jueves, 2 de junio de 2011

De los sueños II/II

La importancia histórica del sueño surge de la función de oráculo que cumplen en las sociedades primitivas y el mundo antiguo. Es inmemorial la práctica de acostarse en lugares sagrados –sobre túmulos de los antepasados, en grutas, espacios sacrificiales, en centros de poder– para obtener de los dioses un sueño orientador. Esto se llama ”incubación”, que significa “dormir en el santuario” y fue una práctica extendida en todas las culturas del mundo antiguo.
Acaso la experiencia de alguna propiedad terapéutica de los sueños es lo que lleva a instaurar sitios religiosos especializados en la curación de enfermedades. En Grecia se expande esa gran institución consagrada a aliviar y sanar que son los templos de Asclepio, el dios médico. En Epidauro, Cos, Atenas y muchas otras ciudades (incluso Alejandría y Roma, donde Asclepio pasa a llamarse Esculapio), los devotos concurren a dormirse en un lecho (cliné) para recibir en sueños la presencia del dios (en forma de anciano barbado, perro o serpiente) o la de su hija Panacea, quienes prescriben el tratamiento necesario. Desde el seno de esta tradición nace la Medicina científica cuando, en el siglo V a. C., Hipócrates elabora su teoría de los humores y sistematiza racionalmente la analogía entre determinados símbolos oníricos y las correspondientes enfermedades.
Los lugares rituales para ir a soñar más famosos del Mundo antiguo son los de Delfos en Grecia y de Menfis en Egipto.
Con la irrupción del cristianismo, la incubación no desaparece. Mediante el cambio de Asclepio por Jesucristo y de las imágenes de los dioses antiguos por las de los mártires cristianos, en los templos se sigue practicando la incubación de sueños, principalmente en las iglesias orientales, sobreviviendo dicha costumbre hasta la actualidad en algunas iglesias de Asia Menor. Aunque ya hace rato que las viejas clinés del templo se hayan mudado a las modernas clínicas o bien al diván del psicoanalista.
Pero si eso sucede en Oriente, en Occidente y Medio Oriente, los preceptos bíblicos se imponen. En Eclesiásticos (34, 1-8) se lee:
Cosa vana son la adivinación, los agüeros y los sueños; lo que esperas es lo que sueñas./ A no ser que los mande el altísimo a visitarte, no hagas caso de sueños./ A muchos extraviaron los sueños y quedaron defraudados los que le dieron fe.
Para otras naciones, en cambio, los sueños es un desprendimiento del alma, llegar al interregno, una muerte breve. No sólo en el judaísmo se considera al sueño como una forma de muerte, en la mitología griega, el sueño (hypnos) y la muerte (thanatos) son descritos como “gemelos de la noche” que residen en el otro mundo.
Hay, por supuesto otro enfoque para abordar los sueños, la línea racionalista que inaugura Aristóteles y cuyas investigaciones han permitido, por ejemplo, el descubrimiento del sueño REM (Rapid Eye Movimient) y que tratan de dilucidar la manera en que se crean los sueños.

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