fronteras. Las galerías de arte en Oaxaca, que son muchas, solo atienden a clientes y poco les importa el resto de la sociedad. Son auténticos mercenarios de la cultura.
Por supuesto, no todas las galerías tienen como principal componente la venta de obras, las hay también comprometidas con la difusión de los artistas que representan. Un ejemplo claro de esto es la reciente inauguración de la exposición de obra gráfica de los maestros Toledo, Morales y Tamayo en la Galería Manos Mágicas que dirige el también artista Arnulfo Mendoza. Por cierto los invito a que pasen a ese centro cultural ubicado en la segunda calle del andador turístico.
El comercio no está reñido con la cultura ni ésta puede estar supeditada a los vericuetos de la burocracia. La cultura, viva, está en nosotros, en nuestras tradiciones, en todo acto que hacemos. Por fortuna la cultura no depende de instituciones ni, mucho menos, de burócratas.
Uno de los problemas más graves de la capital del Estado pasa inadvertido tanto para autoridades como para ciudadanos. Son pequeñas faltas que, quien las comete, solo mira a otro lado; son faltas pequeñas, que las autoridades ignoran. Pero la suma de esas pequeñas faltas crean un gran y grave problema, que trasciende más allá de lo que imaginamos. Me refiero a la falta de una auténtica cultura vial.
No solo es cuestión de pequeñas infracciones de tránsito que a diario cometemos. Los conductores que no respetan las señales de los semáforos o los que se estacionan en doble fila; de agentes de tránsito interesados más en quitar placas y los transeúntes que cruzan las calles no en las esquinas, sino a mitad de la calle.
Es el camionero que detiene abruptamente el vehículo en lugares prohibidos para subir pasaje y son los mismos pasajeros quienes hacen las paradas en lugares indebidos; es el taxista que no deja pasar para que una persona se baje justo a la puerta de su casa.
También es la señora y el señor que conducen y hablar por celular; de jóvenes que no saben que las luces direccionales no solo es advertir a otros conductores, sino también para que el transeúnte pueda cruzar sin temor a ser arrollado.
Es el agente de tránsito que permite a los conductores estacionarse “unos segundos” en lugares prohibidos; el conductor o conductora que se estaciona en lugares asignados solo para discapacitados. Es el motociclista que arriesga su vida y la de otros manejando imprudentemente. Son los conductores que a la menor provocación tocan el claxon.
También el grupo de vecinos que, sin entablar ninguna petición previa, cierran las vialidades para protestar sin importar el daño que provoca a otras personas, no al gobierno. Son los conductores de autobuses que juegan a “las carreritas” para subir más pasaje; son los guaruras que obstruyen el paso proteger al funcionario público.
Es tan cotidiano este fenómeno que nos parece normal, pero en realidad provoca una molestia generalizada que desemboca en neurosis colectiva. De plano, ya no se puede vivir en Oaxaca. Gracias.
La inmovilidad parece ser el signo de los nuevos tiempos políticos en Oaxaca. En la calle, platicando con la gente, advierto cierta desilusión y frustración. Es posible que una gran mayoría de quienes apoyaron al ahora gobernador en su campaña se crearon demasiadas expectativas. Al menos en materia cultural esto es una realidad. No entiendo por qué a pesar de haber sido ratificado en su cargo en la secretaría de cultura, su titular no ha realizado ninguna actividad trascendente. Se supone que ya estuvo seis años y tiene experiencia, lo que no ocurre con el resto del gabinete gabinista. Aún así, no se ha anunciado nada importante. ¿De qué sirve la experiencia, si se va a seguir la inercia de la nueva administración?
No tengo nada en particular con el nuevo gobierno, siento en todo caso que a la inexperiencia se añade la ineptitud. Se, de antemano, que tienen buenos propósitos, sin embargo éstos no bastan para hacer realidad el sueño de muchos oaxaqueños: paz, progreso, empleo. Pero tampoco seamos exigentes. Démosle más tiempo. Por lo que respecta en mi caso, brindo el beneficio de la duda. Gracias.
*Algunas columnas radiofònicas emitidas por radio Oro de Oaxaca entre enero y junio del presente año
domingo, 26 de junio de 2011
Chu Rasgado: entre el mito y la leyenda
De Chu Rasgado circulan decenas, acaso más de un centenar de anécdotas, algunas ciertas pero exageradas, otras intensas pero improbables, también apócrifas pero con visos de verisimilitud, la mayoría inverificables y, a un tiempo, que retratan, así sea fragmentariamente, al artista istmeño que a su pesar se consagró. Como dice el autor de este esbozo biográfico, la historia de Chu Rasgado está por escribirse.
La biografía de un bohemio es leyenda; la del artista, mito. Vida y obra de Jesús Rasgado oscilan entre mito y leyenda. Los pocos, breves datos biográficos del artista istmeño refuerzan y incrementan una imagen que lo enaltece y lo reinventa en la imaginería popular. El errante sedentarismo del artista nacido en Ixtaltepec el 17 de enero de 1907 le confirió una aureola epopéyica entre sus paisanos y, principalmente, entre los mixes, donde entregó sus conocimientos musicales formando y consolidando bandas y grupos musicales.
Hijo de una indígena zapoteca, doña Mónica Rasgado y de español, Cayetano Irigoyen, Jesús Rasgado muestra sus dotes musicales desde muy joven. En su sangre, pues, se funden dos culturas. Acaso por el temprano abandono de su padre, Jesús omite su apellido paterno y desde su niñez es conocido como Jesús Rasgado, más propiamente, Jesús Chu Rasgado.
Refiere el profesor Ángel Martínez Matus, autor de la breve biografía contenida en la publicación Canciones de Jesús Chu Rasgado editada por Guchachi´ Reza A. C. en 1984, que debido a disturbios políticos durante la Revolución, su madre y él salieron de Ixtaltepec para instalarse en Santo Domingo Petapa, comunidad que Chu Rasgado adoptó como propia y de la que prefería no salir, excepto para incursionar en la región Mixe y en otros lugares más del Istmo, siempre a insistencia de sus conocidos.
Entró a la escuela a los ocho años y solo terminó el segundo año de instrucción primaria. Salió de la escuela por falta de recursos, pues su padre adoptivo murió y tuvo que ayudar para el mantenimiento de su hogar.
Martínez Matus –quien lo conoció– nos informa que "conforme iba creciendo (…) hacía con ayuda de un utensilio una cajita de madera, flautas de carrizo o de higuerilla y cuernos, sencillos instrumentos que tocaba frecuentemente entonando una canción". Dice, además que Rasgado aprendía una melodía con solo escucharla una vez o dos a lo sumo. En una ocasión "un señor le regaló un cilindro de boca y con él hacía maravillas ejecutando piezas de moda, así como sones regionales".
En Santo Domingo Petapa la gente decía: "Ese niño con el tiempo tendrá que ser un buen músico". El pronóstico, como se sabe, se cumplió.
Mientras los chiquillos de su edad asistían a las tradicionales fiestas para jugar y corretear, el niño Chu observaba atento la ejecución de los músicos. Observando aprendió. Los primeros instrumentos que tocó fueron la tambora y los platillos.
Esto le dio oportunidad de formar parte de la banda de su pueblo adoptivo, donde aprendió a tocar solfeo, y más tarde llegó a ser director de la misma. A los 15 años hizo su primera composición, Naila, que se convirtió en éxito regional. A partir de entonces su fama creció. Directores de bandas de la región acudían a comprar piezas musicales de su inspiración.
Fue por la obstinación de sus amigos que Chu Rasgado emprendió giras por diversos pueblos de la región. Refiere el cronista que el artista ixtaltepecano asistía de incógnito y cuando era reconocido negaba ser él. Fuertes raíces lo impelían a regresaba siempre a Santa Domingo Petapa.
En su peregrinaje artístico conoció la región mixe, en donde durante 15 años formó y dirigió bandas en Totontepec, Juquila, Yalalag, Zacatepec, Izcuintepec, Tutla, Santa Catarina, Mazatlán, Camotlán y Cacalotepec. Chu Rasgado llegó a compenetrarse en el alma y la cultura mixes, acaso más que la de su propia raza, la zapoteca. Eso se demuestra por su permanente interés y defensa de esos pueblos serranos.
A Martínez Matus confió en alguna ocasión: "Profesor, usted que me conoce y sabe de mi trabajo, lo que he hecho en la región mixe, no habrá otro que lo haga". En ese sentido la contribución de Rasgado a la formación de los extraordinarios músicos mixes está por dilucidarse.
Casó con Elodia Sosa Celaya, originaria de Petapa y a su casamiento asistieron bandas de la región istmeña, pero principalmente músicos del Zempoaltepec. En alguna ocasión, cuando retornaba al hogar porque su madre había enfermado, bajo un cielo estrellado, Chu Rasgado compuso La misma noche, otra melodía de mucho éxito en la región y que llegó a obtener el séptimo lugar en un concurso radiofónico, acaso organizado por la W. El primer lugar lo ocupó Palabras de mujer, de Agustín Lara. Publicado en un cancionero, la canción se dio a conocer nacionalmente.
Rasgado no solo compuso boleros, sino también incursionó en otros géneros musicales, tales como polka, tangos, sones, fox-trot, así como una obertura, Tempestad; no obstante es difícil determinar su corpus melódico porque se sabe que consta de arreglos de canciones y música popular para bandas de viento que está dispersa.
De Jesús Chu Rasgado se cuentan cientos de anécdotas, acaso muchas de ellas apócrifas o exageradas, otras inventadas y las más sin manera de comprobar; sus exégetas han creado un personaje detrás de una personalidad cautivante, generosa, sumamente humilde. Por ello no es de extrañar lo que muchos dicen de él: Que gustaba tomar. ¿Cómo entender a un creador sin una buena dosis de bohemia? El artista es receptáculo de la inspiración divina y el alcohol es la vía de comunicación. Todo exceso es sólo una forma de creación, acaso la más pura y sublime, la que lleva al artista del paraíso al infierno. De ahí, entonces, el carácter atormentado de muchas de las letras de sus canciones.
Jesús Chu Rasgado sabía que habría de morir joven, en plena madurez creativa. Una semana antes de su muerte compuso Cruel destino, dedicada a su esposa. La letra anuncia su despedida:
…me duele el alma ausentarme de ti,
pero el destino inhumano me anuncia
temprano que debo partir
El compositor ixtepejano muere en San Guichicovi el 28 de septiembre de 1948 "a consecuencia de una congestión cerebral". Un imponente cortejo fúnebre lo acompaña a su última morada, en el panteón de Petapa. Definitivamente, la biografía de Jesús Chu Rasgado está por escribirse.
La biografía de un bohemio es leyenda; la del artista, mito. Vida y obra de Jesús Rasgado oscilan entre mito y leyenda. Los pocos, breves datos biográficos del artista istmeño refuerzan y incrementan una imagen que lo enaltece y lo reinventa en la imaginería popular. El errante sedentarismo del artista nacido en Ixtaltepec el 17 de enero de 1907 le confirió una aureola epopéyica entre sus paisanos y, principalmente, entre los mixes, donde entregó sus conocimientos musicales formando y consolidando bandas y grupos musicales.
Hijo de una indígena zapoteca, doña Mónica Rasgado y de español, Cayetano Irigoyen, Jesús Rasgado muestra sus dotes musicales desde muy joven. En su sangre, pues, se funden dos culturas. Acaso por el temprano abandono de su padre, Jesús omite su apellido paterno y desde su niñez es conocido como Jesús Rasgado, más propiamente, Jesús Chu Rasgado.
Refiere el profesor Ángel Martínez Matus, autor de la breve biografía contenida en la publicación Canciones de Jesús Chu Rasgado editada por Guchachi´ Reza A. C. en 1984, que debido a disturbios políticos durante la Revolución, su madre y él salieron de Ixtaltepec para instalarse en Santo Domingo Petapa, comunidad que Chu Rasgado adoptó como propia y de la que prefería no salir, excepto para incursionar en la región Mixe y en otros lugares más del Istmo, siempre a insistencia de sus conocidos.
Entró a la escuela a los ocho años y solo terminó el segundo año de instrucción primaria. Salió de la escuela por falta de recursos, pues su padre adoptivo murió y tuvo que ayudar para el mantenimiento de su hogar.
Martínez Matus –quien lo conoció– nos informa que "conforme iba creciendo (…) hacía con ayuda de un utensilio una cajita de madera, flautas de carrizo o de higuerilla y cuernos, sencillos instrumentos que tocaba frecuentemente entonando una canción". Dice, además que Rasgado aprendía una melodía con solo escucharla una vez o dos a lo sumo. En una ocasión "un señor le regaló un cilindro de boca y con él hacía maravillas ejecutando piezas de moda, así como sones regionales".
En Santo Domingo Petapa la gente decía: "Ese niño con el tiempo tendrá que ser un buen músico". El pronóstico, como se sabe, se cumplió.
Mientras los chiquillos de su edad asistían a las tradicionales fiestas para jugar y corretear, el niño Chu observaba atento la ejecución de los músicos. Observando aprendió. Los primeros instrumentos que tocó fueron la tambora y los platillos.
Esto le dio oportunidad de formar parte de la banda de su pueblo adoptivo, donde aprendió a tocar solfeo, y más tarde llegó a ser director de la misma. A los 15 años hizo su primera composición, Naila, que se convirtió en éxito regional. A partir de entonces su fama creció. Directores de bandas de la región acudían a comprar piezas musicales de su inspiración.
Fue por la obstinación de sus amigos que Chu Rasgado emprendió giras por diversos pueblos de la región. Refiere el cronista que el artista ixtaltepecano asistía de incógnito y cuando era reconocido negaba ser él. Fuertes raíces lo impelían a regresaba siempre a Santa Domingo Petapa.
En su peregrinaje artístico conoció la región mixe, en donde durante 15 años formó y dirigió bandas en Totontepec, Juquila, Yalalag, Zacatepec, Izcuintepec, Tutla, Santa Catarina, Mazatlán, Camotlán y Cacalotepec. Chu Rasgado llegó a compenetrarse en el alma y la cultura mixes, acaso más que la de su propia raza, la zapoteca. Eso se demuestra por su permanente interés y defensa de esos pueblos serranos.
A Martínez Matus confió en alguna ocasión: "Profesor, usted que me conoce y sabe de mi trabajo, lo que he hecho en la región mixe, no habrá otro que lo haga". En ese sentido la contribución de Rasgado a la formación de los extraordinarios músicos mixes está por dilucidarse.
Casó con Elodia Sosa Celaya, originaria de Petapa y a su casamiento asistieron bandas de la región istmeña, pero principalmente músicos del Zempoaltepec. En alguna ocasión, cuando retornaba al hogar porque su madre había enfermado, bajo un cielo estrellado, Chu Rasgado compuso La misma noche, otra melodía de mucho éxito en la región y que llegó a obtener el séptimo lugar en un concurso radiofónico, acaso organizado por la W. El primer lugar lo ocupó Palabras de mujer, de Agustín Lara. Publicado en un cancionero, la canción se dio a conocer nacionalmente.
Rasgado no solo compuso boleros, sino también incursionó en otros géneros musicales, tales como polka, tangos, sones, fox-trot, así como una obertura, Tempestad; no obstante es difícil determinar su corpus melódico porque se sabe que consta de arreglos de canciones y música popular para bandas de viento que está dispersa.
De Jesús Chu Rasgado se cuentan cientos de anécdotas, acaso muchas de ellas apócrifas o exageradas, otras inventadas y las más sin manera de comprobar; sus exégetas han creado un personaje detrás de una personalidad cautivante, generosa, sumamente humilde. Por ello no es de extrañar lo que muchos dicen de él: Que gustaba tomar. ¿Cómo entender a un creador sin una buena dosis de bohemia? El artista es receptáculo de la inspiración divina y el alcohol es la vía de comunicación. Todo exceso es sólo una forma de creación, acaso la más pura y sublime, la que lleva al artista del paraíso al infierno. De ahí, entonces, el carácter atormentado de muchas de las letras de sus canciones.
Jesús Chu Rasgado sabía que habría de morir joven, en plena madurez creativa. Una semana antes de su muerte compuso Cruel destino, dedicada a su esposa. La letra anuncia su despedida:
…me duele el alma ausentarme de ti,
pero el destino inhumano me anuncia
temprano que debo partir
El compositor ixtepejano muere en San Guichicovi el 28 de septiembre de 1948 "a consecuencia de una congestión cerebral". Un imponente cortejo fúnebre lo acompaña a su última morada, en el panteón de Petapa. Definitivamente, la biografía de Jesús Chu Rasgado está por escribirse.
sábado, 25 de junio de 2011
Casas olvidadas de ilustres oaxaqueños II/II
La casa del olvido
Acaso esos olvidos pueden ser justificados ¿pero olvidar la casa donde nació hace más 100 años el más importante pintor mexicano? Es probable que los artistas, así como los grandes hombres de la historia les pareciera banal el hecho de ser recordados con monumentos, nombres de calles o cualquier otro tipo de homenaje de este tipo.
Mas no se trata de lo que quieran éstos, sino de una elemental cultura cívica, de un reconocimiento a los logros culturales, científicos, humanísticos de quienes sobresalieron en sus respectivas ramas de conocimiento. Recordarlos como ejemplo, como modelo a las generaciones venideras.
Andrés Portillo, en su monumental obra El Centenario de la Independencia, al hacer una historia de las calles de Oaxaca nos informa acerca de las casas habitadas por los entonces ilustres oaxaqueños de la inmediata generación precedente, además de la ya conocida casa de Salanueva. Una escuela lleva el nombre de este connotado oaxaqueño: ¿Dónde vivió?
Carlos María de Bustamante, historiador, diputado del primer congreso independiente y periodista vivió den la casa número 10 de la segunda calle de San Francisco.
El historiador, Juan Bautista Carriedo, autor de Estudios Históricos y Estadísticos del Estado Oaxaqueño, vivió en la casa número 1 de la calle Miguel Cabrera, otro ilustre pintor indígena del Virreinato cuya casa tampoco tenemos noticias.
Otro insigne historiador, el padre José Antonio Gay vivió en la casa contigua al templo conocido ahora como de los Siete Príncipes, en el número 13 de la calle González Ortega.
En el número 42 de Independencia, vivió Matías Romero, insigne internacionalista y promotor de la doctrina que lleva su nombre, fue ministro de Relaciones Exteriores.
En la casa número 5 de la calle del Sagrario (¿Fiallo?) vivió José Alvarez, “sabio jurisculto que se distinguió por su talento, su carácter fogoso, y más todavía por sus ideas avanzadas cuando tomó participio en las convulsiones políticas que presenció”. Fue también poeta.
Alguna enfermedad provocó “una triste dolencia mental” que lo mantuvo segregado de la sociedad algunos años más.
En esa misma casa habitó hacia 1850 Juan N. Bolaños “médico famoso, político sagaz y hombre de ciencia”. Fue diputado, periodista, director del Hospital y del Instituto del Estado. Fue reconocido internacionalmente como poeta.
En la tercera calle de Benito Juárez, en la casa número 17 se asentó un colegio fundado por el clero secular de Oaxaca que se llamó San Bartolo, convertido en cuartel –por lo que se le conoció primero como calle del Cuartel– y a mediados del siglo XIX ocupado por las tropas de Antonio de León, por lo que se le conoció como “Cuartel del León”.
En ese mismo lugar murió el 14 de junio de 1880, el poeta José Blas Santaella, nacido el 2 de febrero de 1832.
En la casa número 42 de la quinta calle de Progreso, vivió el poeta reconocido en España, José María Cortés.
En la segunda calle de 5 de Mayo, (antes de Vega), en el número 5 habitó José Joaquín Guerrero, “uno de los primeros gobernantes” de la era republicana. En esa misma casa vivió Manuel Dublán, “deudo próximo” de Juárez, quien fue “estadista, jurisculto, director del Instituto de Ciencias, diputado al Congreso de la Unión y Ministro de Hacienda.”
En el número 13 de la misma calle, habitó Fidencio Hernández, jefe de la Guardia Nacional de la Sierra Juárez y amigo de Díaz. En el número ocho, Pedro de Vega, por quien inicialmente pusieron de nombre esa calle, en reconocimiento de su generosidad y beneficencia.
En la casa 5 ½ de la segunda calle de Libertad (después García Vigil) vivió el general Gregorio N. Chávez, gobernador del estado.
En la casa número 4 de la primera de Murguía, vivió el primer gobernador de la época independiente, José María Murguía y Galardi, por lo que lleva su nombre la mencionada calle. Esa misma casa fue habitada por Agustín Canseco, quien fuera gobernador del Estado.
En la casa número 36 de la sexta calle de Independencia vivieron, en épocas diferentes, los gobernadores de Oaxaca, Antonio de León (1840), José María Cobos (1860) y José Pablo Franco (1865).
En el número marcado 12 de la segunda de Guerrero, vivió Marcos Pérez, quien diputado y director del Instituto de Ciencias; en esa misma calle, en el número 8, habitó el insurgente Luis Mier y Terán.
Otras omisiones
No sólo con oaxaqueños se hizo Oaxaca. En nuestra entidad han confluido personajes que de una u otra manera han contribuido en su desarrollo, o bien la conocieron y la habitaron.
Ya el mismo Portillo nos informa que en la casa número 54 de la novena calle de Independencia habitó el “Obispo impartibus”, Francisco García Cantarines, aunque no oriundo de Oaxaca vivió muchos años en la ciudad; fue presidente del Primer Congreso nacional después de consumada la Independencia y director del Instituto del Estado. Esa misma casa fue remodelada por el que fuera gobernador a mediados de la década de los años 30, Constantino Chapital.
Un artista que vivió en Oaxaca fue el escritor inglés D. H. Lawrence. Junto con su esposa Frieda, habitaron la casa número 43 (hoy 600) de la calle Pino Suárez, a una cuadra del templo del Patrocinio. En el hotel Francia se hospedaron aparte del anterior autor, otros dos escritores ingleses: Aldus Huxley y Malcolm Lowry. Por supuesto no hay placa que lo recuerde.
El músico Eduardo Mata llegó muy joven a Oaxaca. La familia Mata arribó a la ciudad en marzo de 1947 y aunque vivieron en una casa de la Colonia Nueva (hoy Reforma), a insistencia de su madre se mudaron a la casa 12, altos, de la calle 5 de Mayo.
Las casas de Juárez
En el centenario del natalicio de Benito Juárez, el gobernador de Oaxaca Emilio Pimentel adquirió la casa número 3 de la primera calle de Sánchez Pascuas, antes calle de la Concha. Esta casa fue propiedad de Antonio Salanueva, protector del imberbe Juárez a su llegada de Guelatao.
El 21 de marzo de 1906 se llevó a cabo la ceremonia. La casa, según Portillo, permanecía prácticamente igual que cuando arribó Júarez.
Las autoridades colocaron una placa con la siguiente leyenda:
“Esta casa dio abrigo al Benemérito de América, Benito Juárez cuando salió de Guelatao para educarse al lado del padre Salanueva. 1818-1826”.
El mismo Portillo nos informa de la casa que habitó Juárez cuando fue gobernador del Estado. Era el número 8 de la primera calle de 5 de Mayo, que fuera ocupada por Pedro de Vega, un conocido benefactor –como lo fue Fernández Fiallo–, y por el cual inicialmente se llamó así dicha calle.
La casa de Morelos
A finales del siglo XIX, el gobernador Martín González invitó a la Junta Patriótica para colocar placas conmemorativas en las casas que habitaron José María y Morelos y Manuel Fernández Fiallo.
El primero habitó una casa de la primera calle de Trujano, aunque Portillo no precisa el número del inmueble. Sería interesante saber exactamente cual fue su domicilio después de la toma de la ciudad de Oaxaca.
La casa de la traición
En la casa que alguna vez vivió la familia Fagoaga se consumó una de las más recordadas traiciones de nuestra historia patria. En el inmueble marcado con el número 37 de la sexta cale de la avenida Independencia pagaron al genovés Francisco Picaluga 20 mil pesos oro por apresar a Vicente Guerrero. Eso ocurrió durante el periodo presidencial de Anastacio Bustamante y se dice que fue este último quien hizo el ofrecimiento a través de interpósita persona.
Esta casa fue primera Colegio de Niñas y perteneció posteriormente a la familia Fagoaga. En el siglo XIX, su entonces propietario Joaquín Vasconcelos la vendió al Obispo Márquez quien a su vez la vendió a su sucesor, en 1888, Eulogio Guillow quien la remodeló. La casa fue el Arzobispado por largo tiempo.
Acaso esos olvidos pueden ser justificados ¿pero olvidar la casa donde nació hace más 100 años el más importante pintor mexicano? Es probable que los artistas, así como los grandes hombres de la historia les pareciera banal el hecho de ser recordados con monumentos, nombres de calles o cualquier otro tipo de homenaje de este tipo.
Mas no se trata de lo que quieran éstos, sino de una elemental cultura cívica, de un reconocimiento a los logros culturales, científicos, humanísticos de quienes sobresalieron en sus respectivas ramas de conocimiento. Recordarlos como ejemplo, como modelo a las generaciones venideras.
Andrés Portillo, en su monumental obra El Centenario de la Independencia, al hacer una historia de las calles de Oaxaca nos informa acerca de las casas habitadas por los entonces ilustres oaxaqueños de la inmediata generación precedente, además de la ya conocida casa de Salanueva. Una escuela lleva el nombre de este connotado oaxaqueño: ¿Dónde vivió?
Carlos María de Bustamante, historiador, diputado del primer congreso independiente y periodista vivió den la casa número 10 de la segunda calle de San Francisco.
El historiador, Juan Bautista Carriedo, autor de Estudios Históricos y Estadísticos del Estado Oaxaqueño, vivió en la casa número 1 de la calle Miguel Cabrera, otro ilustre pintor indígena del Virreinato cuya casa tampoco tenemos noticias.
Otro insigne historiador, el padre José Antonio Gay vivió en la casa contigua al templo conocido ahora como de los Siete Príncipes, en el número 13 de la calle González Ortega.
En el número 42 de Independencia, vivió Matías Romero, insigne internacionalista y promotor de la doctrina que lleva su nombre, fue ministro de Relaciones Exteriores.
En la casa número 5 de la calle del Sagrario (¿Fiallo?) vivió José Alvarez, “sabio jurisculto que se distinguió por su talento, su carácter fogoso, y más todavía por sus ideas avanzadas cuando tomó participio en las convulsiones políticas que presenció”. Fue también poeta.
Alguna enfermedad provocó “una triste dolencia mental” que lo mantuvo segregado de la sociedad algunos años más.
En esa misma casa habitó hacia 1850 Juan N. Bolaños “médico famoso, político sagaz y hombre de ciencia”. Fue diputado, periodista, director del Hospital y del Instituto del Estado. Fue reconocido internacionalmente como poeta.
En la tercera calle de Benito Juárez, en la casa número 17 se asentó un colegio fundado por el clero secular de Oaxaca que se llamó San Bartolo, convertido en cuartel –por lo que se le conoció primero como calle del Cuartel– y a mediados del siglo XIX ocupado por las tropas de Antonio de León, por lo que se le conoció como “Cuartel del León”.
En ese mismo lugar murió el 14 de junio de 1880, el poeta José Blas Santaella, nacido el 2 de febrero de 1832.
En la casa número 42 de la quinta calle de Progreso, vivió el poeta reconocido en España, José María Cortés.
En la segunda calle de 5 de Mayo, (antes de Vega), en el número 5 habitó José Joaquín Guerrero, “uno de los primeros gobernantes” de la era republicana. En esa misma casa vivió Manuel Dublán, “deudo próximo” de Juárez, quien fue “estadista, jurisculto, director del Instituto de Ciencias, diputado al Congreso de la Unión y Ministro de Hacienda.”
En el número 13 de la misma calle, habitó Fidencio Hernández, jefe de la Guardia Nacional de la Sierra Juárez y amigo de Díaz. En el número ocho, Pedro de Vega, por quien inicialmente pusieron de nombre esa calle, en reconocimiento de su generosidad y beneficencia.
En la casa 5 ½ de la segunda calle de Libertad (después García Vigil) vivió el general Gregorio N. Chávez, gobernador del estado.
En la casa número 4 de la primera de Murguía, vivió el primer gobernador de la época independiente, José María Murguía y Galardi, por lo que lleva su nombre la mencionada calle. Esa misma casa fue habitada por Agustín Canseco, quien fuera gobernador del Estado.
En la casa número 36 de la sexta calle de Independencia vivieron, en épocas diferentes, los gobernadores de Oaxaca, Antonio de León (1840), José María Cobos (1860) y José Pablo Franco (1865).
En el número marcado 12 de la segunda de Guerrero, vivió Marcos Pérez, quien diputado y director del Instituto de Ciencias; en esa misma calle, en el número 8, habitó el insurgente Luis Mier y Terán.
Otras omisiones
No sólo con oaxaqueños se hizo Oaxaca. En nuestra entidad han confluido personajes que de una u otra manera han contribuido en su desarrollo, o bien la conocieron y la habitaron.
Ya el mismo Portillo nos informa que en la casa número 54 de la novena calle de Independencia habitó el “Obispo impartibus”, Francisco García Cantarines, aunque no oriundo de Oaxaca vivió muchos años en la ciudad; fue presidente del Primer Congreso nacional después de consumada la Independencia y director del Instituto del Estado. Esa misma casa fue remodelada por el que fuera gobernador a mediados de la década de los años 30, Constantino Chapital.
Un artista que vivió en Oaxaca fue el escritor inglés D. H. Lawrence. Junto con su esposa Frieda, habitaron la casa número 43 (hoy 600) de la calle Pino Suárez, a una cuadra del templo del Patrocinio. En el hotel Francia se hospedaron aparte del anterior autor, otros dos escritores ingleses: Aldus Huxley y Malcolm Lowry. Por supuesto no hay placa que lo recuerde.
El músico Eduardo Mata llegó muy joven a Oaxaca. La familia Mata arribó a la ciudad en marzo de 1947 y aunque vivieron en una casa de la Colonia Nueva (hoy Reforma), a insistencia de su madre se mudaron a la casa 12, altos, de la calle 5 de Mayo.
Las casas de Juárez
En el centenario del natalicio de Benito Juárez, el gobernador de Oaxaca Emilio Pimentel adquirió la casa número 3 de la primera calle de Sánchez Pascuas, antes calle de la Concha. Esta casa fue propiedad de Antonio Salanueva, protector del imberbe Juárez a su llegada de Guelatao.
El 21 de marzo de 1906 se llevó a cabo la ceremonia. La casa, según Portillo, permanecía prácticamente igual que cuando arribó Júarez.
Las autoridades colocaron una placa con la siguiente leyenda:
“Esta casa dio abrigo al Benemérito de América, Benito Juárez cuando salió de Guelatao para educarse al lado del padre Salanueva. 1818-1826”.
El mismo Portillo nos informa de la casa que habitó Juárez cuando fue gobernador del Estado. Era el número 8 de la primera calle de 5 de Mayo, que fuera ocupada por Pedro de Vega, un conocido benefactor –como lo fue Fernández Fiallo–, y por el cual inicialmente se llamó así dicha calle.
La casa de Morelos
A finales del siglo XIX, el gobernador Martín González invitó a la Junta Patriótica para colocar placas conmemorativas en las casas que habitaron José María y Morelos y Manuel Fernández Fiallo.
El primero habitó una casa de la primera calle de Trujano, aunque Portillo no precisa el número del inmueble. Sería interesante saber exactamente cual fue su domicilio después de la toma de la ciudad de Oaxaca.
La casa de la traición
En la casa que alguna vez vivió la familia Fagoaga se consumó una de las más recordadas traiciones de nuestra historia patria. En el inmueble marcado con el número 37 de la sexta cale de la avenida Independencia pagaron al genovés Francisco Picaluga 20 mil pesos oro por apresar a Vicente Guerrero. Eso ocurrió durante el periodo presidencial de Anastacio Bustamante y se dice que fue este último quien hizo el ofrecimiento a través de interpósita persona.
Esta casa fue primera Colegio de Niñas y perteneció posteriormente a la familia Fagoaga. En el siglo XIX, su entonces propietario Joaquín Vasconcelos la vendió al Obispo Márquez quien a su vez la vendió a su sucesor, en 1888, Eulogio Guillow quien la remodeló. La casa fue el Arzobispado por largo tiempo.
viernes, 24 de junio de 2011
Las casas olvidadas de los ilustres oaxaqueños I/II
El destino de las casas que habitaron connotados oaxaqueños no puede ser más triste y lamentable: comercios. Cuando en otros lugares estos lugares son incluso considerados como la memoria viva de su historia particular y son fuente de ingresos para sus ciudades.
A excepción de las casas de Juárez y Díaz, el resto de los oaxaqueños ilustres permanece en el olvido. Un caso prototípico es la casa de Rufino Tamayo, que a más de un decenio del su centenario de su natalicio permanece abandonada.
No hay casa sin historia. Toda casa es cúmulo de historias. No hay mayor ingratitud que el condenar a los habitantes de una ciudad –y a sus visitantes– al olvido de su historia. En potencia, en toda casa se gesta la historia.
No importa su condición: imponentes o sencillas, suntuosas o modestas, las moradas de los héroes, mártires, estadistas, científicos o artistas pasan a formar parte de la historia local, nacional o universal.
Por ello, las autoridades –y en ocasiones los particulares– las convierten en lugares históricos, museos de sitio, galerías… por lo menos colocar una placa para mantener su memoria en las generaciones futuras. Estas casas, estas moradas, son referentes en el imaginario colectivo y, sin exagerar en algunos casos, paso obligado, visita forzosa de turistas, historiadores o admiradores.
Pero ese no es destino de las casas de Oaxaca donde nacieron, vivieron o murieron ilustres oaxaqueños. Hoy, el abandono, la desidia y el olvido, integran esas casas al resto, al conjunto de viviendas de anónimos propietarios.
A excepción de la casa a la que llegó Benito Juárez procedente de su natal Guelatao, ninguna otra casa ha merecido la atención de las autoridades. Y si no ha sido por Francisco Toledo y fundaciones, esta casa seguramente ya habría desaparecido o, por lo menos, olvidada por Instituto Nacional de Antropología e Historia.
En Oaxaca no hay héroes
Un turista pensaría que, excepto Juárez y acaso Porfirio Díaz, Oaxaca no ha sido lugar de nacimiento de hombres notables. Para el caso de artistas, puede decirse casi lo mismo, si consideramos que la casa donde nació Rufino Tamayo es desconocida por propios y extraños. Saben y sabemos de las casas de Toledo y la que habitara Rodolfo Morales en la capital del estado... pero ¿del oaxaqueño más universal, como le han dado por llamar a Tamayo?
¿Pero qué hay de los otros artistas, de los héroes de la Reforma, de la Independencia, de la Revolución? Algunas calles llevan su nombre y si detenemos a cualquier transeúnte nada nos dirá, por ejemplo, de Mier y Terán, Manuel Fernández Fiallo, Arteaga, por solo citar algunos nombres.
De ahí, seguramente, nació la práctica de colocar placas conmemorativas, que después los políticos se apropiaron para instalarlas en las obras por ellos inauguradas, aunque no necesariamente terminadas.
Al menos queda el consuelo de la existencia de calles que llevan nombres de ilustres personajes y la gente por lo menos los conoce como referencia de tránsito vehícular, como domicilio particular, como lugar para la cita con la novia…
Pero ¿Dónde nacieron los hombres que escribieron la historia en Oaxaca.
Placas invisibles
En una ciudad atestada de anuncios comerciales, las placas que tratan de recordar el nacimiento de un ser excepcional en una determinada casa se pierde irremediablemente, más si el destino de esa casa es para una negociación.
Así, en la segunda calle de 20 de Noviembre la placa donde se dice que nació José Vasconcelos pasa desapercibida entre anuncios: la casa del más importante y representativo de los escritores oaxaqueños tiene fines comerciales, no de difusión ni promoción literaria.
¿Qué decir de la casa donde nació y murió el autor del memorable vals Dios nunca muere, Macedonio Alcalá? Así, una casa que bien podría ser un museo o una escuela de música está destinado a la venta de raspados, conocidos ahora por su apócope: raspas.
En la quinta calle de Porfirio Díaz, los parientes del pintor de principio de siglo, Alfredo Canseco Feraud, colocaron una pequeña placa que, como el resto, pasa inadvertida. Modesto homenaje para pintor insuficientemente valorado y cuya obra acaso nunca se conocerá en su totalidad.
En pleno apago del mandato del General Porfirio Díaz, autoridades civiles, municipales y estatales adquirieron la casa donde vivió el que a la postre habría de convertirse en dictador.
En una ceremonia, el 15 de septiembre, en su cumpleaños número 72, las autoridades colocaron una placa conmemorativa en el interior de la casa donde nació:
“En esta pieza nació el Sr. Gral. Porfirio Díaz el 15 de septiembre de 1830”.
La casa se convirtió en escuela, misma que lleva su nombre en la actualidad. El edificio luce deteriorado y quien no conozca este hecho, bien puede confundir la escuela con los cientos de centros escolares con ese mismo nombre.
A excepción de las casas de Juárez y Díaz, el resto de los oaxaqueños ilustres permanece en el olvido. Un caso prototípico es la casa de Rufino Tamayo, que a más de un decenio del su centenario de su natalicio permanece abandonada.
No hay casa sin historia. Toda casa es cúmulo de historias. No hay mayor ingratitud que el condenar a los habitantes de una ciudad –y a sus visitantes– al olvido de su historia. En potencia, en toda casa se gesta la historia.
No importa su condición: imponentes o sencillas, suntuosas o modestas, las moradas de los héroes, mártires, estadistas, científicos o artistas pasan a formar parte de la historia local, nacional o universal.
Por ello, las autoridades –y en ocasiones los particulares– las convierten en lugares históricos, museos de sitio, galerías… por lo menos colocar una placa para mantener su memoria en las generaciones futuras. Estas casas, estas moradas, son referentes en el imaginario colectivo y, sin exagerar en algunos casos, paso obligado, visita forzosa de turistas, historiadores o admiradores.
Pero ese no es destino de las casas de Oaxaca donde nacieron, vivieron o murieron ilustres oaxaqueños. Hoy, el abandono, la desidia y el olvido, integran esas casas al resto, al conjunto de viviendas de anónimos propietarios.
A excepción de la casa a la que llegó Benito Juárez procedente de su natal Guelatao, ninguna otra casa ha merecido la atención de las autoridades. Y si no ha sido por Francisco Toledo y fundaciones, esta casa seguramente ya habría desaparecido o, por lo menos, olvidada por Instituto Nacional de Antropología e Historia.
En Oaxaca no hay héroes
Un turista pensaría que, excepto Juárez y acaso Porfirio Díaz, Oaxaca no ha sido lugar de nacimiento de hombres notables. Para el caso de artistas, puede decirse casi lo mismo, si consideramos que la casa donde nació Rufino Tamayo es desconocida por propios y extraños. Saben y sabemos de las casas de Toledo y la que habitara Rodolfo Morales en la capital del estado... pero ¿del oaxaqueño más universal, como le han dado por llamar a Tamayo?
¿Pero qué hay de los otros artistas, de los héroes de la Reforma, de la Independencia, de la Revolución? Algunas calles llevan su nombre y si detenemos a cualquier transeúnte nada nos dirá, por ejemplo, de Mier y Terán, Manuel Fernández Fiallo, Arteaga, por solo citar algunos nombres.
De ahí, seguramente, nació la práctica de colocar placas conmemorativas, que después los políticos se apropiaron para instalarlas en las obras por ellos inauguradas, aunque no necesariamente terminadas.
Al menos queda el consuelo de la existencia de calles que llevan nombres de ilustres personajes y la gente por lo menos los conoce como referencia de tránsito vehícular, como domicilio particular, como lugar para la cita con la novia…
Pero ¿Dónde nacieron los hombres que escribieron la historia en Oaxaca.
Placas invisibles
En una ciudad atestada de anuncios comerciales, las placas que tratan de recordar el nacimiento de un ser excepcional en una determinada casa se pierde irremediablemente, más si el destino de esa casa es para una negociación.
Así, en la segunda calle de 20 de Noviembre la placa donde se dice que nació José Vasconcelos pasa desapercibida entre anuncios: la casa del más importante y representativo de los escritores oaxaqueños tiene fines comerciales, no de difusión ni promoción literaria.
¿Qué decir de la casa donde nació y murió el autor del memorable vals Dios nunca muere, Macedonio Alcalá? Así, una casa que bien podría ser un museo o una escuela de música está destinado a la venta de raspados, conocidos ahora por su apócope: raspas.
En la quinta calle de Porfirio Díaz, los parientes del pintor de principio de siglo, Alfredo Canseco Feraud, colocaron una pequeña placa que, como el resto, pasa inadvertida. Modesto homenaje para pintor insuficientemente valorado y cuya obra acaso nunca se conocerá en su totalidad.
En pleno apago del mandato del General Porfirio Díaz, autoridades civiles, municipales y estatales adquirieron la casa donde vivió el que a la postre habría de convertirse en dictador.
En una ceremonia, el 15 de septiembre, en su cumpleaños número 72, las autoridades colocaron una placa conmemorativa en el interior de la casa donde nació:
“En esta pieza nació el Sr. Gral. Porfirio Díaz el 15 de septiembre de 1830”.
La casa se convirtió en escuela, misma que lleva su nombre en la actualidad. El edificio luce deteriorado y quien no conozca este hecho, bien puede confundir la escuela con los cientos de centros escolares con ese mismo nombre.
miércoles, 22 de junio de 2011
Menstruariuo V*
En su viaje por los pueblos más allá de Egipto, hacia Poniente, Herodoto nos cuenta las costumbres de cada uno de los pueblos con lo que se topa. De está manera relata que los gindanes, “cuyas mujeres llevan cerca de los tobillos sus ligas de pieles, y las llevan, según corre, porque por cada hombre que las goza, se ciñen en su puesto la señal indicada, y la que más ligas ciñe esa es la más celebrada por haber tenido más amantes”.
Los ausées, en cambio, “sin cohabitar particularmente con sus mujeres, usan no sólo promiscuamente de todas, sino que se juntan con ellas en público, como suelen las bestias. Después que los niños han crecido algo en poder de sus madres, se juntan en un lugar los hombres cada tercer mes, y allí se dice que tal niño es hijo de aquel a quien más se asemeja”.
De los pueblos tracios, los crestoneos tienen por costumbre que cuando un hombre muere, las viudas –que son numerosas– entran en una gran disputa, apoyadas por sus amigas, familiares y allegados. El punto de discusión es determinar quién fue la más querida por el difunto. La que sale victoriosa de esa especie de justa, es vitoreada y aplaudida, y obtiene como premio el extraño privilegio de ser degollada por mano del pariente más cercano sobre el sepulcro de su marido. Es enterrada a su lado. “Y las demás, perdido el pleito, que es para ellas la mayor infamia, quédanse doliendo y lamentando mucho su desventura”.
Los tracios, además, permiten a las doncellas tratar familiarmente con cualquiera y éstos pueden usar licenciosamente de ellas, pese a que éstos “son sumamente celosos con sus esposas”, acota Herodoto a quien dejamos por el momento para retomarlo en posteriores colaboraciones cuando hablemos de hetairas famosas. Así, pasamos a otro autor.
Plutarco en Vidas paralelas nos recuerda una costumbre de su tiempo y aún es costumbre hoy en día. Rómulo y sus seguidores raptaron a algunas de las mujeres de los Sabinos con quieres posteriormente formarían las Curias romanas. El número de las mujeres raptadas varía de autor en autor y van de más de treinta a seiscientas ochenta y tres doncellas. En la vida de Rómulo, Plutarco cuenta:
“Dura también hasta ahora el que la novia no pase por encima del umbral de la casa, sino que la introduzcan en volandas; porque entonces no entraron, sino que las llevaron por fuerza”. La mencionada tradición recuerda el rapto de las mujeres.
Fundada Roma, acrecentada la ciudad, en comicios –los romanos al juntarse le dicen comire– los tribunos –presidentes de las tribus– dieron las siguientes concesiones a las mujeres:
Cederles la acera cuando van por la calle; que nadie pronunciase nada indecente en presencia de la mujer; no dejarse ver desnudo ante ellas; no ser obligadas a litigar ante los jueces de causas capitales; que sus hijos llevaran el adorno que por su forma, que imita las burbujitas, se llama bula, y llevar un pañuelo de púrpura rodeando el cuello.
*Columna publicada en la revista Mujeres.
Los ausées, en cambio, “sin cohabitar particularmente con sus mujeres, usan no sólo promiscuamente de todas, sino que se juntan con ellas en público, como suelen las bestias. Después que los niños han crecido algo en poder de sus madres, se juntan en un lugar los hombres cada tercer mes, y allí se dice que tal niño es hijo de aquel a quien más se asemeja”.
De los pueblos tracios, los crestoneos tienen por costumbre que cuando un hombre muere, las viudas –que son numerosas– entran en una gran disputa, apoyadas por sus amigas, familiares y allegados. El punto de discusión es determinar quién fue la más querida por el difunto. La que sale victoriosa de esa especie de justa, es vitoreada y aplaudida, y obtiene como premio el extraño privilegio de ser degollada por mano del pariente más cercano sobre el sepulcro de su marido. Es enterrada a su lado. “Y las demás, perdido el pleito, que es para ellas la mayor infamia, quédanse doliendo y lamentando mucho su desventura”.
Los tracios, además, permiten a las doncellas tratar familiarmente con cualquiera y éstos pueden usar licenciosamente de ellas, pese a que éstos “son sumamente celosos con sus esposas”, acota Herodoto a quien dejamos por el momento para retomarlo en posteriores colaboraciones cuando hablemos de hetairas famosas. Así, pasamos a otro autor.
Plutarco en Vidas paralelas nos recuerda una costumbre de su tiempo y aún es costumbre hoy en día. Rómulo y sus seguidores raptaron a algunas de las mujeres de los Sabinos con quieres posteriormente formarían las Curias romanas. El número de las mujeres raptadas varía de autor en autor y van de más de treinta a seiscientas ochenta y tres doncellas. En la vida de Rómulo, Plutarco cuenta:
“Dura también hasta ahora el que la novia no pase por encima del umbral de la casa, sino que la introduzcan en volandas; porque entonces no entraron, sino que las llevaron por fuerza”. La mencionada tradición recuerda el rapto de las mujeres.
Fundada Roma, acrecentada la ciudad, en comicios –los romanos al juntarse le dicen comire– los tribunos –presidentes de las tribus– dieron las siguientes concesiones a las mujeres:
Cederles la acera cuando van por la calle; que nadie pronunciase nada indecente en presencia de la mujer; no dejarse ver desnudo ante ellas; no ser obligadas a litigar ante los jueces de causas capitales; que sus hijos llevaran el adorno que por su forma, que imita las burbujitas, se llama bula, y llevar un pañuelo de púrpura rodeando el cuello.
*Columna publicada en la revista Mujeres.
martes, 21 de junio de 2011
Cantinas famosas II/II*
En la anterior entrega se ha hecho un somero recorrido a través de la historia sobre las cantinas como detonantes sociales y como centros de vanguardia artística, al menos a partir de finales del siglo XIX. Es obvio que antes, mucho antes, jugó un papel importante aunque no tan relevante como lo contado hasta ahora.
Los pintores holandeses conformaron cofradías y sus lugares de reunión eran las tabernas. Sin embargo algunos de los más representativos pintores flamencos dudaban en aceptar encargos tan vulgares como el realizado por el holandés Albert Cuyp (1620-1691): el rótulo de una taberna.
Una curiosa historia: Paul Gauguin y Vicent Van Gogh pintaron a madame Ginoux, dueña del Café de la Gare, situado en Arlés, Francia.
Henri de Toulouse-Lautrec sentía obsesión por la vida nocturna. Así se hizo cliente de algunos lupanares, como el Salón de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, el Moulin Rouge, Le chat noir, el Folies Bergère... De hecho, para este aristócrata los bajos fondos constituyeron el tema principal en su obra pictórica: actores, bailarines, parroquianos y prostitutas.
Los políticos también se divierten y para complotar no hay mejor lugar que las tabernas. Mientras Lenin estuvo como refugiado político en Ginebra, visitaba el café Landolt, donde el revolucionario ruso grabó con navaja su nombre en una mesa.
En los albores de socialismo y de las reivindicaciones laborales en las ciudades europeas, en especial en París, se crearon muchas organizaciones secretas.
Los miembros se reunían en las trastiendas de muchos pequeños cafés y en tabernas donde discutían ardorosamente sobre el comunismo. Karl Marx escuchaba las apasionadas discusiones y en ellas a menudo se oía el nombre del comunista Cabet. Fue precisamente en una taberna donde Marx conoció a Etienne Cabet.
“Yo creo -predicaba Cabet a los obreros parisinos que lo rodeaban en las tabernas- que desaparecerían todos los vicios y habría lugar para el amor fraternal, si en la sociedad se implantara la igualdad en lugar de la desigualdad”.
En Estados Unidos Edgar Allan Poe, el padre del cuento moderno y uno de los precursores del género terror, fue encontrado inconsciente en una taberna de mala muerte. El Dr. Snodgrass, amigo del poeta, lo llevó a un hospital donde murió el 7 de octubre de 1849.
A inicio del siglo XX, cuando las fuerzas revolucionarias al mando de Francisco Villa y Emiliano Zapata entraban triunfantes a la ciudad de México, de inmediato las tropas y los mismos comandantes entraban a los establecimientos más prestigiosos, como Sanborn's y La Ópera. En este último lugar, hubo dispararos de mausers. Una bala incrustada en el techo se exhibe como testigo de ese acontecimiento.
Durante el periodo virreinal, la ciudad de México contaban con cientos de pulquerías. Diversos bandos pretendían regular la forma de beber y hubo que prohibir que hombres y mujeres tomaran en un mismo lugar por el elevado número de crímenes que se cometían.
No es sino hasta mediados del siglo pasado cuando las pulquerías poco a poco empezaron ha desaparecer. Una de ellas, Los recuerdos del porvenir daría título a la novela de Elena Garro.
La cantina El Nivel cerró sus puertas en enero del año pasado (2009), después de de 132 años de historias. La calle de Moneda fue sitio de la primera imprenta, de la Universidad Pontificia de México, de la Academia de San Carlos y esquina con Primo de Verdad, estuvo la Universidad Nacional.
El escritor José Alvarado llevaba a sus alumnos de la preparatoria 1, pero también fue frecuentada por los ex presidentes Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas de Gortari, entre muchos otros políticos y artistas.
El poeta español León Felipe vivó en la misma calle donde habían vivido Victoriano Huerta, Julio Torri, Agustín Lazo, los Gorostiza. Frecuentaba la tertulia del Sorrento, en Avenida Juárez, casi enfrente del Hotel Regis, cuenta Javier García Galiano.
Otro poeta español transterrado, Pedro Garfias -quien vivió en México desde 1940 hasta 1967- solía recorrer cantinas, como El Gallo de Oro en la ciudad de México. Pronto hizo residencia en Monterrey. Media vida pasó Pedro Garfias en las tabernas mexicanas. El día de su entierro, una de las coronas que recibió fue mandada por los camareros de La Reforma, la cantina que había sido más que su hogar.
Hay, es verdad, más historias de cantinas famosas y famosos en cantinas, pero en otro momento nos ocuparemos de ello. Baste este breve recorrido para tener una idea del papel que han jugado las tabernas en la historia reciente del mundo occidental.
Los pintores holandeses conformaron cofradías y sus lugares de reunión eran las tabernas. Sin embargo algunos de los más representativos pintores flamencos dudaban en aceptar encargos tan vulgares como el realizado por el holandés Albert Cuyp (1620-1691): el rótulo de una taberna.
Una curiosa historia: Paul Gauguin y Vicent Van Gogh pintaron a madame Ginoux, dueña del Café de la Gare, situado en Arlés, Francia.
Henri de Toulouse-Lautrec sentía obsesión por la vida nocturna. Así se hizo cliente de algunos lupanares, como el Salón de la Rue des Moulins, el Moulin de la Galette, el Moulin Rouge, Le chat noir, el Folies Bergère... De hecho, para este aristócrata los bajos fondos constituyeron el tema principal en su obra pictórica: actores, bailarines, parroquianos y prostitutas.
Los políticos también se divierten y para complotar no hay mejor lugar que las tabernas. Mientras Lenin estuvo como refugiado político en Ginebra, visitaba el café Landolt, donde el revolucionario ruso grabó con navaja su nombre en una mesa.
En los albores de socialismo y de las reivindicaciones laborales en las ciudades europeas, en especial en París, se crearon muchas organizaciones secretas.
Los miembros se reunían en las trastiendas de muchos pequeños cafés y en tabernas donde discutían ardorosamente sobre el comunismo. Karl Marx escuchaba las apasionadas discusiones y en ellas a menudo se oía el nombre del comunista Cabet. Fue precisamente en una taberna donde Marx conoció a Etienne Cabet.
“Yo creo -predicaba Cabet a los obreros parisinos que lo rodeaban en las tabernas- que desaparecerían todos los vicios y habría lugar para el amor fraternal, si en la sociedad se implantara la igualdad en lugar de la desigualdad”.
En Estados Unidos Edgar Allan Poe, el padre del cuento moderno y uno de los precursores del género terror, fue encontrado inconsciente en una taberna de mala muerte. El Dr. Snodgrass, amigo del poeta, lo llevó a un hospital donde murió el 7 de octubre de 1849.
A inicio del siglo XX, cuando las fuerzas revolucionarias al mando de Francisco Villa y Emiliano Zapata entraban triunfantes a la ciudad de México, de inmediato las tropas y los mismos comandantes entraban a los establecimientos más prestigiosos, como Sanborn's y La Ópera. En este último lugar, hubo dispararos de mausers. Una bala incrustada en el techo se exhibe como testigo de ese acontecimiento.
Durante el periodo virreinal, la ciudad de México contaban con cientos de pulquerías. Diversos bandos pretendían regular la forma de beber y hubo que prohibir que hombres y mujeres tomaran en un mismo lugar por el elevado número de crímenes que se cometían.
No es sino hasta mediados del siglo pasado cuando las pulquerías poco a poco empezaron ha desaparecer. Una de ellas, Los recuerdos del porvenir daría título a la novela de Elena Garro.
La cantina El Nivel cerró sus puertas en enero del año pasado (2009), después de de 132 años de historias. La calle de Moneda fue sitio de la primera imprenta, de la Universidad Pontificia de México, de la Academia de San Carlos y esquina con Primo de Verdad, estuvo la Universidad Nacional.
El escritor José Alvarado llevaba a sus alumnos de la preparatoria 1, pero también fue frecuentada por los ex presidentes Antonio López de Santa Anna, Benito Juárez, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Ernesto Zedillo, Carlos Salinas de Gortari, entre muchos otros políticos y artistas.
El poeta español León Felipe vivó en la misma calle donde habían vivido Victoriano Huerta, Julio Torri, Agustín Lazo, los Gorostiza. Frecuentaba la tertulia del Sorrento, en Avenida Juárez, casi enfrente del Hotel Regis, cuenta Javier García Galiano.
Otro poeta español transterrado, Pedro Garfias -quien vivió en México desde 1940 hasta 1967- solía recorrer cantinas, como El Gallo de Oro en la ciudad de México. Pronto hizo residencia en Monterrey. Media vida pasó Pedro Garfias en las tabernas mexicanas. El día de su entierro, una de las coronas que recibió fue mandada por los camareros de La Reforma, la cantina que había sido más que su hogar.
Hay, es verdad, más historias de cantinas famosas y famosos en cantinas, pero en otro momento nos ocuparemos de ello. Baste este breve recorrido para tener una idea del papel que han jugado las tabernas en la historia reciente del mundo occidental.
lunes, 20 de junio de 2011
Cantinas famosas I/II*
Por su misma naturaleza, las tabernas se han convertido a lo largo de la historia en detonantes sociales y en centros de movimientos artísticos de vanguardia. En ellas han concurrido héroes y villanos, artistas y políticos; en ellas se han gestado revoluciones lo mismo que motines y crímenes. Son escenario de novelas, obras de teatro y películas. Son, de alguna manera, la fragua de la historia.
En Madrid, al interior de la Casa Valiñas -que después habría de llamarse Casa Ciriaco- el 31 de mayo de 1906 no sólo se hablaba de la boda del monarca Alfonso XIII, también se tramaba; ahí se perpetró el atentado contra dicho soberano cuando pasaba con su comitiva nupcial a las puertas del establecimiento. En el mismo lugar donde se urdieran esos planes, celebraba su tertulia el pintor Ignacio Zuloaga, a la que acudía el filósofo José Ortega y Gasset entre otros contertulios.
También en España, la Casa Labra ostenta una placa que rememora un hecho histórico: En este lugar, careciendo los trabajadores de libertad para reunirse y asociarse, se fundó clandestinamente el Partido Socialista Obrero Español. 2 de Mayo de 1879. También fue escenario –aunque sin nombrarlo expresamente- de la novela La busca de Pío Baroja, asiduo del establecimiento.
Según Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, cuando se cerraba una taberna en Europa, el motivo no era el embotamiento de los sentidos que provoca el culto al alcohol, amenazando la productividad de las fábricas, sino el hecho de que en ese espacio los obreros complotaran, intercambiando información, ideando estrategias de lucha o, por lo menos, soltaran la lengua a fin de liberar sentimientos reprimidos.
Fundada en 1854, la taberna Carmencita, también en Madrid, ha brindado tragos y bocados lo mismo a escritores que a toreros, pintores, poetas y periodistas: Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Miguel Mihura, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Miguel Hernández entre otros muchos.
Pintores de principio del siglo pasado salieron de los salones y empezaron a exhibir sus trabajos en tabernas: Pablo Picasso en una de sus primeras exposiciones lo hace en la taberna modernista parisiense Els Quatre Gats, para la que realiza un cartel; Zuloaga, colgó su última exposición en las paredes del Antonio Sánchez en Madrid.
En otros bares son emblemáticas ciertas ausencias, sobre todo en el caso de escritores o poetas. En Le Bateau Ivre, de la ciudad de Lille, a pesar de que en la marquesina la imagen del joven Artur Rimbaud, autor del poema que le presta el nombre al bar, atrapa al turista literario, el ajenjo está tan prohibido como en el resto de Francia.
Otras cantinas son míticas, inencontrables: El Farolito de Malcolm Lowry, como lo hemos visto en anteriores entregas.
“Apareció de repente en la sala llena de humo, iluminada por los quinqués. Abrió la puerta, y su silueta se recortó por un momento sobre la noche. Jacques no lo había olvidado nunca. Era tan alto que la cabeza rozaba la chambrana, y tenía el cabello largo e hirsuto, el rostro de tez muy clara y rasgos aniñados, los brazos largos y las manos anchas y el cuerpo embutido en una chaqueta demasiado ceñida, abrochada hasta muy arriba. Llamaba la atención, sobre todo, su aspecto extraviado, sus ojillos malévolos, nublados por la embriaguez. Permaneció inmóvil junto a la puerta, como si vacilara, y luego, mostrando los puños, empezó a proferir insultos y amenazas contra la clientela. Entonces el silencio se adueñó de la sala.”
Así inicia la novela La cuarentena de Jean-Marie Gustave Le Clézio donde describe a Rimbaud entrando en una taberna parisina de la calle Saint Suplice. Unas páginas después escribirá que la antigua Academia de la Absenta, situada en el número 175 de la Rue Saint Jacques, tiene hoy las paredes descarapeladas y el techo ruinoso.
En América, hacia 1942 Ángel Martínez compra la bodega La Complaciente en la calle Empedrado de La Habana Vieja. Con el tiempo habría de convertirse en La Bodeguita de en medio donde acudieron personajes relevantes del arte y la farándula como Gabriela Mistral, Agustín Lara, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Nicolás Guillén. Hoy es visita obligada para quien recorre esa ciudad.
Buenos Aires también ofreció ajenjo, aún en la famosa calle Florida. El poeta franco-suizo Charles de Soussens, que se consideraba a sí mismo la encarnación del poeta Verlaine –otro vate también reconocido absentista–, solía beberlo en compañía de un poeta de Chivilcoy, Carlos Ortiz. Un día, ya comenzada la acción del hada verde, le dijo a su compañero:
–Es éste el licor de los artistas; tiene el color de las pupilas de Minerva.
–Y el de las aguas estancadas –le contestó prosaicamente el otro.
Pero Soussens remató:
–Con la diferencia de que en las aguas estancadas hay gérmenes diversos de enfermedades y aquí hay gérmenes de versos.
*Columna ébrica publicado en el diario Despertar
En Madrid, al interior de la Casa Valiñas -que después habría de llamarse Casa Ciriaco- el 31 de mayo de 1906 no sólo se hablaba de la boda del monarca Alfonso XIII, también se tramaba; ahí se perpetró el atentado contra dicho soberano cuando pasaba con su comitiva nupcial a las puertas del establecimiento. En el mismo lugar donde se urdieran esos planes, celebraba su tertulia el pintor Ignacio Zuloaga, a la que acudía el filósofo José Ortega y Gasset entre otros contertulios.
También en España, la Casa Labra ostenta una placa que rememora un hecho histórico: En este lugar, careciendo los trabajadores de libertad para reunirse y asociarse, se fundó clandestinamente el Partido Socialista Obrero Español. 2 de Mayo de 1879. También fue escenario –aunque sin nombrarlo expresamente- de la novela La busca de Pío Baroja, asiduo del establecimiento.
Según Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, cuando se cerraba una taberna en Europa, el motivo no era el embotamiento de los sentidos que provoca el culto al alcohol, amenazando la productividad de las fábricas, sino el hecho de que en ese espacio los obreros complotaran, intercambiando información, ideando estrategias de lucha o, por lo menos, soltaran la lengua a fin de liberar sentimientos reprimidos.
Fundada en 1854, la taberna Carmencita, también en Madrid, ha brindado tragos y bocados lo mismo a escritores que a toreros, pintores, poetas y periodistas: Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Miguel Mihura, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Miguel Hernández entre otros muchos.
Pintores de principio del siglo pasado salieron de los salones y empezaron a exhibir sus trabajos en tabernas: Pablo Picasso en una de sus primeras exposiciones lo hace en la taberna modernista parisiense Els Quatre Gats, para la que realiza un cartel; Zuloaga, colgó su última exposición en las paredes del Antonio Sánchez en Madrid.
En otros bares son emblemáticas ciertas ausencias, sobre todo en el caso de escritores o poetas. En Le Bateau Ivre, de la ciudad de Lille, a pesar de que en la marquesina la imagen del joven Artur Rimbaud, autor del poema que le presta el nombre al bar, atrapa al turista literario, el ajenjo está tan prohibido como en el resto de Francia.
Otras cantinas son míticas, inencontrables: El Farolito de Malcolm Lowry, como lo hemos visto en anteriores entregas.
“Apareció de repente en la sala llena de humo, iluminada por los quinqués. Abrió la puerta, y su silueta se recortó por un momento sobre la noche. Jacques no lo había olvidado nunca. Era tan alto que la cabeza rozaba la chambrana, y tenía el cabello largo e hirsuto, el rostro de tez muy clara y rasgos aniñados, los brazos largos y las manos anchas y el cuerpo embutido en una chaqueta demasiado ceñida, abrochada hasta muy arriba. Llamaba la atención, sobre todo, su aspecto extraviado, sus ojillos malévolos, nublados por la embriaguez. Permaneció inmóvil junto a la puerta, como si vacilara, y luego, mostrando los puños, empezó a proferir insultos y amenazas contra la clientela. Entonces el silencio se adueñó de la sala.”
Así inicia la novela La cuarentena de Jean-Marie Gustave Le Clézio donde describe a Rimbaud entrando en una taberna parisina de la calle Saint Suplice. Unas páginas después escribirá que la antigua Academia de la Absenta, situada en el número 175 de la Rue Saint Jacques, tiene hoy las paredes descarapeladas y el techo ruinoso.
En América, hacia 1942 Ángel Martínez compra la bodega La Complaciente en la calle Empedrado de La Habana Vieja. Con el tiempo habría de convertirse en La Bodeguita de en medio donde acudieron personajes relevantes del arte y la farándula como Gabriela Mistral, Agustín Lara, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Nicolás Guillén. Hoy es visita obligada para quien recorre esa ciudad.
Buenos Aires también ofreció ajenjo, aún en la famosa calle Florida. El poeta franco-suizo Charles de Soussens, que se consideraba a sí mismo la encarnación del poeta Verlaine –otro vate también reconocido absentista–, solía beberlo en compañía de un poeta de Chivilcoy, Carlos Ortiz. Un día, ya comenzada la acción del hada verde, le dijo a su compañero:
–Es éste el licor de los artistas; tiene el color de las pupilas de Minerva.
–Y el de las aguas estancadas –le contestó prosaicamente el otro.
Pero Soussens remató:
–Con la diferencia de que en las aguas estancadas hay gérmenes diversos de enfermedades y aquí hay gérmenes de versos.
*Columna ébrica publicado en el diario Despertar
domingo, 19 de junio de 2011
De Taberna*
Entornar las puertas batientes devela un mundo. Desde afuera, dos hojas de madera resguardan la cantina a ojos indiscretos; desde dentro, la visión se amplifica a través de las ranuras. Mundos opuestos convergen en el quicio. Un paso firme o vacilante en ambos sentidos es determinante.
¿Pero a dónde se accede? Para los alcohólatras no es más que un templo; para los diletantes acaso un espacio de esparcimiento. Se le llama de muchas maneras: taberna, bar, tugurio, cantina, antro…
Demasiados términos para un lugar donde, por definición, se expenden bebidas embriagantes. Hay también excesivos eufemismos para tales lugares. La lista sería interminable, se sabe.
Cantina proviene de un término italiano, quizás de origen latino y designaba al “sótano donde se guarda el vino”, que más bien parece la definición de una cava más que de lo que conocemos con ese nombre. La segunda acepción del término lo define, según en Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como “establecimiento público donde se sirven bebidas”.
El mismo diccionario da la siguiente definición de taberna “establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas”.
Ricardo Soca comenta en su libro La fascinante historia de las palabras que poco antes de la era cristiana, la taberna era una cabaña construida con tablas. Probablemente esa palabra era de origen etrusco, y más adelante tuvo un significado más amplio: un comercio, una tienda. Antes, Cicerón emplea el término en el sentido de “palco del Coliseo”, y todavía antes, Sexto Propercio, lo designaba como prostíbulo.
Esta palabra la registra a principios del siglo XIII el primer poeta de lengua castellana conocido, Gonzalo de Berceo. Cuatro siglos más tarde, Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote, la menciona una vez en el sentido de mesón, posada o almacén de venta al público:
“…llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva”.
Sin embargo, el significado original de taberna como “choza” o “cabaña” dejó su vestigio en español en el término contubernio, que inicialmente significó “convivencia en una misma choza”. En su primera edición, en 1729, el Diccionario de la Academia define contubernio como “convivencia con otro o con otra persona amistosamente”, pero enseguida precisa que “se toma regularmente por cohabitación ilícita o amancebamiento”. Hoy, se nos recuerda, esta palabra se usa más en política, con el sentido de “alianza indebida o vituperable”, tan común en nuestros días.
Un difunto de taberna, no es otra cosa que un “borracho privado de sentido”. El tabernario no es más que una persona o cosa propia de la taberna o de las personas que la frecuentan y, por extensión, alguien “bajo, grosero, vil”. Pero no hay peor persona que un tabernícola, aquel que vive en dichos lugares. Herriko taberna –que en español se traduce como taberna del pueblo– es el nombre que reciben los bares donde se reúnen los afiliados y simpatizantes de la autodenominada izquierda abertzale (la izquierda independentista vasca).
Y claro, no hay que confundir el tabernáculo (del latín tabernacŭlum), el espacio donde los hebreos tenían colocada el arca del Antiguo Testamento, con otro lugar como los descritos anteriormente,
Otras palabras para designar esos lugares de rompe y rasga, como lo define Armando Jiménez, son tasca que el Diccionario define como “garito o casa de juego de mala fama” y tugurio que originalmente era la choza o casilla de pastores y después devino en un “establecimiento pequeño y mezquino”.
Bar es un término relativamente moderno usado por los norteamericanos en oposición al inglés pub –que es la abreviación de public house– que es un establecimiento donde se sirven bebidas alcohólicas, no alcohólicas y refrigerios.
La palabra bar proviene de la voz inglesa bar, es decir barra y no se está desencaminado si vemos que esa palabra también la ostentan orgullosamente la Barra de Abogados de tal ciudad. El elemento característico de un bar, y también aquél que le da su nombre, es la barra, o mostrador.
Sin embargo el término antro ha tenido, al menos en el español de México, una evolución interesante. La alegoría de la caverna es una de las explicaciones metafóricas con la que Platón, en La República, acomete dichosamente la filosofía. Así, explica su teoría de la existencia de dos mundos: el mundo sensible, conocido a través de los sentidos y el mundo de las ideas, solo alcanzable mediante la razón.
Antes, el antro –del latín antrum– era considerado como un “local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o reputación”, según el Diccionario, sin embargo hoy es una forma para designar a lo que en las décadas del los 70 y 80 del siglo pasado se llamaba a discotecas.
Hoy el término es respetable y ha perdido –aunque no en el Diccionario– el sentido peyorativo de antaño. Quizás con el tiempo la antropología será una ciencia que estudie los antros y los antrólogos sus aficionados.
*Columna ébrica. Publicada en el diario Despertar-
¿Pero a dónde se accede? Para los alcohólatras no es más que un templo; para los diletantes acaso un espacio de esparcimiento. Se le llama de muchas maneras: taberna, bar, tugurio, cantina, antro…
Demasiados términos para un lugar donde, por definición, se expenden bebidas embriagantes. Hay también excesivos eufemismos para tales lugares. La lista sería interminable, se sabe.
Cantina proviene de un término italiano, quizás de origen latino y designaba al “sótano donde se guarda el vino”, que más bien parece la definición de una cava más que de lo que conocemos con ese nombre. La segunda acepción del término lo define, según en Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como “establecimiento público donde se sirven bebidas”.
El mismo diccionario da la siguiente definición de taberna “establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas”.
Ricardo Soca comenta en su libro La fascinante historia de las palabras que poco antes de la era cristiana, la taberna era una cabaña construida con tablas. Probablemente esa palabra era de origen etrusco, y más adelante tuvo un significado más amplio: un comercio, una tienda. Antes, Cicerón emplea el término en el sentido de “palco del Coliseo”, y todavía antes, Sexto Propercio, lo designaba como prostíbulo.
Esta palabra la registra a principios del siglo XIII el primer poeta de lengua castellana conocido, Gonzalo de Berceo. Cuatro siglos más tarde, Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote, la menciona una vez en el sentido de mesón, posada o almacén de venta al público:
“…llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva”.
Sin embargo, el significado original de taberna como “choza” o “cabaña” dejó su vestigio en español en el término contubernio, que inicialmente significó “convivencia en una misma choza”. En su primera edición, en 1729, el Diccionario de la Academia define contubernio como “convivencia con otro o con otra persona amistosamente”, pero enseguida precisa que “se toma regularmente por cohabitación ilícita o amancebamiento”. Hoy, se nos recuerda, esta palabra se usa más en política, con el sentido de “alianza indebida o vituperable”, tan común en nuestros días.
Un difunto de taberna, no es otra cosa que un “borracho privado de sentido”. El tabernario no es más que una persona o cosa propia de la taberna o de las personas que la frecuentan y, por extensión, alguien “bajo, grosero, vil”. Pero no hay peor persona que un tabernícola, aquel que vive en dichos lugares. Herriko taberna –que en español se traduce como taberna del pueblo– es el nombre que reciben los bares donde se reúnen los afiliados y simpatizantes de la autodenominada izquierda abertzale (la izquierda independentista vasca).
Y claro, no hay que confundir el tabernáculo (del latín tabernacŭlum), el espacio donde los hebreos tenían colocada el arca del Antiguo Testamento, con otro lugar como los descritos anteriormente,
Otras palabras para designar esos lugares de rompe y rasga, como lo define Armando Jiménez, son tasca que el Diccionario define como “garito o casa de juego de mala fama” y tugurio que originalmente era la choza o casilla de pastores y después devino en un “establecimiento pequeño y mezquino”.
Bar es un término relativamente moderno usado por los norteamericanos en oposición al inglés pub –que es la abreviación de public house– que es un establecimiento donde se sirven bebidas alcohólicas, no alcohólicas y refrigerios.
La palabra bar proviene de la voz inglesa bar, es decir barra y no se está desencaminado si vemos que esa palabra también la ostentan orgullosamente la Barra de Abogados de tal ciudad. El elemento característico de un bar, y también aquél que le da su nombre, es la barra, o mostrador.
Sin embargo el término antro ha tenido, al menos en el español de México, una evolución interesante. La alegoría de la caverna es una de las explicaciones metafóricas con la que Platón, en La República, acomete dichosamente la filosofía. Así, explica su teoría de la existencia de dos mundos: el mundo sensible, conocido a través de los sentidos y el mundo de las ideas, solo alcanzable mediante la razón.
Antes, el antro –del latín antrum– era considerado como un “local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o reputación”, según el Diccionario, sin embargo hoy es una forma para designar a lo que en las décadas del los 70 y 80 del siglo pasado se llamaba a discotecas.
Hoy el término es respetable y ha perdido –aunque no en el Diccionario– el sentido peyorativo de antaño. Quizás con el tiempo la antropología será una ciencia que estudie los antros y los antrólogos sus aficionados.
*Columna ébrica. Publicada en el diario Despertar-
miércoles, 15 de junio de 2011
El Farolito II/II
¿Existió El Farolito o solo fue una invención literaria del autor de Bajo el volcán? Todo parece indicar que existió realmente pues uno de los propósitos centrales de un viaje emprendido diez años después de la publicación mencionada –que se consigna en Oscuro como la tumba en que yace mi amigo- es encontrar ese “lugar infernal”.
Así lo consigna el biógrafo del escritor inglés, Douglas Day. En el segundo viaje de Malcolm Lowry con su segunda mujer Margerie Bonner, en 1942, no encuentran El Farolito en cambio se enteran de la muerte de su amigo oaxaqueño Juan Fernando Márquez, noticia que lo conmueve hondamente.
En Bajo el volcán, el escritor menciona lugares, personas y artículos tales como la Cervecería XX, El Bosque, atendida por la vieja Gregorio; Hotel Bellavista, El Farolito, una supuesta estatua de Victoriano Huerta; La China Poblana, Baños La Libertad, Harina Princesa Donají, La Despedida, El Edén, El Puerto del Sol, La Sepultura, Tequila Añejo de Jalisco, Casino de la Selva, Todos contentos y yo también, Las Novedades, Salón Ofelia, El Petate, Mezcal Xicoténcatl, Hotel Francia, El infierno, muchos de los cuales existieron ya en Oaxaca, ya en Cuernavaca.
Por ejemplo la cantina Al Bosque, en la séptima calle de Hidalgo número 44 en Oaxaca era propiedad de Cornelio Hernández en tanto en Cuernavaca existía otra cantina con ese mismo nombre, como lo relata Lowry en ya legendaria carta a su editor Jonathan Cape.
En la década de los setenta del siglo pasado, José María Bradomín publica El Oaxaca de hace 50 años, donde describe costumbres y tradiciones locales, entre ellas menciona las pulquerías La Parranda, de Mamá Tola; la de Juan Cabrera, de Las Viches, Las Pitionas; la de Lola La Chata y Chole La Gata.
La tepachería de Tía Nico, la de La Bella Camerina y de Tío Neo. En el Portal de Flores, frente al zócalo, también hay cantinas: El Edén y El Jardín. Ahí asisten parroquianos de “alto copete”.
Otras tascas reconocidas son El Zihuatlán, Oaxaca de Noche, Jugando los Gallos, La Rojeñita, La Alianza, La Copa del Olvido, Iris y La Carmelita. Por supuesto, no se puede pasar por alto la cantina La Farola, en la tercera de 20 de Noviembre, “tasca de prosapia y exquisita botana” que aún se puede visitar y es atendida por Eder Escobar.
No hay, sin embargo, mención de El Farolito en libros y crónicas periodísticas de la época. En el archivo municipal se encuentran nombres interesantes de este tipo de establecimientos que enumeramos sin que la lista sea exhaustiva:
Salón Moctezuma Salón Olimpia La Rambla, La Oriental, Salón Cantina Ritz, Club Verde. La Feria, Casa del Mezcal, El Penque, Carta Blanca, Los Príncipes, El Submarino, Salón Modelo, Club Aldama, Salón Balaju, Salón Cristal, El Maguey Azul, La Favorita, Punto Final, Wuaykiki, Atotonilco, El Faro, Tío Pepe, Gotas de Maguey, La Zoquileña, Mi Despachito, La Coronita, La Alborada, Río Rosa, El Tenampa, La Flecha Roja, La Sorpresa, Agua Azul, El Siboney, Monte Carlo, El Saboy, El Danubio, Bahía, Salón Saturno, La Mera Mata La Cabadonga, El Balcón, El Palmar, La Serranita, La Solteca, Puerto Rico, Rayo del 35, Hawai, El Pabellón, Villa del Mar, La Barca, El Palenque…
Si no fuese por la relación de pago de impuestos municipales, quizás nunca sabríamos hoy dónde y quién era la propietaria de El Farolito.
En una relación de 1949 firmado por el recaudador de rentas municipales, Enrique L. Contreras, enlista 163 causantes; al margen se suman 7 contribuyentes más que no aparece en la suma total; en el renglón de observaciones se hacen anotaciones manuscritas con el nombre de los negocios: Adrián Guzmán Serrano. García Vigil 36. C. Villa de Mar. Carmen Luna López. Las Casas 28 El Farolito (contribuyente número 18 de la lista, con el pago de cuota de 125 pesos).
Otro documento municipal es revelador, pues la misma propietaria de “un tendejón de licores al copeo y abarrotes”, establecido “desde el primero de septiembre de 1933” y con la dirección anterior solicita al ayuntamiento mantener la misma cuota del año anterior. El documento está fechado el 29 de enero de 1948.
Si ahora, después de infructuosas búsquedas literarias y periodísticas, sabemos el desplazamiento de El Farolito… ¿cómo era éste? Dejemos al propio Lowry que lo describa:
¡El Farolito! Era un lugar extraño, en verdad un lugar para las últimas horas de la anoche y las primeras del alba, y que por regla general, como aquella horrible cantina de Oaxaca, no abría sino hasta las cuatro de la madrugada. Pero como hoy era día de los muertos, no cerraría. Al principio le había parecido diminuta, solo después, cuando llegó a conocerla bien, logró descubrir cuán extensa era hacia el fondo, y supo en realidad que se componía de numerosos cuartos diminutos, cada uno más oscuro y pequeño que el anterior, y todos comunicados sucesivamente entre sí, y que el último y más oscuro de todos no era mayor que una celda.
Así lo consigna el biógrafo del escritor inglés, Douglas Day. En el segundo viaje de Malcolm Lowry con su segunda mujer Margerie Bonner, en 1942, no encuentran El Farolito en cambio se enteran de la muerte de su amigo oaxaqueño Juan Fernando Márquez, noticia que lo conmueve hondamente.
En Bajo el volcán, el escritor menciona lugares, personas y artículos tales como la Cervecería XX, El Bosque, atendida por la vieja Gregorio; Hotel Bellavista, El Farolito, una supuesta estatua de Victoriano Huerta; La China Poblana, Baños La Libertad, Harina Princesa Donají, La Despedida, El Edén, El Puerto del Sol, La Sepultura, Tequila Añejo de Jalisco, Casino de la Selva, Todos contentos y yo también, Las Novedades, Salón Ofelia, El Petate, Mezcal Xicoténcatl, Hotel Francia, El infierno, muchos de los cuales existieron ya en Oaxaca, ya en Cuernavaca.
Por ejemplo la cantina Al Bosque, en la séptima calle de Hidalgo número 44 en Oaxaca era propiedad de Cornelio Hernández en tanto en Cuernavaca existía otra cantina con ese mismo nombre, como lo relata Lowry en ya legendaria carta a su editor Jonathan Cape.
En la década de los setenta del siglo pasado, José María Bradomín publica El Oaxaca de hace 50 años, donde describe costumbres y tradiciones locales, entre ellas menciona las pulquerías La Parranda, de Mamá Tola; la de Juan Cabrera, de Las Viches, Las Pitionas; la de Lola La Chata y Chole La Gata.
La tepachería de Tía Nico, la de La Bella Camerina y de Tío Neo. En el Portal de Flores, frente al zócalo, también hay cantinas: El Edén y El Jardín. Ahí asisten parroquianos de “alto copete”.
Otras tascas reconocidas son El Zihuatlán, Oaxaca de Noche, Jugando los Gallos, La Rojeñita, La Alianza, La Copa del Olvido, Iris y La Carmelita. Por supuesto, no se puede pasar por alto la cantina La Farola, en la tercera de 20 de Noviembre, “tasca de prosapia y exquisita botana” que aún se puede visitar y es atendida por Eder Escobar.
No hay, sin embargo, mención de El Farolito en libros y crónicas periodísticas de la época. En el archivo municipal se encuentran nombres interesantes de este tipo de establecimientos que enumeramos sin que la lista sea exhaustiva:
Salón Moctezuma Salón Olimpia La Rambla, La Oriental, Salón Cantina Ritz, Club Verde. La Feria, Casa del Mezcal, El Penque, Carta Blanca, Los Príncipes, El Submarino, Salón Modelo, Club Aldama, Salón Balaju, Salón Cristal, El Maguey Azul, La Favorita, Punto Final, Wuaykiki, Atotonilco, El Faro, Tío Pepe, Gotas de Maguey, La Zoquileña, Mi Despachito, La Coronita, La Alborada, Río Rosa, El Tenampa, La Flecha Roja, La Sorpresa, Agua Azul, El Siboney, Monte Carlo, El Saboy, El Danubio, Bahía, Salón Saturno, La Mera Mata La Cabadonga, El Balcón, El Palmar, La Serranita, La Solteca, Puerto Rico, Rayo del 35, Hawai, El Pabellón, Villa del Mar, La Barca, El Palenque…
Si no fuese por la relación de pago de impuestos municipales, quizás nunca sabríamos hoy dónde y quién era la propietaria de El Farolito.
En una relación de 1949 firmado por el recaudador de rentas municipales, Enrique L. Contreras, enlista 163 causantes; al margen se suman 7 contribuyentes más que no aparece en la suma total; en el renglón de observaciones se hacen anotaciones manuscritas con el nombre de los negocios: Adrián Guzmán Serrano. García Vigil 36. C. Villa de Mar. Carmen Luna López. Las Casas 28 El Farolito (contribuyente número 18 de la lista, con el pago de cuota de 125 pesos).
Otro documento municipal es revelador, pues la misma propietaria de “un tendejón de licores al copeo y abarrotes”, establecido “desde el primero de septiembre de 1933” y con la dirección anterior solicita al ayuntamiento mantener la misma cuota del año anterior. El documento está fechado el 29 de enero de 1948.
Si ahora, después de infructuosas búsquedas literarias y periodísticas, sabemos el desplazamiento de El Farolito… ¿cómo era éste? Dejemos al propio Lowry que lo describa:
¡El Farolito! Era un lugar extraño, en verdad un lugar para las últimas horas de la anoche y las primeras del alba, y que por regla general, como aquella horrible cantina de Oaxaca, no abría sino hasta las cuatro de la madrugada. Pero como hoy era día de los muertos, no cerraría. Al principio le había parecido diminuta, solo después, cuando llegó a conocerla bien, logró descubrir cuán extensa era hacia el fondo, y supo en realidad que se componía de numerosos cuartos diminutos, cada uno más oscuro y pequeño que el anterior, y todos comunicados sucesivamente entre sí, y que el último y más oscuro de todos no era mayor que una celda.
martes, 14 de junio de 2011
El Farolito I/II
El alcohol puede desplazar a
la razón, nunca a la intuición.
La leyenda alcohólica persigue a ciertos autores y ésta se mantiene indeleble generación tras generación. A la par del mito, la obra perdura y, como con los buenos vinos, es más apreciada hasta convertir, obra y escritor, en culto. Lo mismo puede decirse de sus personajes y aún de pueblos o condados imaginarios: Macondo de García Márquez o Yoknapatawpha de Faulkner. De personajes, la lista sería interminable.
De Li Po a Omar Al Khayyam y de Edgar Allan Poe a Malcolm Lowry, la leyenda ébrica de estos autores se incrementa con el tiempo. Son, digamos, los escritores paradigmáticos del alcohol. No los exclusivos ni los únicos.
Lowry (1909-1957) es creador de una sola obra, pero suficiente para ser reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX. Bajo el volcán es un clásico y la consagración literaria del autor inglés. En cierta manera ésta ha opacado su poesía, sin duda alguna sobresaliente.
En la célebre carta que enviara en enero de 1946 desde Cuernavaca al editor inglés Jonathan Cape, Lowry comenta las vicisitudes de su creación y emprende una defensa a su novela, –reescrita cuatro veces en un periodo de nueve años– a la que le sugería cortes.
En esta misiva, el escritor devela sus temores, revela sus personales fantasmas:
A fines de 1941 (...) decidí agarrar por los cuernos esa fantasmagoría inspirada por el mezcal, El volcán, y hacer realmente algo con ella, convirtiéndola en esa época en una empresa espiritual. Le dije a mi esposa que posiblemente me cortaría el cuello si durante ese periodo de ebriedad del mundo alguien tenía la misma idea. (...) ¡Cuántas veces no le habían dicho a este escritor que ése entre todos los temas era imposible de vender, que no había nada más difícil de manejar que la dipsomanía!
Y sus temores se cumplieron. Por esos años apareció El fin de semana perdido de Charles Jackson, obra ahora olvidada. Pero más allá de esto, lo importante es su sinceridad en cuanto a la angustia del proceso de creación.
También su confesión sobre su gusto del alcohol, en especial del mezcal:
Muy bien, yo no estoy hablando del buen vino sino de mezcal, y además del anuncio, una vez en el interior de la cantina, el mezcal para poder beberse necesita sal y limón, y tal vez uno no lo bebería si no estuviera en una botella tan seductora. Si esto le parece demasiado fuera de sitio, permítame preguntarle quién se sentiría con valor para aventurarse en el yermo de La tierra baldía sin un conocimiento previo de su complejidad estilística.
Y prosigue:
La agonía del ebrio encuentra su más exacta analogía poética en la agonía del místico que ha abusado de sus poderes (...) el mezcal de México es una bebida infernal, pero es, no obstante, una bebida que usted puede adquirir en cualquier cantina.
En Bajo el volcán, aparece El Farolito, ahora ya mítica cantina, que algunos creen encontrar en La Farola. En Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, Sigbjørg Wilderness, alter ego de Malcolm Lowry, decide regresar a la cantina El Farolito y reencontrarse con su amigo Juan Fernando Márquez a quien conoció en Oaxaca.
Más que una novela, apuntes de viaje, Oscuro… relata el regreso al Infierno, a Oaxaca. Escribe el autor británico:
“Por decirlo así. Pero el Cónsul no había huido al norte”, pensó Sigbjørg, había huido al Farolito, en Parián, donde había encontrado la muerte. Y ellos, Primrose y él no habían huido al norte, al menos aun no. Habían huido al sur, un larguísimo viaje al sur, y muy pronto “en cuando podamos” huirían más al sur, al Farolito –¿quién sabía? – pues El Farolito no estaba en Parián, sino en la propia ciudad de Oaxaca, la parte de El Farolito que no está en El Bosque de Oaxaca ni en la Universidad de Cuernavaca, donde si lograban ir también allí “lo antes posible” huirían con rumbo al sur. Y en Oaxaca podrían incluso alojarse en el Hotel La Luna, si es que seguía existiendo, donde Sigbjørg solía salir tambaleándose a las cuatro de la madrugada con rumbo a El Farolito.
Según su biógrafo Douglas Day, Malcolm Lowry en su segundo viaje con su segunda mujer Margerie Bonner, en 1942, no encuentran El Farolito en cambio se entera de la muerte de su amigo oaxaqueño, asesinado a la salida de cantina en Tabasco años atrás, tal como le sucede al cónsul Geoffrey Firmin en Bajo el Volcán.
A partir de entonces, escritores, aventureros y exégetas han buscado, sin resultado, la mencionada cantina o encontrar referencias por lo menos, también infructuosamente.
Tratándose de una obra literaria más que un testimonio histórico o antropológico, en Bajo el volcán sin embargo existen diversas pistas y datos que permiten reconstruir cómo era Oaxaca y Cuernavaca –que funde en su novela el inglés– antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Pero hay una cuestión fundamental antes de proseguir el relato la próxima semana: ¿En realidad existió El Farolito o solamente fue una fantasmagoría creativa de Lowry?
la razón, nunca a la intuición.
La leyenda alcohólica persigue a ciertos autores y ésta se mantiene indeleble generación tras generación. A la par del mito, la obra perdura y, como con los buenos vinos, es más apreciada hasta convertir, obra y escritor, en culto. Lo mismo puede decirse de sus personajes y aún de pueblos o condados imaginarios: Macondo de García Márquez o Yoknapatawpha de Faulkner. De personajes, la lista sería interminable.
De Li Po a Omar Al Khayyam y de Edgar Allan Poe a Malcolm Lowry, la leyenda ébrica de estos autores se incrementa con el tiempo. Son, digamos, los escritores paradigmáticos del alcohol. No los exclusivos ni los únicos.
Lowry (1909-1957) es creador de una sola obra, pero suficiente para ser reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX. Bajo el volcán es un clásico y la consagración literaria del autor inglés. En cierta manera ésta ha opacado su poesía, sin duda alguna sobresaliente.
En la célebre carta que enviara en enero de 1946 desde Cuernavaca al editor inglés Jonathan Cape, Lowry comenta las vicisitudes de su creación y emprende una defensa a su novela, –reescrita cuatro veces en un periodo de nueve años– a la que le sugería cortes.
En esta misiva, el escritor devela sus temores, revela sus personales fantasmas:
A fines de 1941 (...) decidí agarrar por los cuernos esa fantasmagoría inspirada por el mezcal, El volcán, y hacer realmente algo con ella, convirtiéndola en esa época en una empresa espiritual. Le dije a mi esposa que posiblemente me cortaría el cuello si durante ese periodo de ebriedad del mundo alguien tenía la misma idea. (...) ¡Cuántas veces no le habían dicho a este escritor que ése entre todos los temas era imposible de vender, que no había nada más difícil de manejar que la dipsomanía!
Y sus temores se cumplieron. Por esos años apareció El fin de semana perdido de Charles Jackson, obra ahora olvidada. Pero más allá de esto, lo importante es su sinceridad en cuanto a la angustia del proceso de creación.
También su confesión sobre su gusto del alcohol, en especial del mezcal:
Muy bien, yo no estoy hablando del buen vino sino de mezcal, y además del anuncio, una vez en el interior de la cantina, el mezcal para poder beberse necesita sal y limón, y tal vez uno no lo bebería si no estuviera en una botella tan seductora. Si esto le parece demasiado fuera de sitio, permítame preguntarle quién se sentiría con valor para aventurarse en el yermo de La tierra baldía sin un conocimiento previo de su complejidad estilística.
Y prosigue:
La agonía del ebrio encuentra su más exacta analogía poética en la agonía del místico que ha abusado de sus poderes (...) el mezcal de México es una bebida infernal, pero es, no obstante, una bebida que usted puede adquirir en cualquier cantina.
En Bajo el volcán, aparece El Farolito, ahora ya mítica cantina, que algunos creen encontrar en La Farola. En Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, Sigbjørg Wilderness, alter ego de Malcolm Lowry, decide regresar a la cantina El Farolito y reencontrarse con su amigo Juan Fernando Márquez a quien conoció en Oaxaca.
Más que una novela, apuntes de viaje, Oscuro… relata el regreso al Infierno, a Oaxaca. Escribe el autor británico:
“Por decirlo así. Pero el Cónsul no había huido al norte”, pensó Sigbjørg, había huido al Farolito, en Parián, donde había encontrado la muerte. Y ellos, Primrose y él no habían huido al norte, al menos aun no. Habían huido al sur, un larguísimo viaje al sur, y muy pronto “en cuando podamos” huirían más al sur, al Farolito –¿quién sabía? – pues El Farolito no estaba en Parián, sino en la propia ciudad de Oaxaca, la parte de El Farolito que no está en El Bosque de Oaxaca ni en la Universidad de Cuernavaca, donde si lograban ir también allí “lo antes posible” huirían con rumbo al sur. Y en Oaxaca podrían incluso alojarse en el Hotel La Luna, si es que seguía existiendo, donde Sigbjørg solía salir tambaleándose a las cuatro de la madrugada con rumbo a El Farolito.
Según su biógrafo Douglas Day, Malcolm Lowry en su segundo viaje con su segunda mujer Margerie Bonner, en 1942, no encuentran El Farolito en cambio se entera de la muerte de su amigo oaxaqueño, asesinado a la salida de cantina en Tabasco años atrás, tal como le sucede al cónsul Geoffrey Firmin en Bajo el Volcán.
A partir de entonces, escritores, aventureros y exégetas han buscado, sin resultado, la mencionada cantina o encontrar referencias por lo menos, también infructuosamente.
Tratándose de una obra literaria más que un testimonio histórico o antropológico, en Bajo el volcán sin embargo existen diversas pistas y datos que permiten reconstruir cómo era Oaxaca y Cuernavaca –que funde en su novela el inglés– antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Pero hay una cuestión fundamental antes de proseguir el relato la próxima semana: ¿En realidad existió El Farolito o solamente fue una fantasmagoría creativa de Lowry?
lunes, 13 de junio de 2011
Servicio postal
Dejó el libro a un lado. Se escuchó un jadeo que más bien parecía un suspiro. Luego bostezó.
–¿Qué lees? –inquirió quien estaba a su lado.
–A un tipo que habla de animales, bichos y alimañas. Se llama Zoografía. No se. El tratamiento es literario, de ningún modo científico. Me recordó un texto de Revueltas que habla sobre el alacrán. Pero me quedé pensando en la cuija…
–Aquí abundan las cuijas. Sabes, ahora que lo mencionas me recuerda una tragedia que le sucedió a mi familia por culpa de las cuijas…
–No me habías contado…
–No. Solo ahora que lo mencionas.
–¿Qué pasó? –preguntó el otro intrigado.
–Sucede que en una ocasión, ya hace cerca de diez años, una cuija cayó en la olla donde se hacía su comida. El caso es que falleció mi hermana, su esposo y mis dos sobrinitos.
–¿Tan venenosa es? –preguntó incrédulo el otro.
–Claro que si –terció otro hombre que se incorporó del camastro sumido en la oscuridad. Algo similar le ocurrió a un primo mío. Él estaba con un par de amigos, platicando. Por alguna razón se levantó y fue cuando cayó la cuija a su café. Por broma o vayan ustedes a saber por qué razón, ambos no dijeron nada. Al otro día cayó sumamente enfermo. Estuvo al borde la muerte. Uno de sus amigos, ya cuando estaba enfermo, contó lo que pasó. Fue un lío de familias en la que estuvo a punto de correr la sangre… uno de los bromistas, si así se le puede llamar, se fue del pueblo con todo y familia, así de grave estuvo el asunto.
–Quién diría que un animal de ese tipo, que se ve frágil e inofensivo pudiera causar tanto mal –comenta el primero, sin dirigirse a ninguno en particular y luego, súbitamente, encaró al tercero que habló.
–Bueno, dejemos a la cuija y cuéntanos de ti. En todo este tiempo no has hablado nada. Es justo que nos cuentes qué pasó contigo y por qué estas aquí.
El aludido resopló. Sabía que tarde o temprano tendría que contar su caso. El destello herrumbroso de los barrotes de la celda parecía de oro a esa hora de la tarde. Inclinó la cabeza, como lo hiciera ante el cura en el confesionario, más por costumbre que por ánimo. Después de todo, tres meses de silencio a cualquiera le pesa.
–Bien, ante todo debo agradecerles a ustedes que nunca me han presionado y les pido disculpas por mi silencio a pesar de que intentaron entablar pláticas conmigo. Pues miren, yo soy de San José del Pacífico, entre Miahuatlán y Pochutla, quizás conozcan…
–Sí, claro –respondieron al unísono sus interlocutores que por fin escuchan la voz de un hombre enjuto, encanecido prematuramente, aunque eso no lo sabían.
–Bien, bien. En una ocasión ya hace como 20 años hubo una epidemia de tifo en el pueblo que mató como a 60 personas. Llegó una brigada médica en la que iba una doctora, joven, linda a no más poder. Nos conocimos y nos enamoramos. Sí, puede que no crean en eso que llama amor a primera vista pero les juro por Dios que así fue. Ella blanca, yo moreno. Claro, si me ven ahora pensarán que estoy mintiendo porque me ven como ahora soy y no como era antes. Tampoco les diré que era un tipo apuesto. No se que me vio ella.
El piso de la celda, caliente y polvoriento, levantaba un sopor que hacía sudar a los tres hombres. Un desacompasado respirar frenético se escuchó cuando el tercer hombre hizo una pausa para tomar aire y continuar su charla.
–Después de los estudios, de ponernos vacunas a todos, de que todo estuviera controlado, la brigada se fue. Ella, la doctora Helena y yo pusimos de acuerdo para vernos aquí en Oaxaca. Antes, tenía que hablar con sus padres y contarle lo nuestro. Así que quedó en enviarme cartas para que me viniera aquí a Oaxaca.
Los ojos del hombre, que alguna vez había sido robusto y de talante alegre, se anegaron. Con el dedo índice de su mano izquierda detuvo el flujo de sus lágrimas. La voz, antes segura, se quebró.
–Pasaron días, semanas, meses sin que me llegara la dichosa carta. Iba al correo a preguntar y la respuesta era la misma. No hay carta para ti, me decía el administrador. Después de un tiempo caí en cuenta que todo había sido una mentira, una locura mía. Tardé muchos años en resignarme a la desilusión y me tiré a la bebida. Nunca me casé y maldecía a la doctora que en mala hora había llegado al pueblo.
–¿Y es por eso que estás aquí? –preguntó intrigado uno de sus interlocutores.
–No, claro que no…
–Déjalo que termine –recriminó el otro.
–Gracias. Bueno, como les decía, yo ya estaba resignado pero también dolido por la mala acción de la doctora. El caso es que hace tres meses y días, me metí a una cantina y me senté en una mesa. Al lado esta un grupo de señores y reconocí al que fuera administrador de correos del pueblo. No me reconoció y lo agradecí. No quería que vieran hasta dónde había acabado. Entonces uno de ellos que le pregunta al jefe de correos porqué llevaba esa camisa tan descolorida y contestó:
–Es una vieja historia pero vale la pena que se las cuente. Hace tiempo, cuando era administrador de correos en un pueblo llegó una doctora hermosísima. Todos los de ahí, o sea la gente de bien, el profesor, el médico, la gente de dinero la pretendió; obvio, también yo. Pero ella tuvo nomás ojos para un indio pata rajada. Luego de que se fue llegó un paquete a nombre de ese pelafustán. El paquete llevaba esta camisa y un pantalón, dinero y una carta donde decía que viniera a Oaxaca para reunirse con ella. ¿Cómo iba a permitir tal cosa? La doctora no merecía un destino con un indio.
El hombre carraspeó.
–Imagínense lo que sentí cuando contaba eso. Sentí que miles de pequeños cuchillos se clavaban en mi corazón. Imagínense mi reacción. Por eso estoy aquí.
Oscurecía. Las cuijas empezaron a silbar. Los hombres se concentraron en esas voces, tratando de descifrar el código con el que se comunicaban.
–¿Qué lees? –inquirió quien estaba a su lado.
–A un tipo que habla de animales, bichos y alimañas. Se llama Zoografía. No se. El tratamiento es literario, de ningún modo científico. Me recordó un texto de Revueltas que habla sobre el alacrán. Pero me quedé pensando en la cuija…
–Aquí abundan las cuijas. Sabes, ahora que lo mencionas me recuerda una tragedia que le sucedió a mi familia por culpa de las cuijas…
–No me habías contado…
–No. Solo ahora que lo mencionas.
–¿Qué pasó? –preguntó el otro intrigado.
–Sucede que en una ocasión, ya hace cerca de diez años, una cuija cayó en la olla donde se hacía su comida. El caso es que falleció mi hermana, su esposo y mis dos sobrinitos.
–¿Tan venenosa es? –preguntó incrédulo el otro.
–Claro que si –terció otro hombre que se incorporó del camastro sumido en la oscuridad. Algo similar le ocurrió a un primo mío. Él estaba con un par de amigos, platicando. Por alguna razón se levantó y fue cuando cayó la cuija a su café. Por broma o vayan ustedes a saber por qué razón, ambos no dijeron nada. Al otro día cayó sumamente enfermo. Estuvo al borde la muerte. Uno de sus amigos, ya cuando estaba enfermo, contó lo que pasó. Fue un lío de familias en la que estuvo a punto de correr la sangre… uno de los bromistas, si así se le puede llamar, se fue del pueblo con todo y familia, así de grave estuvo el asunto.
–Quién diría que un animal de ese tipo, que se ve frágil e inofensivo pudiera causar tanto mal –comenta el primero, sin dirigirse a ninguno en particular y luego, súbitamente, encaró al tercero que habló.
–Bueno, dejemos a la cuija y cuéntanos de ti. En todo este tiempo no has hablado nada. Es justo que nos cuentes qué pasó contigo y por qué estas aquí.
El aludido resopló. Sabía que tarde o temprano tendría que contar su caso. El destello herrumbroso de los barrotes de la celda parecía de oro a esa hora de la tarde. Inclinó la cabeza, como lo hiciera ante el cura en el confesionario, más por costumbre que por ánimo. Después de todo, tres meses de silencio a cualquiera le pesa.
–Bien, ante todo debo agradecerles a ustedes que nunca me han presionado y les pido disculpas por mi silencio a pesar de que intentaron entablar pláticas conmigo. Pues miren, yo soy de San José del Pacífico, entre Miahuatlán y Pochutla, quizás conozcan…
–Sí, claro –respondieron al unísono sus interlocutores que por fin escuchan la voz de un hombre enjuto, encanecido prematuramente, aunque eso no lo sabían.
–Bien, bien. En una ocasión ya hace como 20 años hubo una epidemia de tifo en el pueblo que mató como a 60 personas. Llegó una brigada médica en la que iba una doctora, joven, linda a no más poder. Nos conocimos y nos enamoramos. Sí, puede que no crean en eso que llama amor a primera vista pero les juro por Dios que así fue. Ella blanca, yo moreno. Claro, si me ven ahora pensarán que estoy mintiendo porque me ven como ahora soy y no como era antes. Tampoco les diré que era un tipo apuesto. No se que me vio ella.
El piso de la celda, caliente y polvoriento, levantaba un sopor que hacía sudar a los tres hombres. Un desacompasado respirar frenético se escuchó cuando el tercer hombre hizo una pausa para tomar aire y continuar su charla.
–Después de los estudios, de ponernos vacunas a todos, de que todo estuviera controlado, la brigada se fue. Ella, la doctora Helena y yo pusimos de acuerdo para vernos aquí en Oaxaca. Antes, tenía que hablar con sus padres y contarle lo nuestro. Así que quedó en enviarme cartas para que me viniera aquí a Oaxaca.
Los ojos del hombre, que alguna vez había sido robusto y de talante alegre, se anegaron. Con el dedo índice de su mano izquierda detuvo el flujo de sus lágrimas. La voz, antes segura, se quebró.
–Pasaron días, semanas, meses sin que me llegara la dichosa carta. Iba al correo a preguntar y la respuesta era la misma. No hay carta para ti, me decía el administrador. Después de un tiempo caí en cuenta que todo había sido una mentira, una locura mía. Tardé muchos años en resignarme a la desilusión y me tiré a la bebida. Nunca me casé y maldecía a la doctora que en mala hora había llegado al pueblo.
–¿Y es por eso que estás aquí? –preguntó intrigado uno de sus interlocutores.
–No, claro que no…
–Déjalo que termine –recriminó el otro.
–Gracias. Bueno, como les decía, yo ya estaba resignado pero también dolido por la mala acción de la doctora. El caso es que hace tres meses y días, me metí a una cantina y me senté en una mesa. Al lado esta un grupo de señores y reconocí al que fuera administrador de correos del pueblo. No me reconoció y lo agradecí. No quería que vieran hasta dónde había acabado. Entonces uno de ellos que le pregunta al jefe de correos porqué llevaba esa camisa tan descolorida y contestó:
–Es una vieja historia pero vale la pena que se las cuente. Hace tiempo, cuando era administrador de correos en un pueblo llegó una doctora hermosísima. Todos los de ahí, o sea la gente de bien, el profesor, el médico, la gente de dinero la pretendió; obvio, también yo. Pero ella tuvo nomás ojos para un indio pata rajada. Luego de que se fue llegó un paquete a nombre de ese pelafustán. El paquete llevaba esta camisa y un pantalón, dinero y una carta donde decía que viniera a Oaxaca para reunirse con ella. ¿Cómo iba a permitir tal cosa? La doctora no merecía un destino con un indio.
El hombre carraspeó.
–Imagínense lo que sentí cuando contaba eso. Sentí que miles de pequeños cuchillos se clavaban en mi corazón. Imagínense mi reacción. Por eso estoy aquí.
Oscurecía. Las cuijas empezaron a silbar. Los hombres se concentraron en esas voces, tratando de descifrar el código con el que se comunicaban.
domingo, 12 de junio de 2011
Ébricos
La ebricidad es un estado de gracia, el desdoblamiento del ser; la ebriedad, la pérdida de gracia, el desdoblamiento de la personalidad.
Las definiciones encasillan, sin embargo para trasmitir conocimientos es una herramienta útil. Hasta donde sé, en español no hay un término específico para denominar a una borrachera lúcida, aunque tales conceptos, en apariencia, son contradictorios.
Ello viene a colación por el término ébrico que usé la semana pasada en esta misma columna con tal apellido, Recibí un par de correos conminándome a definir el vocablo. De hecho, la primera vez que lo acuñé fue en Mezcalaria, cultura del mezcal. En ese libro, publicado en el año 2000, designé al consumo ritual y podría decirse hasta sacro del mezcal en las comunidades oaxaqueñas, una ingesta que es una auténtica cultura ébrica en el sentido de que más allá de lo evasivo y festivo y está arraigada en una forma de convivencia social en comunión con los dioses tutelares que, al paso del tiempo, se sincretizó con el Cristianismo.
Por razones que no venían al caso en ese entonces, no amplíe el término ni el concepto. Creo que ahora es importante hacerlo pues aparte de que la columna contiene esa voz, esa misma usaré en lo futuro.
Entiendo por ébrico la embriaguez lúcida y creativa; un estado de éxtasis. Los griegos decían que el vino era un néktar –bebida de los dioses– y los indios el soma; el pulque fue para los antiguos pobladores de Mesoamérica la bebida de los dioses y prácticamente en todas las culturas antiguas, el concepto es similar: por la bebida se podía entablar una comunicación sin mediación con los dioses. Se sobrentiende que ésta era una borrachera sagrada, ritual.
Los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, que irradiaron su arte desde París, principalmente, como Vicent Van Gogh, Charles Baudelaire, Eduoart Manet, Pablo Picasso, Edgar Degas, Ernest Hemingway, Oscar Wilde, por sólo mencionar a algunos, consumían absenta o ajenjo como vehículo para realizar su quehacer artístico porque inducía al estro poético, aun cuando su obra fuese plástica.
Según la leyenda, en 1888 Van Gogh, loco de absenta, se cortó el lóbulo de la oreja y lo envió a una prostituta. L'Absinthe era un tema recurrente entre artistas bohemios franceses, considerado como patológico por los críticos británicos, pero Picasso, Degas y Manet, entre otros, elevaron la absenta a mito y desarrollaron muchas de sus mejores obras pictóricas. Eran poetas y pintores ébricos.
Como decía líneas arriba, en español no hay una palabra que defina ese estado de gracia al que aludo; un estado de contemplación donde fluyen las ideas y donde el mundo se ve desde múltiples perspectivas sin llegar a la alucinación, como podría suceder con algunas plantas sagradas o psicotrópicas en términos médicos.
Hay, claro, vocablos como borracho, beodo, ebrioso, ebrio, borrachín, pedo, briago y tantos términos como usted guste enlistar pero ninguno con la acepción que, por definición, resulta contradictoria, pero finalmente real: ébrico.
Hay, desde luego un estado en la ebriedad donde la persona, se dice coloquialmente, “está entablado”, significando con ello que por más que se beba persiste la ecuanimidad. No hay, sin embargo, un estado de sublimidad y se puede llegar a la catatonia o por lo menos al torpor.
Hay, en las primeras copas, un estado donde el bebedor adquiere una personalidad achispada y alegre, festiva y bulliciosa., pero lentamente, en la medida en que se bebe, el efecto se pierde al igual que las facultades psicomotrices.
Y de pronto, en el momento inesperado, con la persona impensable, en el lugar insospechado se entra al estado de ebricidad. Como un rayo fulminante la ebriedad se difumina sin que desaparezca; los sentidos se aguzan, la percepción sensorial se expande, la realidad adquiere matices distintos sin perder materialidad y el espíritu se eleva, mirando en todas direcciones; las ideas, fluentes, se reconcentran y adquieren un toque de genialidad que solo los verdaderos artistas aprehenden y lo ejercen ya en el lienzo, ya en la hoja en blanco, ya en el papel pautado, ya…
Y aún sin ser artista, la sola contemplación puede rayar en una experiencia mística o trascendente.
Pero no se crea que tal experiencia es permanente, solo dura unos instantes. Es un arrobamiento momentáneo. Y aquí, es válido lo escrito por Francisco de Quevedo: “Lo fugaz permanece y dura”.
Por ello, esa persistencia, esa necesidad de entrar de nuevo a ese estadio de ebricidad. Se le busca, se le desea pero, ay, qué pocas esperanzas hay de alcanzarlo de nuevo. Intentémoslo. Siempre. Salud.
Las definiciones encasillan, sin embargo para trasmitir conocimientos es una herramienta útil. Hasta donde sé, en español no hay un término específico para denominar a una borrachera lúcida, aunque tales conceptos, en apariencia, son contradictorios.
Ello viene a colación por el término ébrico que usé la semana pasada en esta misma columna con tal apellido, Recibí un par de correos conminándome a definir el vocablo. De hecho, la primera vez que lo acuñé fue en Mezcalaria, cultura del mezcal. En ese libro, publicado en el año 2000, designé al consumo ritual y podría decirse hasta sacro del mezcal en las comunidades oaxaqueñas, una ingesta que es una auténtica cultura ébrica en el sentido de que más allá de lo evasivo y festivo y está arraigada en una forma de convivencia social en comunión con los dioses tutelares que, al paso del tiempo, se sincretizó con el Cristianismo.
Por razones que no venían al caso en ese entonces, no amplíe el término ni el concepto. Creo que ahora es importante hacerlo pues aparte de que la columna contiene esa voz, esa misma usaré en lo futuro.
Entiendo por ébrico la embriaguez lúcida y creativa; un estado de éxtasis. Los griegos decían que el vino era un néktar –bebida de los dioses– y los indios el soma; el pulque fue para los antiguos pobladores de Mesoamérica la bebida de los dioses y prácticamente en todas las culturas antiguas, el concepto es similar: por la bebida se podía entablar una comunicación sin mediación con los dioses. Se sobrentiende que ésta era una borrachera sagrada, ritual.
Los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, que irradiaron su arte desde París, principalmente, como Vicent Van Gogh, Charles Baudelaire, Eduoart Manet, Pablo Picasso, Edgar Degas, Ernest Hemingway, Oscar Wilde, por sólo mencionar a algunos, consumían absenta o ajenjo como vehículo para realizar su quehacer artístico porque inducía al estro poético, aun cuando su obra fuese plástica.
Según la leyenda, en 1888 Van Gogh, loco de absenta, se cortó el lóbulo de la oreja y lo envió a una prostituta. L'Absinthe era un tema recurrente entre artistas bohemios franceses, considerado como patológico por los críticos británicos, pero Picasso, Degas y Manet, entre otros, elevaron la absenta a mito y desarrollaron muchas de sus mejores obras pictóricas. Eran poetas y pintores ébricos.
Como decía líneas arriba, en español no hay una palabra que defina ese estado de gracia al que aludo; un estado de contemplación donde fluyen las ideas y donde el mundo se ve desde múltiples perspectivas sin llegar a la alucinación, como podría suceder con algunas plantas sagradas o psicotrópicas en términos médicos.
Hay, claro, vocablos como borracho, beodo, ebrioso, ebrio, borrachín, pedo, briago y tantos términos como usted guste enlistar pero ninguno con la acepción que, por definición, resulta contradictoria, pero finalmente real: ébrico.
Hay, desde luego un estado en la ebriedad donde la persona, se dice coloquialmente, “está entablado”, significando con ello que por más que se beba persiste la ecuanimidad. No hay, sin embargo, un estado de sublimidad y se puede llegar a la catatonia o por lo menos al torpor.
Hay, en las primeras copas, un estado donde el bebedor adquiere una personalidad achispada y alegre, festiva y bulliciosa., pero lentamente, en la medida en que se bebe, el efecto se pierde al igual que las facultades psicomotrices.
Y de pronto, en el momento inesperado, con la persona impensable, en el lugar insospechado se entra al estado de ebricidad. Como un rayo fulminante la ebriedad se difumina sin que desaparezca; los sentidos se aguzan, la percepción sensorial se expande, la realidad adquiere matices distintos sin perder materialidad y el espíritu se eleva, mirando en todas direcciones; las ideas, fluentes, se reconcentran y adquieren un toque de genialidad que solo los verdaderos artistas aprehenden y lo ejercen ya en el lienzo, ya en la hoja en blanco, ya en el papel pautado, ya…
Y aún sin ser artista, la sola contemplación puede rayar en una experiencia mística o trascendente.
Pero no se crea que tal experiencia es permanente, solo dura unos instantes. Es un arrobamiento momentáneo. Y aquí, es válido lo escrito por Francisco de Quevedo: “Lo fugaz permanece y dura”.
Por ello, esa persistencia, esa necesidad de entrar de nuevo a ese estadio de ebricidad. Se le busca, se le desea pero, ay, qué pocas esperanzas hay de alcanzarlo de nuevo. Intentémoslo. Siempre. Salud.
sábado, 11 de junio de 2011
De colores*
Cuatro colores imposibles
Cierta planta en la India que se da comer a las vacas produce una orina intensamente amarilla que fue usada como base colorante en diversos productos pictóricos; un insecto parasitario de las nopaleras fue utilizado como tinte púrpura desde época prehispánicas hasta la invención de las anilinas; un molusco del océano Pacífico, al ser excitado, expele una tinta púrpura; los saqueadores de tumbas no se conformaron con robar tesoros, usaron los cuerpos momificados para crear un tinte gris que más tarde fue conocido como momia y del cual abjuraron los pintores occidentales al conocer el origen de ese color.
Colores alquímicos
Los colores que aparecen en las distintas fases de la Obra Alquímica son emblemáticos de las diversas sustancias y regímenes en los que aparecen o intervienen.
Negro: Es el color de Saturno, emblema del Plomo de los Filósofos, dragón negro. Es el color del Caos o materia primera. Es también el color de la muerte, del Cuervo y de la Putrefacción, emblema del Azufre alquímico.
Blanco: Es el color de la Pureza, del Mercurio sublimado, indica la Luz. Los Caldeos con la voz "hur-heurim" señalaban lo blanco, lo puro, lo noble. El blanco es el color de la Piedra Blanca, que transmuta los metales en purísima Plata. Es el color del Régimen Lunar.
Rojo: Es el color del fuego, de la exaltación por el fuego sófico, de la piedra Roja que transmuta todo metal en oro. Por otra parte, es el símbolo de la volatilidad, el predominio del espíritu sobre la materia, es el jeroglífico del fuego sófico obtenido del espíritu primaveral que inunda los campos por las mañanas. Es el color del Régimen Solar
Azul: Es el color de Venus, es el color de la tierra en las ocasiones en que sustituye al negro, es el símbolo del cobre, emblemático del azufre alquímico.
Verde: Es el color del agua, y también de la segunda la Gran Obra. Aparece en el régimen de Venus.
Citrino: Color del Régimen de Marte.
Gris: Color emblemático de San Cristóbal, portador del Oro, y característico del Régimen de Júpiter, tercero de la Gran Obra.
Colores apocalípticos
En el Apocalipsis, los colores tienen un valor que ha sido de muchas manera interpretado así, el blanco simboliza la pureza y la victoria:
“Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos, como llama de fuego”.
“Alrededor del trono había veinticuatro tronos, y en los tronos ví sentados a veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas”.
“Los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, lo seguían en caballos blancos”.
El color negro simboliza la desgracia, la miseria:
“Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: «¡Ven!»
Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano.
El rojo emblemiza la violencia:
Salió otro caballo, de color rojizo. Al que lo montaba le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y hacer que se mataran unos a otros. Y se le dio una espada muy grande.
Así vi en visión los caballos y sus jinetes, que tenían corazas de fuego, zafiro y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de sus bocas salía fuego, humo y azufre.
Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas.
El verde amarillo o citrino representa la muerte:
Miré, y vi un caballo amarillo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.
El púrpura –símbolo de nobleza e imperial para los latinos- es para los cristianos sinónimo de desenfreno:
La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, adornada de oro, piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Los jinetes del Apocalipsis:
Caballo rojo, representa la sangre y la guerra.
Caballo negro, representa el hambre.
Caballo verde o amarillento, representa la muerte, o para otros la enfermedad.
Caballo blanco, representa para algunos la muerte, por el hecho de que vence siempre, pero para otros, por el color, por el hecho de que porta una corona16 y por el hecho de que los cristianos no creen que la muerte sea invencible, representaría más bien a Cristo (o a un jinete en su representación), haciendo referencia también a Ap 19:11-21, donde vuelve a aparecer el caballo blanco, con Cristo montándolo.
*Apuntes para un ensayo
Cierta planta en la India que se da comer a las vacas produce una orina intensamente amarilla que fue usada como base colorante en diversos productos pictóricos; un insecto parasitario de las nopaleras fue utilizado como tinte púrpura desde época prehispánicas hasta la invención de las anilinas; un molusco del océano Pacífico, al ser excitado, expele una tinta púrpura; los saqueadores de tumbas no se conformaron con robar tesoros, usaron los cuerpos momificados para crear un tinte gris que más tarde fue conocido como momia y del cual abjuraron los pintores occidentales al conocer el origen de ese color.
Colores alquímicos
Los colores que aparecen en las distintas fases de la Obra Alquímica son emblemáticos de las diversas sustancias y regímenes en los que aparecen o intervienen.
Negro: Es el color de Saturno, emblema del Plomo de los Filósofos, dragón negro. Es el color del Caos o materia primera. Es también el color de la muerte, del Cuervo y de la Putrefacción, emblema del Azufre alquímico.
Blanco: Es el color de la Pureza, del Mercurio sublimado, indica la Luz. Los Caldeos con la voz "hur-heurim" señalaban lo blanco, lo puro, lo noble. El blanco es el color de la Piedra Blanca, que transmuta los metales en purísima Plata. Es el color del Régimen Lunar.
Rojo: Es el color del fuego, de la exaltación por el fuego sófico, de la piedra Roja que transmuta todo metal en oro. Por otra parte, es el símbolo de la volatilidad, el predominio del espíritu sobre la materia, es el jeroglífico del fuego sófico obtenido del espíritu primaveral que inunda los campos por las mañanas. Es el color del Régimen Solar
Azul: Es el color de Venus, es el color de la tierra en las ocasiones en que sustituye al negro, es el símbolo del cobre, emblemático del azufre alquímico.
Verde: Es el color del agua, y también de la segunda la Gran Obra. Aparece en el régimen de Venus.
Citrino: Color del Régimen de Marte.
Gris: Color emblemático de San Cristóbal, portador del Oro, y característico del Régimen de Júpiter, tercero de la Gran Obra.
Colores apocalípticos
En el Apocalipsis, los colores tienen un valor que ha sido de muchas manera interpretado así, el blanco simboliza la pureza y la victoria:
“Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos, como llama de fuego”.
“Alrededor del trono había veinticuatro tronos, y en los tronos ví sentados a veinticuatro ancianos vestidos de ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas”.
“Los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, lo seguían en caballos blancos”.
El color negro simboliza la desgracia, la miseria:
“Cuando abrió el tercer sello, oí al tercer ser viviente, que decía: «¡Ven!»
Miré, y vi un caballo negro. El que lo montaba tenía una balanza en la mano.
El rojo emblemiza la violencia:
Salió otro caballo, de color rojizo. Al que lo montaba le fue dado poder para quitar la paz de la tierra y hacer que se mataran unos a otros. Y se le dio una espada muy grande.
Así vi en visión los caballos y sus jinetes, que tenían corazas de fuego, zafiro y azufre. Las cabezas de los caballos eran como cabezas de leones, y de sus bocas salía fuego, humo y azufre.
Otra señal también apareció en el cielo: un gran dragón escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos, y en sus cabezas tenía siete diademas.
El verde amarillo o citrino representa la muerte:
Miré, y vi un caballo amarillo. El que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades lo seguía: y les fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad y con las fieras de la tierra.
El púrpura –símbolo de nobleza e imperial para los latinos- es para los cristianos sinónimo de desenfreno:
La mujer estaba vestida de púrpura y escarlata, adornada de oro, piedras preciosas y perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación.
Los jinetes del Apocalipsis:
Caballo rojo, representa la sangre y la guerra.
Caballo negro, representa el hambre.
Caballo verde o amarillento, representa la muerte, o para otros la enfermedad.
Caballo blanco, representa para algunos la muerte, por el hecho de que vence siempre, pero para otros, por el color, por el hecho de que porta una corona16 y por el hecho de que los cristianos no creen que la muerte sea invencible, representaría más bien a Cristo (o a un jinete en su representación), haciendo referencia también a Ap 19:11-21, donde vuelve a aparecer el caballo blanco, con Cristo montándolo.
*Apuntes para un ensayo
viernes, 10 de junio de 2011
La buganbilia
Todas las mañanas la niña descorría las cortinas de la ventana para ver el jardín. No sin asombro y tristeza veía como la bugambilia decrecía en color. Contra el muro de concreto la planta parecía una foto desvaída en acelerado envejecimiento. El magenta de las flores menguaba más rápidamente que el verdor de las hojas. La gris pared entristecía aún más el jardín.
En un principio la niña no sabía a qué se debía este hecho inexplicable. Por las tardes veía nostálgica a través de la ventana que daba al patio para tratar de escrutar el origen de tan extraña devastación. También se sentaba frente a la ventana tratando de ver cómo sucedía este fenómeno que en un principio no advirtió.
Sentada frente a la ventana, todas las tardes la niña imaginaba qué suerte correría la bugambilia al día siguiente. Mañana a mañana, la planta iba desflorándose, deshojándose.
De la arborescente bugambilia, la copa lucía ramas secas, intrincadas. Fúnebre aspecto aún a la luz de la límpida mañana.
Una noche, la niña decidió contárselo a su padre quien recién regresaba de un largo viaje de negocios. Su madre decía que esperara al jardinero, quien era el encargado de solucionar todo lo referente a las plantas, el pasto y cosas así. Pero el jardinero no había ido. De hecho, el jardinero no iría más porque un autobús lo había atropellado una semana antes. Pero ni la niña ni su madre lo sabían aún y es posible que nunca lo sabrían. “Se van del trabajo sin decir nada”, solía decir su madre cuando algún miembro de la servidumbre dejaba de ir, ya sea por malos tratos recibidos o porque el trabajo era mucho y la paga poca. O ambas cosas.
Esa noche, la niña recibió preciosos juguetes de quién sabe que extraño país. Entre abrazos, besos y promesas, la niña le contó su pesar.
Cuando el padre supo la tristeza que acongojaba a su hija dijo:
–Son las hormigas arrieras, hija, no te preocupes. Mañana no tendrás que preocuparte más de la bugambilia.
Feliz, la niña durmió soñando con una bugambilia que crecía tan alto como su casa y tan ancha como un campo de fútbol.
Por la mañana, lo primero que hizo la niña fue correr a la ventana.
Todavía pudo ver a su padre, hacha en mano, que arrastraba hacia la puerta la bugambilia que dejaba tras de sí una estela magenta.
En un principio la niña no sabía a qué se debía este hecho inexplicable. Por las tardes veía nostálgica a través de la ventana que daba al patio para tratar de escrutar el origen de tan extraña devastación. También se sentaba frente a la ventana tratando de ver cómo sucedía este fenómeno que en un principio no advirtió.
Sentada frente a la ventana, todas las tardes la niña imaginaba qué suerte correría la bugambilia al día siguiente. Mañana a mañana, la planta iba desflorándose, deshojándose.
De la arborescente bugambilia, la copa lucía ramas secas, intrincadas. Fúnebre aspecto aún a la luz de la límpida mañana.
Una noche, la niña decidió contárselo a su padre quien recién regresaba de un largo viaje de negocios. Su madre decía que esperara al jardinero, quien era el encargado de solucionar todo lo referente a las plantas, el pasto y cosas así. Pero el jardinero no había ido. De hecho, el jardinero no iría más porque un autobús lo había atropellado una semana antes. Pero ni la niña ni su madre lo sabían aún y es posible que nunca lo sabrían. “Se van del trabajo sin decir nada”, solía decir su madre cuando algún miembro de la servidumbre dejaba de ir, ya sea por malos tratos recibidos o porque el trabajo era mucho y la paga poca. O ambas cosas.
Esa noche, la niña recibió preciosos juguetes de quién sabe que extraño país. Entre abrazos, besos y promesas, la niña le contó su pesar.
Cuando el padre supo la tristeza que acongojaba a su hija dijo:
–Son las hormigas arrieras, hija, no te preocupes. Mañana no tendrás que preocuparte más de la bugambilia.
Feliz, la niña durmió soñando con una bugambilia que crecía tan alto como su casa y tan ancha como un campo de fútbol.
Por la mañana, lo primero que hizo la niña fue correr a la ventana.
Todavía pudo ver a su padre, hacha en mano, que arrastraba hacia la puerta la bugambilia que dejaba tras de sí una estela magenta.
jueves, 9 de junio de 2011
Menstruario IV
En los primero tiempos de la ciudad de Roma, cuando existía democracia, Rómulo y los tribunos adoptaron diversas costumbres y concesiones a las mujeres como se ha referido en la anterior entrega. Los pueblos coaligados y fusionados que conformaron y dieron nacimiento a Roma fundieron fiestas propias y crearon nuevas como por ejemplo las llamadas fiestas Matronales, “concedidas a las mujeres en memoria de haber hecho cesar la guerra” y las Carmentales.
De esta última, apunta Plutarco en su Vidas Paralelas, que algunos creían que Carmenta era la quien presidía el nacimiento de los hombres y por eso las madres la tenían en veneración; otros, en cambio, decían que era una profetisa y pitonisa que daba sus oráculos en verso, y de ahí que se llamara Carmenta, porque a los versos se les decía Carmina o cármenes.
A Numa se le atribuye la consagración de vírgenes sagradas para preservar el fuego eterno de Roma; se les llamó Vestales. La idea, nos cuenta nuestro autor, es “de confiar la esencia pura e incorruptible del fuego a unos cuerpos limpios e incontaminados” y asimismo de “poner a un lado de la virginidad un ser infructífero e improductivo”, lo que contrastaba con la costumbre de los griegos quienes tenían a mujeres casadas para ese cuidado. Para ambos casos, fueron féminas las encargadas de tal tarea.
El término de continencia de las vírgenes era de treinta años, durante ese lapso, la primera década estaba dedicada al aprendizaje e iniciación; la segunda, a la ejecución de lo aprendido y la última, a la enseñanza de las nuevas.
Las prerrogativas de las vírgenes vestales eran, entre otras: testar viviendo cuando aún vivía el padre y hacer sin necesidad de tutores sus negocios, como las madres de tres hijos; llevar lictores cuando salían a la calle; y si acaso en su trayecto se atravesaba con un reo llevado a suplicio, a éste se le perdonaba la vida; en cambio quien se subía a la litera junto a ella, perdía la vida.
Pero las vírgenes vestales también eran castigadas. Por un yerro, es golpeada de acuerdo a la gravedad del mismo por el Pontífice máximo. Era desnudada en un lugar oscuro para ser golpeada. Pero si perdía la virginidad era enterrada viva, junto a la puerta llamada Colina.
En ese lugar, un promontorio que los romanos llamaban túmulo, se construía subterráneamente una casa muy reducida. “tiénese dispuesta en ella una cama con ropa, una lámpara encendida, y muy ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir con el hambre un cuerpo consagrado a grandes misterios.
“Ponen a la que va a ser castigada en una litera, y asegurándola por fuera y comprimiéndola con cordeles para que no pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados y en silencio, y la acompañan si proferir una palabra con indecible tristeza; de manera que no hay espectáculo más terrible que aquel”.
Una vez que llegan a la Colina, la que será su tumba, el principal de los sacerdotes desata a la infractora, “pronuncia ciertas preces arcanas”, y la conduce escaleras abajo; ésta es retirada, se cierra una compuerta y proceden a cubrir de tierra la entrada.
De esta última, apunta Plutarco en su Vidas Paralelas, que algunos creían que Carmenta era la quien presidía el nacimiento de los hombres y por eso las madres la tenían en veneración; otros, en cambio, decían que era una profetisa y pitonisa que daba sus oráculos en verso, y de ahí que se llamara Carmenta, porque a los versos se les decía Carmina o cármenes.
A Numa se le atribuye la consagración de vírgenes sagradas para preservar el fuego eterno de Roma; se les llamó Vestales. La idea, nos cuenta nuestro autor, es “de confiar la esencia pura e incorruptible del fuego a unos cuerpos limpios e incontaminados” y asimismo de “poner a un lado de la virginidad un ser infructífero e improductivo”, lo que contrastaba con la costumbre de los griegos quienes tenían a mujeres casadas para ese cuidado. Para ambos casos, fueron féminas las encargadas de tal tarea.
El término de continencia de las vírgenes era de treinta años, durante ese lapso, la primera década estaba dedicada al aprendizaje e iniciación; la segunda, a la ejecución de lo aprendido y la última, a la enseñanza de las nuevas.
Las prerrogativas de las vírgenes vestales eran, entre otras: testar viviendo cuando aún vivía el padre y hacer sin necesidad de tutores sus negocios, como las madres de tres hijos; llevar lictores cuando salían a la calle; y si acaso en su trayecto se atravesaba con un reo llevado a suplicio, a éste se le perdonaba la vida; en cambio quien se subía a la litera junto a ella, perdía la vida.
Pero las vírgenes vestales también eran castigadas. Por un yerro, es golpeada de acuerdo a la gravedad del mismo por el Pontífice máximo. Era desnudada en un lugar oscuro para ser golpeada. Pero si perdía la virginidad era enterrada viva, junto a la puerta llamada Colina.
En ese lugar, un promontorio que los romanos llamaban túmulo, se construía subterráneamente una casa muy reducida. “tiénese dispuesta en ella una cama con ropa, una lámpara encendida, y muy ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir con el hambre un cuerpo consagrado a grandes misterios.
“Ponen a la que va a ser castigada en una litera, y asegurándola por fuera y comprimiéndola con cordeles para que no pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados y en silencio, y la acompañan si proferir una palabra con indecible tristeza; de manera que no hay espectáculo más terrible que aquel”.
Una vez que llegan a la Colina, la que será su tumba, el principal de los sacerdotes desata a la infractora, “pronuncia ciertas preces arcanas”, y la conduce escaleras abajo; ésta es retirada, se cierra una compuerta y proceden a cubrir de tierra la entrada.
miércoles, 8 de junio de 2011
Ideal*
No, por supuesto no conozco una cantina con ese nombre, ni tengo registro de alguna con esta denominación. Creo que la mayoría de los parroquianos tenemos un sueño: nuestra propia cantina. No en el sentido de propiedad, sino en un lugar ideal donde departir con nuestras amistades.
Ocurre con frecuencia que creemos haber encontrado ese lugar pero a la vuelta del tiempo ese espacio ha perdido lo que buscábamos en un principio. Una cuenta exorbitante, el cambio de meseros o meseras, una mala atención, parroquianos impertinentes…algo que de pronto convierte en esa cantina en otra común y corriente. Y nuevamente la búsqueda que resulta, a final de cuentas, infructuosa.
Quizás la vida de los parroquianos es justamente esa búsqueda perpetua, de ahí que tengamos conformarnos con lo más cercano a nuestros deseos y también de ahí se explica que los parroquianos frecuenten diversas cantinas para conformar, con fragmentos de unas y otras, ese espacio ideal.
No hay cantina perfecta, lo sabemos pero algunas aportan algo más de lo que se busca por ello se convierten en la favorita. A falta de nuestro sueño, lo que esté a mano. En esa búsqueda muchas veces se queda en el camino nuestro sueño. Así nos convertimos en habituè de alguna en particular.
Otras veces idealizamos alguna cantina creada por un escritor. Pongo, como ejemplo, El Farolito que narrara el autor inglés Malcolm Lowry en su obra Bajo el volcán. Ya en otra columna nos hemos ocupado de ese tema en particular, donde se ha trascrito su magistral descripción.
Desde su publicación decenas de escritores y lectores buscaron afanosamente ese lugar mítico. No exagero que durante décadas muchas personas llegaron a Oaxaca para conocer El Farolito. El propio Lowry, diez años después de su primera visita a Oaxaca la buscó infructusamente como lo relata en su inacabada novela Oscuro como la tumba en que yace mi amigo.
Idealizar un lugar no es lo mismo que encontrar el espacio ideal. Es solo un sucedáneo, un defecto de la mente que sustituye algo por otra que si bien se le parece no es lo mismo. También yo he idealizado El Farolito y lo consigno en mi primera novela:
Después de algunas cuadras, llegan a una casona con un zaguán de madera carcomida y una aldaba con forma de león que Carlos azota contra una lámina metálica con adornos complicados. Un joven abre la puerta y al ver a Carlos abre de par en par la puerta dejando ver un pequeño corredor a cuyos lados hay sendas bancas de madera desocupadas. Luego un patio con una fuente al centro. Entran y pisan las baldosas de cantera verde. Al traspasar el corredor abovedado ven el patio con corredores y jardineras. En algunas mesas algunos hombres beben mezcales. A la izquierda hay una puerta abierta donde penetran.
David extiende la mano derecha hacia atrás, señalando de esta manera la contrabarra, donde las botellas se colocan como en una biblioteca, pero a diferencia de ésta, las botellas se ordenan por sabores que no necesariamente corresponde a una gama cromática. En la parte izquierda los sabores frutales; a la derecha, los sabores hierbales. En cada una de las divisiones, el despachador ordena los mezcales curados por orden alfabético. Para los frutales empieza con almendra, cereza.... hasta zapote; por el lado de las plantas, inicia con hierba buena.... hasta xoconoxtle. Al centro, de diferente origen: ajo, cuachalalá… Las tonalidades predominantes son verde y amarilla, aunque hay morada, roja, anaranjada... hasta negro.
Dentro de los frascos con frutas, está metida la fruta correspondiente o bien su cáscara. De cualquier manera, cada botella tiene su rótulo.
–A ver tu, Narciso, atiéndeme a los clientes ahora regreso –le dice a su ayudante mientras entran por una puerta a la trastienda. Los goznes de la puerta de dos hojas rechinan desprendiendo polvo de la techumbre que, con el haz de luz que se cuela en la abertura del umbral, cae meciéndose y refulgiendo. El anfitrión avanza por la estancia hasta el fondo donde, una a una, remueve las tablas que cubren un ventanal, dejando al descubierto la totalidad del espacio. Sobre una mesa rústica de madera, se distribuyen varias botellas de diferentes tamaños y formas.
Una vez fuera del local, Malcolm pregunta cómo se llama el lugar pues al entrar y al salir no vio ningún letrero indicativo.
–¿Ves ese farol que está en la puerta?
–Claro –dice después de volver el rostro y ver el artefacto sujeto con hierro forjado y empotrado a la pared.
–Pues así le llamamos nosotros: El Farolito –remata Carlos Ortiz quien de nueva cuenta mira la hora en su reloj.
*De Columna ébrica
Ocurre con frecuencia que creemos haber encontrado ese lugar pero a la vuelta del tiempo ese espacio ha perdido lo que buscábamos en un principio. Una cuenta exorbitante, el cambio de meseros o meseras, una mala atención, parroquianos impertinentes…algo que de pronto convierte en esa cantina en otra común y corriente. Y nuevamente la búsqueda que resulta, a final de cuentas, infructuosa.
Quizás la vida de los parroquianos es justamente esa búsqueda perpetua, de ahí que tengamos conformarnos con lo más cercano a nuestros deseos y también de ahí se explica que los parroquianos frecuenten diversas cantinas para conformar, con fragmentos de unas y otras, ese espacio ideal.
No hay cantina perfecta, lo sabemos pero algunas aportan algo más de lo que se busca por ello se convierten en la favorita. A falta de nuestro sueño, lo que esté a mano. En esa búsqueda muchas veces se queda en el camino nuestro sueño. Así nos convertimos en habituè de alguna en particular.
Otras veces idealizamos alguna cantina creada por un escritor. Pongo, como ejemplo, El Farolito que narrara el autor inglés Malcolm Lowry en su obra Bajo el volcán. Ya en otra columna nos hemos ocupado de ese tema en particular, donde se ha trascrito su magistral descripción.
Desde su publicación decenas de escritores y lectores buscaron afanosamente ese lugar mítico. No exagero que durante décadas muchas personas llegaron a Oaxaca para conocer El Farolito. El propio Lowry, diez años después de su primera visita a Oaxaca la buscó infructusamente como lo relata en su inacabada novela Oscuro como la tumba en que yace mi amigo.
Idealizar un lugar no es lo mismo que encontrar el espacio ideal. Es solo un sucedáneo, un defecto de la mente que sustituye algo por otra que si bien se le parece no es lo mismo. También yo he idealizado El Farolito y lo consigno en mi primera novela:
Después de algunas cuadras, llegan a una casona con un zaguán de madera carcomida y una aldaba con forma de león que Carlos azota contra una lámina metálica con adornos complicados. Un joven abre la puerta y al ver a Carlos abre de par en par la puerta dejando ver un pequeño corredor a cuyos lados hay sendas bancas de madera desocupadas. Luego un patio con una fuente al centro. Entran y pisan las baldosas de cantera verde. Al traspasar el corredor abovedado ven el patio con corredores y jardineras. En algunas mesas algunos hombres beben mezcales. A la izquierda hay una puerta abierta donde penetran.
David extiende la mano derecha hacia atrás, señalando de esta manera la contrabarra, donde las botellas se colocan como en una biblioteca, pero a diferencia de ésta, las botellas se ordenan por sabores que no necesariamente corresponde a una gama cromática. En la parte izquierda los sabores frutales; a la derecha, los sabores hierbales. En cada una de las divisiones, el despachador ordena los mezcales curados por orden alfabético. Para los frutales empieza con almendra, cereza.... hasta zapote; por el lado de las plantas, inicia con hierba buena.... hasta xoconoxtle. Al centro, de diferente origen: ajo, cuachalalá… Las tonalidades predominantes son verde y amarilla, aunque hay morada, roja, anaranjada... hasta negro.
Dentro de los frascos con frutas, está metida la fruta correspondiente o bien su cáscara. De cualquier manera, cada botella tiene su rótulo.
–A ver tu, Narciso, atiéndeme a los clientes ahora regreso –le dice a su ayudante mientras entran por una puerta a la trastienda. Los goznes de la puerta de dos hojas rechinan desprendiendo polvo de la techumbre que, con el haz de luz que se cuela en la abertura del umbral, cae meciéndose y refulgiendo. El anfitrión avanza por la estancia hasta el fondo donde, una a una, remueve las tablas que cubren un ventanal, dejando al descubierto la totalidad del espacio. Sobre una mesa rústica de madera, se distribuyen varias botellas de diferentes tamaños y formas.
Una vez fuera del local, Malcolm pregunta cómo se llama el lugar pues al entrar y al salir no vio ningún letrero indicativo.
–¿Ves ese farol que está en la puerta?
–Claro –dice después de volver el rostro y ver el artefacto sujeto con hierro forjado y empotrado a la pared.
–Pues así le llamamos nosotros: El Farolito –remata Carlos Ortiz quien de nueva cuenta mira la hora en su reloj.
*De Columna ébrica
martes, 7 de junio de 2011
Quijote
Ahora, contra lo acostumbrado un poema del libro aún inédito: Versos insepultos
¡Oh! venturoso Avellaneda
que con un pretendido
plagio impeliste
al desaforado Quijano
continuar su saga.
¡Oh¡ desdichado Avellanada
que ahora solo eres
pie de página
y compartes gloria vana
con el olvido.
¡Oh! venturoso Avellaneda
que con un pretendido
plagio impeliste
al desaforado Quijano
continuar su saga.
¡Oh¡ desdichado Avellanada
que ahora solo eres
pie de página
y compartes gloria vana
con el olvido.
lunes, 6 de junio de 2011
Kokis
La noche llega abrupta. El foco de un puesto de tacos ilumina la calle. Las sombras se desplazan sobre una calle mal iluminada y mal oliente. Salen del Nuevo Mocambo, Kloster, Tabula Rasa y un par de cantinas aledañas. Se encaminan a El Kokis. El lugar está a reventar. Las mesas llenas. La barra atestada. Solo se vende cerveza. La mayoría de los parroquianos piden caguamas. Un ir y venir de clientes. La pequeña puerta del lugar permanece bloqueada por el entrar y salir de las personas.
Hay una discreta fila para escoger música de la rocola. Recién conocí esta cantina en la tercera calle de Mier y Terán y si bien permanece abierta todo el día, es en la noche cuando el ambiente adquiere una fisonomía peculiar y única.
En realidad, hasta hace poco, El Kokis era una cantina más en esa zona poco frecuentada por la sociedad. Hay que decirlo, la zona goza de mala fama, donde proliferan, más que cantinas, auténticos antros, bares de mala muerte. Pero todo tiene su encanto y no por ello dejan de ser refugio de bebedores compulsivos, ricos o pobres.
Por algún fenómeno que quizás la propietaria Sara conozca, El Kokis se convirtió de pronto es lugar de peregrinaje para artistas, periodistas y algún empresario. De hecho, cuando El Central cierra sus puertas, las de El Kokis permanecen abiertas para quienes quieren seguir la fiesta hasta que el cuerpo resista.
No es difícil caer en la fascinación de ese lugar. Es avasallante, irresistible. Lo extraño es que no ofrece nada más que otras cantinas. Es el ambiente propiciado por los propios parroquianos quienes hacen distintiva a esta cantina.
Para quien no conoce el lugar, no espere algo sorprendente porque podría desilusionarse. En realidad y como sucede con la vida, no hay que esperar nada y algo nuevo acontecerá. El Kokis es prueba de ello.
Hay una discreta fila para escoger música de la rocola. Recién conocí esta cantina en la tercera calle de Mier y Terán y si bien permanece abierta todo el día, es en la noche cuando el ambiente adquiere una fisonomía peculiar y única.
En realidad, hasta hace poco, El Kokis era una cantina más en esa zona poco frecuentada por la sociedad. Hay que decirlo, la zona goza de mala fama, donde proliferan, más que cantinas, auténticos antros, bares de mala muerte. Pero todo tiene su encanto y no por ello dejan de ser refugio de bebedores compulsivos, ricos o pobres.
Por algún fenómeno que quizás la propietaria Sara conozca, El Kokis se convirtió de pronto es lugar de peregrinaje para artistas, periodistas y algún empresario. De hecho, cuando El Central cierra sus puertas, las de El Kokis permanecen abiertas para quienes quieren seguir la fiesta hasta que el cuerpo resista.
No es difícil caer en la fascinación de ese lugar. Es avasallante, irresistible. Lo extraño es que no ofrece nada más que otras cantinas. Es el ambiente propiciado por los propios parroquianos quienes hacen distintiva a esta cantina.
Para quien no conoce el lugar, no espere algo sorprendente porque podría desilusionarse. En realidad y como sucede con la vida, no hay que esperar nada y algo nuevo acontecerá. El Kokis es prueba de ello.
domingo, 5 de junio de 2011
Oaxaca hacia el siglo XVIII*
El oro rojo propicia el auge
Padre Florencia
Es Oaxaca una de las más populares y bien fundadas ciudades de la Nueva España- con la riqueza grande de la grana, que después del oro y la plata es en Nueva España el género que abunda en extremo en el Valle, y en otros géneros que hacen muy acreditado el trato y comercio de esta ciudad, ha crecido tanto después de la de México y Puebla tiene el tercer lugar en la Nueva España.
Las calles iguales, desahogadas, tiradas a cordel, lindas casas y una plaza principal con sus portales, casas de cabildo y bien labradas. La catedral a un lado, de grande y capaz arquitectura.
El temple es bueno, ni frío ni calor; la abundancia del valle de que se provee y abasta la ciudad es muy grande. El regalo de frutos, carne, peces y dulces de todos géneros y lo demás no sólo para el sustento, sino para las delicias de la vida humana, es excesivo.
Hácese el mejor y más sazonado chocolate de la Nueva España, y del primor del que se lleva todo el que va della a España de Guaxaca por las ventajas que hace el que allá se labra.
No sólo es sobrada esta ciudad por los frutos que da en abundancia, sino por lo que le viene del Perú por Tehuantepec y Huatulco, y se trajina en ella de vino, aceite y aceitunas, cacao de Guayaquil y plata, por lo que de Veracruz se transporta en cuantiosas condiciones de lo bueno que viene de Europa en las flotas.
*Citado por Jorge Fernando Iturribarría en su ensayo Alfonso García Bravo, trazador y alarife de la villa de Antequera. El autor no da mayores datos sobre la fuente consultada y solo aparece la referencia al texto que hemos tomado.
Fuente: Artículos históricos de Jorge Fernando Iturribarría. Francisco J. Ruíz Cervantes (compilador) IOC, FOESCA y UABJO. Oaxaca 1998.
Padre Florencia
Es Oaxaca una de las más populares y bien fundadas ciudades de la Nueva España- con la riqueza grande de la grana, que después del oro y la plata es en Nueva España el género que abunda en extremo en el Valle, y en otros géneros que hacen muy acreditado el trato y comercio de esta ciudad, ha crecido tanto después de la de México y Puebla tiene el tercer lugar en la Nueva España.
Las calles iguales, desahogadas, tiradas a cordel, lindas casas y una plaza principal con sus portales, casas de cabildo y bien labradas. La catedral a un lado, de grande y capaz arquitectura.
El temple es bueno, ni frío ni calor; la abundancia del valle de que se provee y abasta la ciudad es muy grande. El regalo de frutos, carne, peces y dulces de todos géneros y lo demás no sólo para el sustento, sino para las delicias de la vida humana, es excesivo.
Hácese el mejor y más sazonado chocolate de la Nueva España, y del primor del que se lleva todo el que va della a España de Guaxaca por las ventajas que hace el que allá se labra.
No sólo es sobrada esta ciudad por los frutos que da en abundancia, sino por lo que le viene del Perú por Tehuantepec y Huatulco, y se trajina en ella de vino, aceite y aceitunas, cacao de Guayaquil y plata, por lo que de Veracruz se transporta en cuantiosas condiciones de lo bueno que viene de Europa en las flotas.
*Citado por Jorge Fernando Iturribarría en su ensayo Alfonso García Bravo, trazador y alarife de la villa de Antequera. El autor no da mayores datos sobre la fuente consultada y solo aparece la referencia al texto que hemos tomado.
Fuente: Artículos históricos de Jorge Fernando Iturribarría. Francisco J. Ruíz Cervantes (compilador) IOC, FOESCA y UABJO. Oaxaca 1998.
sábado, 4 de junio de 2011
Menstruario III*
Seguimos con nuestro guían Herodoto. En la primera entrega se describió una costumbre babilonia, que consistía en que una vez en su vida las mujeres debían prostituirse en el templo de Venus, como sacrificio ritual y sagrado. Ahora veremos como los babilionios escogían a sus esposas.
Dejémosle que él nos lleve de la mano con su relato:
Entre sus leyes hay una a mi parecer muy sabia. Consiste en una función muy particular que se celebra una vez al año en todas las poblaciones. Luego que las doncellas tienen edad de casarse, las reúnen todas y las conducen a un sitio en torno al cual hay una multitud de hombres a pie. Allí el pregonero las hace levantar de una en una y las va vendiendo, empezando por la más hermosa de todas. Después que ha despachado a la primera por un precio muy subido, pregona a la que sigue en hermosura y así las va vendiendo, no por esclavas sino para que sean esposas de sus compradores.
De este modo sucedía que los babilonios más ricos y que se hallaban en estado de casarse, tratando a porfía de superarse unos a otros en la generosidad de las ofertas, adquirían las mujeres más lindas y agraciadas. Pero los plebeyos que deseaban tomar mujer, recibían con un buen dote alguna de las doncellas más feas. Porque así como el pregonero acababa de dar salida a las más bellas, hacía poner en pie a la más fea del concurso, o la contrahecha, si alguna había, e iba pregonando quien quería casarse con ella recibiendo menos dinero, hasta entregarla por último al que menos dote aceptaba. El dinero para estas dotes se sacaba del precio dado por las más hermosas y con este las bellas dotaban a las feas y a las contrahechas.
A nadie le era permitido colocar a su hija con quien mejor le parecía, como tampoco podía ninguno llevarse consigo a la doncella que hubiese comprado, sin dar primero fianzas por las que se obligase a cohabitar con ella; y cuando no quedaba la cosa arreglada en estos términos, le mandaba la ley a desembolsar el dote. También era permitido comprar mujer a los que de otros pueblos concurrían con este objeto.
Tal era la hermosísima ley que tenían, y que ya no subsiste. Recientemente han inventado otro uso, a fin de que no sufran perjuicio las doncellas, ni sean llevadas a otro pueblo. Como después de la toma de la ciudad muchas familias han experimentado menoscabo en sus intereses, los particulares faltos de medios prostituyen a sus hijas, y con las ganancias de que aquí les resultan, proveen a su colocación.
Hasta hai la cita. Una costumbre más tomada de Los nueve libros de la historia de Herodoto es la que sigue.
Los masagetas tienen algunas costumbres particulares, entre ellas, la siguiente: Cada uno se casa normalmente con una mujer, pero el uso y disfrute de éstas es de bien común. Así, “cualquier hombre, colgando del carro su aljaba, puede juntarse sin reparo con la mujer que le acomoda”.
*Publicado en la revista semanal Mujeres
Dejémosle que él nos lleve de la mano con su relato:
Entre sus leyes hay una a mi parecer muy sabia. Consiste en una función muy particular que se celebra una vez al año en todas las poblaciones. Luego que las doncellas tienen edad de casarse, las reúnen todas y las conducen a un sitio en torno al cual hay una multitud de hombres a pie. Allí el pregonero las hace levantar de una en una y las va vendiendo, empezando por la más hermosa de todas. Después que ha despachado a la primera por un precio muy subido, pregona a la que sigue en hermosura y así las va vendiendo, no por esclavas sino para que sean esposas de sus compradores.
De este modo sucedía que los babilonios más ricos y que se hallaban en estado de casarse, tratando a porfía de superarse unos a otros en la generosidad de las ofertas, adquirían las mujeres más lindas y agraciadas. Pero los plebeyos que deseaban tomar mujer, recibían con un buen dote alguna de las doncellas más feas. Porque así como el pregonero acababa de dar salida a las más bellas, hacía poner en pie a la más fea del concurso, o la contrahecha, si alguna había, e iba pregonando quien quería casarse con ella recibiendo menos dinero, hasta entregarla por último al que menos dote aceptaba. El dinero para estas dotes se sacaba del precio dado por las más hermosas y con este las bellas dotaban a las feas y a las contrahechas.
A nadie le era permitido colocar a su hija con quien mejor le parecía, como tampoco podía ninguno llevarse consigo a la doncella que hubiese comprado, sin dar primero fianzas por las que se obligase a cohabitar con ella; y cuando no quedaba la cosa arreglada en estos términos, le mandaba la ley a desembolsar el dote. También era permitido comprar mujer a los que de otros pueblos concurrían con este objeto.
Tal era la hermosísima ley que tenían, y que ya no subsiste. Recientemente han inventado otro uso, a fin de que no sufran perjuicio las doncellas, ni sean llevadas a otro pueblo. Como después de la toma de la ciudad muchas familias han experimentado menoscabo en sus intereses, los particulares faltos de medios prostituyen a sus hijas, y con las ganancias de que aquí les resultan, proveen a su colocación.
Hasta hai la cita. Una costumbre más tomada de Los nueve libros de la historia de Herodoto es la que sigue.
Los masagetas tienen algunas costumbres particulares, entre ellas, la siguiente: Cada uno se casa normalmente con una mujer, pero el uso y disfrute de éstas es de bien común. Así, “cualquier hombre, colgando del carro su aljaba, puede juntarse sin reparo con la mujer que le acomoda”.
*Publicado en la revista semanal Mujeres
viernes, 3 de junio de 2011
Escaparate político
El periodista Felipe Sánchez en su columna Escaparate político publica lo siguiente y luego reproduce mi artículo El cártel de la sección 22 que pueden ver en este blog y que se publicó el 25 de mayo
¿UN CÁRTEL?
EN LA APABULLANTE publicidad negativa que se han ganado a pulso los mafiosos que mueven la sección 22 del SNTE, ha surgido un nuevo calificativo que, sin duda, denigra la otrora honrosa tarea magisterial: es “una profesión de cínicos”.
DE tan impúdicos los que manejan los distintos grupos que a su vez azuzan a los “educadores” para cometer tantos ilícitos contra los oaxaqueños con la complicidad del gobierno el que les permite total impunidad, también se han ganado otra acertada denominación: cártel.
EL COLEGA Ulises Torrentera, camarada desde aquellas juergas de antología, los define con tal sugestión que vale la pena compartir su texto con mis lectores:
¿UN CÁRTEL?
EN LA APABULLANTE publicidad negativa que se han ganado a pulso los mafiosos que mueven la sección 22 del SNTE, ha surgido un nuevo calificativo que, sin duda, denigra la otrora honrosa tarea magisterial: es “una profesión de cínicos”.
DE tan impúdicos los que manejan los distintos grupos que a su vez azuzan a los “educadores” para cometer tantos ilícitos contra los oaxaqueños con la complicidad del gobierno el que les permite total impunidad, también se han ganado otra acertada denominación: cártel.
EL COLEGA Ulises Torrentera, camarada desde aquellas juergas de antología, los define con tal sugestión que vale la pena compartir su texto con mis lectores:
Virgenes del maguey*
De acuerdo a la tradición guadalupana, en el cerro del Tepeyac un 12 de diciembre de 1531 la virgen María por tercera ocasión se le apareció al indio Juan Diego que después de 471 años se convertiría en santo. El incrédulo arzobispo de la Nueva España, fray Juan de Zumárraga –quien nunca deja constancia testimonial de este extraordinario hecho– requería pruebas fehacientes de la aparición y la virgen lo complació: su imagen se estampó en el ayate del indígena.
El ayate o tilma es una tela fabricada con fibras de maguey. Aún el más fino entramado de ésta, sigue siendo una tela gruesa y tosca. Sobre ella se estampó la imagen de la virgen de Guadalupe. Más aún, para Edmundo O’Gorman en su libro Destierro de sombras, el resplandor en la imagen en realidad son pencas de maguey y esto puede ser posible puesto que la otra aparición se da justamente en un magueyal. Además, la virgen por excelencia de los mexicanos está asentada sobre una luna menguante, que está vinculado al mundo acuático y al maguey en especial.
Juan Rodrigo de Villafuerte, uno de los hombres que acompañó a Hernán Cortés, trajo a territorio americano una imagen de la Virgen de los Remedios “para su consuelo”, regalo de su hermano quien le aseguró que la imagen le había salvado en las batallas y que haría lo mismo en el Nuevo Mundo.
A la llegada de los españoles a México Tenochtitlán, Cortés ordenó que se colocara la imagen en un altar que era utilizado para sacrificios humanos y no se volvió a usar sino hasta el 30 de junio de 1520 –en la célebre Noche triste– cuando las tropas españolas salieron precipitadamente de la capital del imperio azteca. En un cerro cercano al pueblo de Tlacopan, donde pasaron la noche, según las crónicas, la Virgen de Los Remedios se les apareció acompañada del apóstol Santiago quien les auguró el triunfo definitivo.
20 años después, una vez consumada la conquista, al cacique indio convertido al catolisismo y de nombre Juan de Águila se le apareció la Virgen “que con voz sensible le decía: Hijo búscame en este pueblo”. De inmediato empezó a buscar la imagen que encontró debajo de un maguey. Desde entonces la imagen tallada en madera fue venerada y los comarcanos solicitaban su intercesión para acabar con las sequías, plagas y pestes; lo mismo que para inundaciones o temblores.
La Virgen de Los Remedios era llevada en procesión en la calzada México-Tacuba para aplacar la furia de la naturaleza, sobre todo en lo que se refiere a inundaciones, frecuentes en ese entonces. Para los pocos devotos de la virgen del Tepeyac o Guadalupe, las autoridades eclesiásticas tenían predilección por la otra virgen, la de rasgos europeos. Al respecto escribe Humboldt, ya asentada la creencia guadalupana:
El espíritu de partido que reina entre los criollos y los gachipines da un matiz particular a la devoción. A la gente común, criolla e india, ve con sentimiento que, en las épocas de grandes sequedades, el Arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: “hasta el agua nos debe venir de la gachupina”.
Otra Virgen, la de Juquila, en Oaxaca, tiene una característica que la hace especial entre las demás vírgenes. Está asentada sobre un maguey tobalá, que es común en la región y del que se obtiene un mezcal excepcional y único. Por la vestimenta que se le cambia diariamente es difícil apreciar el maguey, pero de vez en cuando es posible advertirlo.
Si en la bandera nacional se representa el sitio geográfico, Tenochtitlán, en la imagen de la Virgen de Guadalupe (y las demás vírgenes) está representada la parte espiritual y cosmogónica del pueblo mexicano: el maguey. Ambas plantas, el nopal donde se posa el águila devorando la serpiente y el maguey donde se imprimió la imagen de la virgen, son emblemáticas de la nación mexicana.
* Sintesis de un ensayo publicado, con ese mismo nombre, en al el libro Miscellla mezcalacea
El ayate o tilma es una tela fabricada con fibras de maguey. Aún el más fino entramado de ésta, sigue siendo una tela gruesa y tosca. Sobre ella se estampó la imagen de la virgen de Guadalupe. Más aún, para Edmundo O’Gorman en su libro Destierro de sombras, el resplandor en la imagen en realidad son pencas de maguey y esto puede ser posible puesto que la otra aparición se da justamente en un magueyal. Además, la virgen por excelencia de los mexicanos está asentada sobre una luna menguante, que está vinculado al mundo acuático y al maguey en especial.
Juan Rodrigo de Villafuerte, uno de los hombres que acompañó a Hernán Cortés, trajo a territorio americano una imagen de la Virgen de los Remedios “para su consuelo”, regalo de su hermano quien le aseguró que la imagen le había salvado en las batallas y que haría lo mismo en el Nuevo Mundo.
A la llegada de los españoles a México Tenochtitlán, Cortés ordenó que se colocara la imagen en un altar que era utilizado para sacrificios humanos y no se volvió a usar sino hasta el 30 de junio de 1520 –en la célebre Noche triste– cuando las tropas españolas salieron precipitadamente de la capital del imperio azteca. En un cerro cercano al pueblo de Tlacopan, donde pasaron la noche, según las crónicas, la Virgen de Los Remedios se les apareció acompañada del apóstol Santiago quien les auguró el triunfo definitivo.
20 años después, una vez consumada la conquista, al cacique indio convertido al catolisismo y de nombre Juan de Águila se le apareció la Virgen “que con voz sensible le decía: Hijo búscame en este pueblo”. De inmediato empezó a buscar la imagen que encontró debajo de un maguey. Desde entonces la imagen tallada en madera fue venerada y los comarcanos solicitaban su intercesión para acabar con las sequías, plagas y pestes; lo mismo que para inundaciones o temblores.
La Virgen de Los Remedios era llevada en procesión en la calzada México-Tacuba para aplacar la furia de la naturaleza, sobre todo en lo que se refiere a inundaciones, frecuentes en ese entonces. Para los pocos devotos de la virgen del Tepeyac o Guadalupe, las autoridades eclesiásticas tenían predilección por la otra virgen, la de rasgos europeos. Al respecto escribe Humboldt, ya asentada la creencia guadalupana:
El espíritu de partido que reina entre los criollos y los gachipines da un matiz particular a la devoción. A la gente común, criolla e india, ve con sentimiento que, en las épocas de grandes sequedades, el Arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: “hasta el agua nos debe venir de la gachupina”.
Otra Virgen, la de Juquila, en Oaxaca, tiene una característica que la hace especial entre las demás vírgenes. Está asentada sobre un maguey tobalá, que es común en la región y del que se obtiene un mezcal excepcional y único. Por la vestimenta que se le cambia diariamente es difícil apreciar el maguey, pero de vez en cuando es posible advertirlo.
Si en la bandera nacional se representa el sitio geográfico, Tenochtitlán, en la imagen de la Virgen de Guadalupe (y las demás vírgenes) está representada la parte espiritual y cosmogónica del pueblo mexicano: el maguey. Ambas plantas, el nopal donde se posa el águila devorando la serpiente y el maguey donde se imprimió la imagen de la virgen, son emblemáticas de la nación mexicana.
* Sintesis de un ensayo publicado, con ese mismo nombre, en al el libro Miscellla mezcalacea
jueves, 2 de junio de 2011
De los sueños II/II
La importancia histórica del sueño surge de la función de oráculo que cumplen en las sociedades primitivas y el mundo antiguo. Es inmemorial la práctica de acostarse en lugares sagrados –sobre túmulos de los antepasados, en grutas, espacios sacrificiales, en centros de poder– para obtener de los dioses un sueño orientador. Esto se llama ”incubación”, que significa “dormir en el santuario” y fue una práctica extendida en todas las culturas del mundo antiguo.
Acaso la experiencia de alguna propiedad terapéutica de los sueños es lo que lleva a instaurar sitios religiosos especializados en la curación de enfermedades. En Grecia se expande esa gran institución consagrada a aliviar y sanar que son los templos de Asclepio, el dios médico. En Epidauro, Cos, Atenas y muchas otras ciudades (incluso Alejandría y Roma, donde Asclepio pasa a llamarse Esculapio), los devotos concurren a dormirse en un lecho (cliné) para recibir en sueños la presencia del dios (en forma de anciano barbado, perro o serpiente) o la de su hija Panacea, quienes prescriben el tratamiento necesario. Desde el seno de esta tradición nace la Medicina científica cuando, en el siglo V a. C., Hipócrates elabora su teoría de los humores y sistematiza racionalmente la analogía entre determinados símbolos oníricos y las correspondientes enfermedades.
Los lugares rituales para ir a soñar más famosos del Mundo antiguo son los de Delfos en Grecia y de Menfis en Egipto.
Con la irrupción del cristianismo, la incubación no desaparece. Mediante el cambio de Asclepio por Jesucristo y de las imágenes de los dioses antiguos por las de los mártires cristianos, en los templos se sigue practicando la incubación de sueños, principalmente en las iglesias orientales, sobreviviendo dicha costumbre hasta la actualidad en algunas iglesias de Asia Menor. Aunque ya hace rato que las viejas clinés del templo se hayan mudado a las modernas clínicas o bien al diván del psicoanalista.
Pero si eso sucede en Oriente, en Occidente y Medio Oriente, los preceptos bíblicos se imponen. En Eclesiásticos (34, 1-8) se lee:
Cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que esperas es lo que sueñas./ A no ser que los mande el altísimo a visitarte, no hagas caso de sueños./ A muchos extraviaron los sueños y quedaron defraudados los que le dieron fe.
Para otras naciones, en cambio, los sueños es un desprendimiento del alma, llegar al interregno, una muerte breve. No sólo en el judaísmo se considera al sueño como una forma de muerte, en la mitología griega, el sueño (hypnos) y la muerte (thanatos) son descritos como “gemelos de la noche” que residen en el otro mundo.
Hay, por supuesto otro enfoque para abordar los sueños, la línea racionalista que inaugura Aristóteles y cuyas investigaciones han permitido, por ejemplo, el descubrimiento del sueño REM (Rapid Eye Movimient) y que tratan de dilucidar la manera en que se crean los sueños.
Acaso la experiencia de alguna propiedad terapéutica de los sueños es lo que lleva a instaurar sitios religiosos especializados en la curación de enfermedades. En Grecia se expande esa gran institución consagrada a aliviar y sanar que son los templos de Asclepio, el dios médico. En Epidauro, Cos, Atenas y muchas otras ciudades (incluso Alejandría y Roma, donde Asclepio pasa a llamarse Esculapio), los devotos concurren a dormirse en un lecho (cliné) para recibir en sueños la presencia del dios (en forma de anciano barbado, perro o serpiente) o la de su hija Panacea, quienes prescriben el tratamiento necesario. Desde el seno de esta tradición nace la Medicina científica cuando, en el siglo V a. C., Hipócrates elabora su teoría de los humores y sistematiza racionalmente la analogía entre determinados símbolos oníricos y las correspondientes enfermedades.
Los lugares rituales para ir a soñar más famosos del Mundo antiguo son los de Delfos en Grecia y de Menfis en Egipto.
Con la irrupción del cristianismo, la incubación no desaparece. Mediante el cambio de Asclepio por Jesucristo y de las imágenes de los dioses antiguos por las de los mártires cristianos, en los templos se sigue practicando la incubación de sueños, principalmente en las iglesias orientales, sobreviviendo dicha costumbre hasta la actualidad en algunas iglesias de Asia Menor. Aunque ya hace rato que las viejas clinés del templo se hayan mudado a las modernas clínicas o bien al diván del psicoanalista.
Pero si eso sucede en Oriente, en Occidente y Medio Oriente, los preceptos bíblicos se imponen. En Eclesiásticos (34, 1-8) se lee:
Cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que esperas es lo que sueñas./ A no ser que los mande el altísimo a visitarte, no hagas caso de sueños./ A muchos extraviaron los sueños y quedaron defraudados los que le dieron fe.
Para otras naciones, en cambio, los sueños es un desprendimiento del alma, llegar al interregno, una muerte breve. No sólo en el judaísmo se considera al sueño como una forma de muerte, en la mitología griega, el sueño (hypnos) y la muerte (thanatos) son descritos como “gemelos de la noche” que residen en el otro mundo.
Hay, por supuesto otro enfoque para abordar los sueños, la línea racionalista que inaugura Aristóteles y cuyas investigaciones han permitido, por ejemplo, el descubrimiento del sueño REM (Rapid Eye Movimient) y que tratan de dilucidar la manera en que se crean los sueños.
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