De acuerdo a la tradición guadalupana, en el cerro del Tepeyac un 12 de diciembre de 1531 la virgen María por tercera ocasión se le apareció al indio Juan Diego que después de 471 años se convertiría en santo. El incrédulo arzobispo de la Nueva España, fray Juan de Zumárraga –quien nunca deja constancia testimonial de este extraordinario hecho– requería pruebas fehacientes de la aparición y la virgen lo complació: su imagen se estampó en el ayate del indígena.
El ayate o tilma es una tela fabricada con fibras de maguey. Aún el más fino entramado de ésta, sigue siendo una tela gruesa y tosca. Sobre ella se estampó la imagen de la virgen de Guadalupe. Más aún, para Edmundo O’Gorman en su libro Destierro de sombras, el resplandor en la imagen en realidad son pencas de maguey y esto puede ser posible puesto que la otra aparición se da justamente en un magueyal. Además, la virgen por excelencia de los mexicanos está asentada sobre una luna menguante, que está vinculado al mundo acuático y al maguey en especial.
Juan Rodrigo de Villafuerte, uno de los hombres que acompañó a Hernán Cortés, trajo a territorio americano una imagen de la Virgen de los Remedios “para su consuelo”, regalo de su hermano quien le aseguró que la imagen le había salvado en las batallas y que haría lo mismo en el Nuevo Mundo.
A la llegada de los españoles a México Tenochtitlán, Cortés ordenó que se colocara la imagen en un altar que era utilizado para sacrificios humanos y no se volvió a usar sino hasta el 30 de junio de 1520 –en la célebre Noche triste– cuando las tropas españolas salieron precipitadamente de la capital del imperio azteca. En un cerro cercano al pueblo de Tlacopan, donde pasaron la noche, según las crónicas, la Virgen de Los Remedios se les apareció acompañada del apóstol Santiago quien les auguró el triunfo definitivo.
20 años después, una vez consumada la conquista, al cacique indio convertido al catolisismo y de nombre Juan de Águila se le apareció la Virgen “que con voz sensible le decía: Hijo búscame en este pueblo”. De inmediato empezó a buscar la imagen que encontró debajo de un maguey. Desde entonces la imagen tallada en madera fue venerada y los comarcanos solicitaban su intercesión para acabar con las sequías, plagas y pestes; lo mismo que para inundaciones o temblores.
La Virgen de Los Remedios era llevada en procesión en la calzada México-Tacuba para aplacar la furia de la naturaleza, sobre todo en lo que se refiere a inundaciones, frecuentes en ese entonces. Para los pocos devotos de la virgen del Tepeyac o Guadalupe, las autoridades eclesiásticas tenían predilección por la otra virgen, la de rasgos europeos. Al respecto escribe Humboldt, ya asentada la creencia guadalupana:
El espíritu de partido que reina entre los criollos y los gachipines da un matiz particular a la devoción. A la gente común, criolla e india, ve con sentimiento que, en las épocas de grandes sequedades, el Arzobispo haga traer con preferencia a México la imagen de la Virgen de los Remedios. De ahí aquel proverbio que tan bien caracteriza el odio mutuo de las castas: “hasta el agua nos debe venir de la gachupina”.
Otra Virgen, la de Juquila, en Oaxaca, tiene una característica que la hace especial entre las demás vírgenes. Está asentada sobre un maguey tobalá, que es común en la región y del que se obtiene un mezcal excepcional y único. Por la vestimenta que se le cambia diariamente es difícil apreciar el maguey, pero de vez en cuando es posible advertirlo.
Si en la bandera nacional se representa el sitio geográfico, Tenochtitlán, en la imagen de la Virgen de Guadalupe (y las demás vírgenes) está representada la parte espiritual y cosmogónica del pueblo mexicano: el maguey. Ambas plantas, el nopal donde se posa el águila devorando la serpiente y el maguey donde se imprimió la imagen de la virgen, son emblemáticas de la nación mexicana.
* Sintesis de un ensayo publicado, con ese mismo nombre, en al el libro Miscellla mezcalacea
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