En los primero tiempos de la ciudad de Roma, cuando existía democracia, Rómulo y los tribunos adoptaron diversas costumbres y concesiones a las mujeres como se ha referido en la anterior entrega. Los pueblos coaligados y fusionados que conformaron y dieron nacimiento a Roma fundieron fiestas propias y crearon nuevas como por ejemplo las llamadas fiestas Matronales, “concedidas a las mujeres en memoria de haber hecho cesar la guerra” y las Carmentales.
De esta última, apunta Plutarco en su Vidas Paralelas, que algunos creían que Carmenta era la quien presidía el nacimiento de los hombres y por eso las madres la tenían en veneración; otros, en cambio, decían que era una profetisa y pitonisa que daba sus oráculos en verso, y de ahí que se llamara Carmenta, porque a los versos se les decía Carmina o cármenes.
A Numa se le atribuye la consagración de vírgenes sagradas para preservar el fuego eterno de Roma; se les llamó Vestales. La idea, nos cuenta nuestro autor, es “de confiar la esencia pura e incorruptible del fuego a unos cuerpos limpios e incontaminados” y asimismo de “poner a un lado de la virginidad un ser infructífero e improductivo”, lo que contrastaba con la costumbre de los griegos quienes tenían a mujeres casadas para ese cuidado. Para ambos casos, fueron féminas las encargadas de tal tarea.
El término de continencia de las vírgenes era de treinta años, durante ese lapso, la primera década estaba dedicada al aprendizaje e iniciación; la segunda, a la ejecución de lo aprendido y la última, a la enseñanza de las nuevas.
Las prerrogativas de las vírgenes vestales eran, entre otras: testar viviendo cuando aún vivía el padre y hacer sin necesidad de tutores sus negocios, como las madres de tres hijos; llevar lictores cuando salían a la calle; y si acaso en su trayecto se atravesaba con un reo llevado a suplicio, a éste se le perdonaba la vida; en cambio quien se subía a la litera junto a ella, perdía la vida.
Pero las vírgenes vestales también eran castigadas. Por un yerro, es golpeada de acuerdo a la gravedad del mismo por el Pontífice máximo. Era desnudada en un lugar oscuro para ser golpeada. Pero si perdía la virginidad era enterrada viva, junto a la puerta llamada Colina.
En ese lugar, un promontorio que los romanos llamaban túmulo, se construía subterráneamente una casa muy reducida. “tiénese dispuesta en ella una cama con ropa, una lámpara encendida, y muy ligero acopio de las cosas más necesarias para la vida, como pan, agua, leche en una jarra, aceite, como si tuvieran por abominable destruir con el hambre un cuerpo consagrado a grandes misterios.
“Ponen a la que va a ser castigada en una litera, y asegurándola por fuera y comprimiéndola con cordeles para que no pueda formar voz que se oiga, la llevan así por la plaza. Quedan todos pasmados y en silencio, y la acompañan si proferir una palabra con indecible tristeza; de manera que no hay espectáculo más terrible que aquel”.
Una vez que llegan a la Colina, la que será su tumba, el principal de los sacerdotes desata a la infractora, “pronuncia ciertas preces arcanas”, y la conduce escaleras abajo; ésta es retirada, se cierra una compuerta y proceden a cubrir de tierra la entrada.
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