domingo, 19 de junio de 2011

De Taberna*

Entornar las puertas batientes devela un mundo. Desde afuera, dos hojas de madera resguardan la cantina a ojos indiscretos; desde dentro, la visión se amplifica a través de las ranuras. Mundos opuestos convergen en el quicio. Un paso firme o vacilante en ambos sentidos es determinante.
¿Pero a dónde se accede? Para los alcohólatras no es más que un templo; para los diletantes acaso un espacio de esparcimiento. Se le llama de muchas maneras: taberna, bar, tugurio, cantina, antro…
Demasiados términos para un lugar donde, por definición, se expenden bebidas embriagantes. Hay también excesivos eufemismos para tales lugares. La lista sería interminable, se sabe.
Cantina proviene de un término italiano, quizás de origen latino y designaba al “sótano donde se guarda el vino”, que más bien parece la definición de una cava más que de lo que conocemos con ese nombre. La segunda acepción del término lo define, según en Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española como “establecimiento público donde se sirven bebidas”.
El mismo diccionario da la siguiente definición de taberna “establecimiento público, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas”.
Ricardo Soca comenta en su libro La fascinante historia de las palabras que poco antes de la era cristiana, la taberna era una cabaña construida con tablas. Probablemente esa palabra era de origen etrusco, y más adelante tuvo un significado más amplio: un comercio, una tienda. Antes, Cicerón emplea el término en el sentido de “palco del Coliseo”, y todavía antes, Sexto Propercio, lo designaba como prostíbulo.
Esta palabra la registra a principios del siglo XIII el primer poeta de lengua castellana conocido, Gonzalo de Berceo. Cuatro siglos más tarde, Miguel de Cervantes Saavedra en El Quijote, la menciona una vez en el sentido de mesón, posada o almacén de venta al público:
“…llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva”.
Sin embargo, el significado original de taberna como “choza” o “cabaña” dejó su vestigio en español en el término contubernio, que inicialmente significó “convivencia en una misma choza”. En su primera edición, en 1729, el Diccionario de la Academia define contubernio como “convivencia con otro o con otra persona amistosamente”, pero enseguida precisa que “se toma regularmente por cohabitación ilícita o amancebamiento”. Hoy, se nos recuerda, esta palabra se usa más en política, con el sentido de “alianza indebida o vituperable”, tan común en nuestros días.
Un difunto de taberna, no es otra cosa que un “borracho privado de sentido”. El tabernario no es más que una persona o cosa propia de la taberna o de las personas que la frecuentan y, por extensión, alguien “bajo, grosero, vil”. Pero no hay peor persona que un tabernícola, aquel que vive en dichos lugares. Herriko taberna –que en español se traduce como taberna del pueblo– es el nombre que reciben los bares donde se reúnen los afiliados y simpatizantes de la autodenominada izquierda abertzale (la izquierda independentista vasca).
Y claro, no hay que confundir el tabernáculo (del latín tabernacŭlum), el espacio donde los hebreos tenían colocada el arca del Antiguo Testamento, con otro lugar como los descritos anteriormente,
Otras palabras para designar esos lugares de rompe y rasga, como lo define Armando Jiménez, son tasca que el Diccionario define como “garito o casa de juego de mala fama” y tugurio que originalmente era la choza o casilla de pastores y después devino en un “establecimiento pequeño y mezquino”.
Bar es un término relativamente moderno usado por los norteamericanos en oposición al inglés pub –que es la abreviación de public house– que es un establecimiento donde se sirven bebidas alcohólicas, no alcohólicas y refrigerios.
La palabra bar proviene de la voz inglesa bar, es decir barra y no se está desencaminado si vemos que esa palabra también la ostentan orgullosamente la Barra de Abogados de tal ciudad. El elemento característico de un bar, y también aquél que le da su nombre, es la barra, o mostrador.
Sin embargo el término antro ha tenido, al menos en el español de México, una evolución interesante. La alegoría de la caverna es una de las explicaciones metafóricas con la que Platón, en La República, acomete dichosamente la filosofía. Así, explica su teoría de la existencia de dos mundos: el mundo sensible, conocido a través de los sentidos y el mundo de las ideas, solo alcanzable mediante la razón.
Antes, el antro –del latín antrum– era considerado como un “local, establecimiento, vivienda, etc., de mal aspecto o reputación”, según el Diccionario, sin embargo hoy es una forma para designar a lo que en las décadas del los 70 y 80 del siglo pasado se llamaba a discotecas.
Hoy el término es respetable y ha perdido –aunque no en el Diccionario– el sentido peyorativo de antaño. Quizás con el tiempo la antropología será una ciencia que estudie los antros y los antrólogos sus aficionados.

*Columna ébrica. Publicada en el diario Despertar-

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