El alcohol puede desplazar a
la razón, nunca a la intuición.
La leyenda alcohólica persigue a ciertos autores y ésta se mantiene indeleble generación tras generación. A la par del mito, la obra perdura y, como con los buenos vinos, es más apreciada hasta convertir, obra y escritor, en culto. Lo mismo puede decirse de sus personajes y aún de pueblos o condados imaginarios: Macondo de García Márquez o Yoknapatawpha de Faulkner. De personajes, la lista sería interminable.
De Li Po a Omar Al Khayyam y de Edgar Allan Poe a Malcolm Lowry, la leyenda ébrica de estos autores se incrementa con el tiempo. Son, digamos, los escritores paradigmáticos del alcohol. No los exclusivos ni los únicos.
Lowry (1909-1957) es creador de una sola obra, pero suficiente para ser reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX. Bajo el volcán es un clásico y la consagración literaria del autor inglés. En cierta manera ésta ha opacado su poesía, sin duda alguna sobresaliente.
En la célebre carta que enviara en enero de 1946 desde Cuernavaca al editor inglés Jonathan Cape, Lowry comenta las vicisitudes de su creación y emprende una defensa a su novela, –reescrita cuatro veces en un periodo de nueve años– a la que le sugería cortes.
En esta misiva, el escritor devela sus temores, revela sus personales fantasmas:
A fines de 1941 (...) decidí agarrar por los cuernos esa fantasmagoría inspirada por el mezcal, El volcán, y hacer realmente algo con ella, convirtiéndola en esa época en una empresa espiritual. Le dije a mi esposa que posiblemente me cortaría el cuello si durante ese periodo de ebriedad del mundo alguien tenía la misma idea. (...) ¡Cuántas veces no le habían dicho a este escritor que ése entre todos los temas era imposible de vender, que no había nada más difícil de manejar que la dipsomanía!
Y sus temores se cumplieron. Por esos años apareció El fin de semana perdido de Charles Jackson, obra ahora olvidada. Pero más allá de esto, lo importante es su sinceridad en cuanto a la angustia del proceso de creación.
También su confesión sobre su gusto del alcohol, en especial del mezcal:
Muy bien, yo no estoy hablando del buen vino sino de mezcal, y además del anuncio, una vez en el interior de la cantina, el mezcal para poder beberse necesita sal y limón, y tal vez uno no lo bebería si no estuviera en una botella tan seductora. Si esto le parece demasiado fuera de sitio, permítame preguntarle quién se sentiría con valor para aventurarse en el yermo de La tierra baldía sin un conocimiento previo de su complejidad estilística.
Y prosigue:
La agonía del ebrio encuentra su más exacta analogía poética en la agonía del místico que ha abusado de sus poderes (...) el mezcal de México es una bebida infernal, pero es, no obstante, una bebida que usted puede adquirir en cualquier cantina.
En Bajo el volcán, aparece El Farolito, ahora ya mítica cantina, que algunos creen encontrar en La Farola. En Oscuro como la tumba donde yace mi amigo, Sigbjørg Wilderness, alter ego de Malcolm Lowry, decide regresar a la cantina El Farolito y reencontrarse con su amigo Juan Fernando Márquez a quien conoció en Oaxaca.
Más que una novela, apuntes de viaje, Oscuro… relata el regreso al Infierno, a Oaxaca. Escribe el autor británico:
“Por decirlo así. Pero el Cónsul no había huido al norte”, pensó Sigbjørg, había huido al Farolito, en Parián, donde había encontrado la muerte. Y ellos, Primrose y él no habían huido al norte, al menos aun no. Habían huido al sur, un larguísimo viaje al sur, y muy pronto “en cuando podamos” huirían más al sur, al Farolito –¿quién sabía? – pues El Farolito no estaba en Parián, sino en la propia ciudad de Oaxaca, la parte de El Farolito que no está en El Bosque de Oaxaca ni en la Universidad de Cuernavaca, donde si lograban ir también allí “lo antes posible” huirían con rumbo al sur. Y en Oaxaca podrían incluso alojarse en el Hotel La Luna, si es que seguía existiendo, donde Sigbjørg solía salir tambaleándose a las cuatro de la madrugada con rumbo a El Farolito.
Según su biógrafo Douglas Day, Malcolm Lowry en su segundo viaje con su segunda mujer Margerie Bonner, en 1942, no encuentran El Farolito en cambio se entera de la muerte de su amigo oaxaqueño, asesinado a la salida de cantina en Tabasco años atrás, tal como le sucede al cónsul Geoffrey Firmin en Bajo el Volcán.
A partir de entonces, escritores, aventureros y exégetas han buscado, sin resultado, la mencionada cantina o encontrar referencias por lo menos, también infructuosamente.
Tratándose de una obra literaria más que un testimonio histórico o antropológico, en Bajo el volcán sin embargo existen diversas pistas y datos que permiten reconstruir cómo era Oaxaca y Cuernavaca –que funde en su novela el inglés– antes del inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Pero hay una cuestión fundamental antes de proseguir el relato la próxima semana: ¿En realidad existió El Farolito o solamente fue una fantasmagoría creativa de Lowry?
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