El destino de las casas que habitaron connotados oaxaqueños no puede ser más triste y lamentable: comercios. Cuando en otros lugares estos lugares son incluso considerados como la memoria viva de su historia particular y son fuente de ingresos para sus ciudades.
A excepción de las casas de Juárez y Díaz, el resto de los oaxaqueños ilustres permanece en el olvido. Un caso prototípico es la casa de Rufino Tamayo, que a más de un decenio del su centenario de su natalicio permanece abandonada.
No hay casa sin historia. Toda casa es cúmulo de historias. No hay mayor ingratitud que el condenar a los habitantes de una ciudad –y a sus visitantes– al olvido de su historia. En potencia, en toda casa se gesta la historia.
No importa su condición: imponentes o sencillas, suntuosas o modestas, las moradas de los héroes, mártires, estadistas, científicos o artistas pasan a formar parte de la historia local, nacional o universal.
Por ello, las autoridades –y en ocasiones los particulares– las convierten en lugares históricos, museos de sitio, galerías… por lo menos colocar una placa para mantener su memoria en las generaciones futuras. Estas casas, estas moradas, son referentes en el imaginario colectivo y, sin exagerar en algunos casos, paso obligado, visita forzosa de turistas, historiadores o admiradores.
Pero ese no es destino de las casas de Oaxaca donde nacieron, vivieron o murieron ilustres oaxaqueños. Hoy, el abandono, la desidia y el olvido, integran esas casas al resto, al conjunto de viviendas de anónimos propietarios.
A excepción de la casa a la que llegó Benito Juárez procedente de su natal Guelatao, ninguna otra casa ha merecido la atención de las autoridades. Y si no ha sido por Francisco Toledo y fundaciones, esta casa seguramente ya habría desaparecido o, por lo menos, olvidada por Instituto Nacional de Antropología e Historia.
En Oaxaca no hay héroes
Un turista pensaría que, excepto Juárez y acaso Porfirio Díaz, Oaxaca no ha sido lugar de nacimiento de hombres notables. Para el caso de artistas, puede decirse casi lo mismo, si consideramos que la casa donde nació Rufino Tamayo es desconocida por propios y extraños. Saben y sabemos de las casas de Toledo y la que habitara Rodolfo Morales en la capital del estado... pero ¿del oaxaqueño más universal, como le han dado por llamar a Tamayo?
¿Pero qué hay de los otros artistas, de los héroes de la Reforma, de la Independencia, de la Revolución? Algunas calles llevan su nombre y si detenemos a cualquier transeúnte nada nos dirá, por ejemplo, de Mier y Terán, Manuel Fernández Fiallo, Arteaga, por solo citar algunos nombres.
De ahí, seguramente, nació la práctica de colocar placas conmemorativas, que después los políticos se apropiaron para instalarlas en las obras por ellos inauguradas, aunque no necesariamente terminadas.
Al menos queda el consuelo de la existencia de calles que llevan nombres de ilustres personajes y la gente por lo menos los conoce como referencia de tránsito vehícular, como domicilio particular, como lugar para la cita con la novia…
Pero ¿Dónde nacieron los hombres que escribieron la historia en Oaxaca.
Placas invisibles
En una ciudad atestada de anuncios comerciales, las placas que tratan de recordar el nacimiento de un ser excepcional en una determinada casa se pierde irremediablemente, más si el destino de esa casa es para una negociación.
Así, en la segunda calle de 20 de Noviembre la placa donde se dice que nació José Vasconcelos pasa desapercibida entre anuncios: la casa del más importante y representativo de los escritores oaxaqueños tiene fines comerciales, no de difusión ni promoción literaria.
¿Qué decir de la casa donde nació y murió el autor del memorable vals Dios nunca muere, Macedonio Alcalá? Así, una casa que bien podría ser un museo o una escuela de música está destinado a la venta de raspados, conocidos ahora por su apócope: raspas.
En la quinta calle de Porfirio Díaz, los parientes del pintor de principio de siglo, Alfredo Canseco Feraud, colocaron una pequeña placa que, como el resto, pasa inadvertida. Modesto homenaje para pintor insuficientemente valorado y cuya obra acaso nunca se conocerá en su totalidad.
En pleno apago del mandato del General Porfirio Díaz, autoridades civiles, municipales y estatales adquirieron la casa donde vivió el que a la postre habría de convertirse en dictador.
En una ceremonia, el 15 de septiembre, en su cumpleaños número 72, las autoridades colocaron una placa conmemorativa en el interior de la casa donde nació:
“En esta pieza nació el Sr. Gral. Porfirio Díaz el 15 de septiembre de 1830”.
La casa se convirtió en escuela, misma que lleva su nombre en la actualidad. El edificio luce deteriorado y quien no conozca este hecho, bien puede confundir la escuela con los cientos de centros escolares con ese mismo nombre.
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