viernes, 10 de junio de 2011

La buganbilia

Todas las mañanas la niña descorría las cortinas de la ventana para ver el jardín. No sin asombro y tristeza veía como la bugambilia decrecía en color. Contra el muro de concreto la planta parecía una foto desvaída en acelerado envejecimiento. El magenta de las flores menguaba más rápidamente que el verdor de las hojas. La gris pared entristecía aún más el jardín.
En un principio la niña no sabía a qué se debía este hecho inexplicable. Por las tardes veía nostálgica a través de la ventana que daba al patio para tratar de escrutar el origen de tan extraña devastación. También se sentaba frente a la ventana tratando de ver cómo sucedía este fenómeno que en un principio no advirtió.
Sentada frente a la ventana, todas las tardes la niña imaginaba qué suerte correría la bugambilia al día siguiente. Mañana a mañana, la planta iba desflorándose, deshojándose.
De la arborescente bugambilia, la copa lucía ramas secas, intrincadas. Fúnebre aspecto aún a la luz de la límpida mañana.
Una noche, la niña decidió contárselo a su padre quien recién regresaba de un largo viaje de negocios. Su madre decía que esperara al jardinero, quien era el encargado de solucionar todo lo referente a las plantas, el pasto y cosas así. Pero el jardinero no había ido. De hecho, el jardinero no iría más porque un autobús lo había atropellado una semana antes. Pero ni la niña ni su madre lo sabían aún y es posible que nunca lo sabrían. “Se van del trabajo sin decir nada”, solía decir su madre cuando algún miembro de la servidumbre dejaba de ir, ya sea por malos tratos recibidos o porque el trabajo era mucho y la paga poca. O ambas cosas.
Esa noche, la niña recibió preciosos juguetes de quién sabe que extraño país. Entre abrazos, besos y promesas, la niña le contó su pesar.
Cuando el padre supo la tristeza que acongojaba a su hija dijo:
–Son las hormigas arrieras, hija, no te preocupes. Mañana no tendrás que preocuparte más de la bugambilia.
Feliz, la niña durmió soñando con una bugambilia que crecía tan alto como su casa y tan ancha como un campo de fútbol.
Por la mañana, lo primero que hizo la niña fue correr a la ventana.
Todavía pudo ver a su padre, hacha en mano, que arrastraba hacia la puerta la bugambilia que dejaba tras de sí una estela magenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario