Por su misma naturaleza, las tabernas se han convertido a lo largo de la historia en detonantes sociales y en centros de movimientos artísticos de vanguardia. En ellas han concurrido héroes y villanos, artistas y políticos; en ellas se han gestado revoluciones lo mismo que motines y crímenes. Son escenario de novelas, obras de teatro y películas. Son, de alguna manera, la fragua de la historia.
En Madrid, al interior de la Casa Valiñas -que después habría de llamarse Casa Ciriaco- el 31 de mayo de 1906 no sólo se hablaba de la boda del monarca Alfonso XIII, también se tramaba; ahí se perpetró el atentado contra dicho soberano cuando pasaba con su comitiva nupcial a las puertas del establecimiento. En el mismo lugar donde se urdieran esos planes, celebraba su tertulia el pintor Ignacio Zuloaga, a la que acudía el filósofo José Ortega y Gasset entre otros contertulios.
También en España, la Casa Labra ostenta una placa que rememora un hecho histórico: En este lugar, careciendo los trabajadores de libertad para reunirse y asociarse, se fundó clandestinamente el Partido Socialista Obrero Español. 2 de Mayo de 1879. También fue escenario –aunque sin nombrarlo expresamente- de la novela La busca de Pío Baroja, asiduo del establecimiento.
Según Richard Sennett en La cultura del nuevo capitalismo, cuando se cerraba una taberna en Europa, el motivo no era el embotamiento de los sentidos que provoca el culto al alcohol, amenazando la productividad de las fábricas, sino el hecho de que en ese espacio los obreros complotaran, intercambiando información, ideando estrategias de lucha o, por lo menos, soltaran la lengua a fin de liberar sentimientos reprimidos.
Fundada en 1854, la taberna Carmencita, también en Madrid, ha brindado tragos y bocados lo mismo a escritores que a toreros, pintores, poetas y periodistas: Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Miguel Mihura, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Rafael Alberti y Miguel Hernández entre otros muchos.
Pintores de principio del siglo pasado salieron de los salones y empezaron a exhibir sus trabajos en tabernas: Pablo Picasso en una de sus primeras exposiciones lo hace en la taberna modernista parisiense Els Quatre Gats, para la que realiza un cartel; Zuloaga, colgó su última exposición en las paredes del Antonio Sánchez en Madrid.
En otros bares son emblemáticas ciertas ausencias, sobre todo en el caso de escritores o poetas. En Le Bateau Ivre, de la ciudad de Lille, a pesar de que en la marquesina la imagen del joven Artur Rimbaud, autor del poema que le presta el nombre al bar, atrapa al turista literario, el ajenjo está tan prohibido como en el resto de Francia.
Otras cantinas son míticas, inencontrables: El Farolito de Malcolm Lowry, como lo hemos visto en anteriores entregas.
“Apareció de repente en la sala llena de humo, iluminada por los quinqués. Abrió la puerta, y su silueta se recortó por un momento sobre la noche. Jacques no lo había olvidado nunca. Era tan alto que la cabeza rozaba la chambrana, y tenía el cabello largo e hirsuto, el rostro de tez muy clara y rasgos aniñados, los brazos largos y las manos anchas y el cuerpo embutido en una chaqueta demasiado ceñida, abrochada hasta muy arriba. Llamaba la atención, sobre todo, su aspecto extraviado, sus ojillos malévolos, nublados por la embriaguez. Permaneció inmóvil junto a la puerta, como si vacilara, y luego, mostrando los puños, empezó a proferir insultos y amenazas contra la clientela. Entonces el silencio se adueñó de la sala.”
Así inicia la novela La cuarentena de Jean-Marie Gustave Le Clézio donde describe a Rimbaud entrando en una taberna parisina de la calle Saint Suplice. Unas páginas después escribirá que la antigua Academia de la Absenta, situada en el número 175 de la Rue Saint Jacques, tiene hoy las paredes descarapeladas y el techo ruinoso.
En América, hacia 1942 Ángel Martínez compra la bodega La Complaciente en la calle Empedrado de La Habana Vieja. Con el tiempo habría de convertirse en La Bodeguita de en medio donde acudieron personajes relevantes del arte y la farándula como Gabriela Mistral, Agustín Lara, Pablo Neruda, Ernest Hemingway, Nicolás Guillén. Hoy es visita obligada para quien recorre esa ciudad.
Buenos Aires también ofreció ajenjo, aún en la famosa calle Florida. El poeta franco-suizo Charles de Soussens, que se consideraba a sí mismo la encarnación del poeta Verlaine –otro vate también reconocido absentista–, solía beberlo en compañía de un poeta de Chivilcoy, Carlos Ortiz. Un día, ya comenzada la acción del hada verde, le dijo a su compañero:
–Es éste el licor de los artistas; tiene el color de las pupilas de Minerva.
–Y el de las aguas estancadas –le contestó prosaicamente el otro.
Pero Soussens remató:
–Con la diferencia de que en las aguas estancadas hay gérmenes diversos de enfermedades y aquí hay gérmenes de versos.
*Columna ébrica publicado en el diario Despertar
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