miércoles, 8 de junio de 2011

Ideal*

No, por supuesto no conozco una cantina con ese nombre, ni tengo registro de alguna con esta denominación. Creo que la mayoría de los parroquianos tenemos un sueño: nuestra propia cantina. No en el sentido de propiedad, sino en un lugar ideal donde departir con nuestras amistades.
Ocurre con frecuencia que creemos haber encontrado ese lugar pero a la vuelta del tiempo ese espacio ha perdido lo que buscábamos en un principio. Una cuenta exorbitante, el cambio de meseros o meseras, una mala atención, parroquianos impertinentes…algo que de pronto convierte en esa cantina en otra común y corriente. Y nuevamente la búsqueda que resulta, a final de cuentas, infructuosa.
Quizás la vida de los parroquianos es justamente esa búsqueda perpetua, de ahí que tengamos conformarnos con lo más cercano a nuestros deseos y también de ahí se explica que los parroquianos frecuenten diversas cantinas para conformar, con fragmentos de unas y otras, ese espacio ideal.
No hay cantina perfecta, lo sabemos pero algunas aportan algo más de lo que se busca por ello se convierten en la favorita. A falta de nuestro sueño, lo que esté a mano. En esa búsqueda muchas veces se queda en el camino nuestro sueño. Así nos convertimos en habituè de alguna en particular.
Otras veces idealizamos alguna cantina creada por un escritor. Pongo, como ejemplo, El Farolito que narrara el autor inglés Malcolm Lowry en su obra Bajo el volcán. Ya en otra columna nos hemos ocupado de ese tema en particular, donde se ha trascrito su magistral descripción.
Desde su publicación decenas de escritores y lectores buscaron afanosamente ese lugar mítico. No exagero que durante décadas muchas personas llegaron a Oaxaca para conocer El Farolito. El propio Lowry, diez años después de su primera visita a Oaxaca la buscó infructusamente como lo relata en su inacabada novela Oscuro como la tumba en que yace mi amigo.
Idealizar un lugar no es lo mismo que encontrar el espacio ideal. Es solo un sucedáneo, un defecto de la mente que sustituye algo por otra que si bien se le parece no es lo mismo. También yo he idealizado El Farolito y lo consigno en mi primera novela:
Después de algunas cuadras, llegan a una casona con un zaguán de madera carcomida y una aldaba con forma de león que Carlos azota contra una lámina metálica con adornos complicados. Un joven abre la puerta y al ver a Carlos abre de par en par la puerta dejando ver un pequeño corredor a cuyos lados hay sendas bancas de madera desocupadas. Luego un patio con una fuente al centro. Entran y pisan las baldosas de cantera verde. Al traspasar el corredor abovedado ven el patio con corredores y jardineras. En algunas mesas algunos hombres beben mezcales. A la izquierda hay una puerta abierta donde penetran.
David extiende la mano derecha hacia atrás, señalando de esta manera la contrabarra, donde las botellas se colocan como en una biblioteca, pero a diferencia de ésta, las botellas se ordenan por sabores que no necesariamente corresponde a una gama cromática. En la parte izquierda los sabores frutales; a la derecha, los sabores hierbales. En cada una de las divisiones, el despachador ordena los mezcales curados por orden alfabético. Para los frutales empieza con almendra, cereza.... hasta zapote; por el lado de las plantas, inicia con hierba buena.... hasta xoconoxtle. Al centro, de diferente origen: ajo, cuachalalá… Las tonalidades predominantes son verde y amarilla, aunque hay morada, roja, anaranjada... hasta negro.
Dentro de los frascos con frutas, está metida la fruta correspondiente o bien su cáscara. De cualquier manera, cada botella tiene su rótulo.
–A ver tu, Narciso, atiéndeme a los clientes ahora regreso –le dice a su ayudante mientras entran por una puerta a la trastienda. Los goznes de la puerta de dos hojas rechinan desprendiendo polvo de la techumbre que, con el haz de luz que se cuela en la abertura del umbral, cae meciéndose y refulgiendo. El anfitrión avanza por la estancia hasta el fondo donde, una a una, remueve las tablas que cubren un ventanal, dejando al descubierto la totalidad del espacio. Sobre una mesa rústica de madera, se distribuyen varias botellas de diferentes tamaños y formas.
Una vez fuera del local, Malcolm pregunta cómo se llama el lugar pues al entrar y al salir no vio ningún letrero indicativo.
–¿Ves ese farol que está en la puerta?
–Claro –dice después de volver el rostro y ver el artefacto sujeto con hierro forjado y empotrado a la pared.
–Pues así le llamamos nosotros: El Farolito –remata Carlos Ortiz quien de nueva cuenta mira la hora en su reloj.

*De Columna ébrica

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