En su viaje por los pueblos más allá de Egipto, hacia Poniente, Herodoto nos cuenta las costumbres de cada uno de los pueblos con lo que se topa. De está manera relata que los gindanes, “cuyas mujeres llevan cerca de los tobillos sus ligas de pieles, y las llevan, según corre, porque por cada hombre que las goza, se ciñen en su puesto la señal indicada, y la que más ligas ciñe esa es la más celebrada por haber tenido más amantes”.
Los ausées, en cambio, “sin cohabitar particularmente con sus mujeres, usan no sólo promiscuamente de todas, sino que se juntan con ellas en público, como suelen las bestias. Después que los niños han crecido algo en poder de sus madres, se juntan en un lugar los hombres cada tercer mes, y allí se dice que tal niño es hijo de aquel a quien más se asemeja”.
De los pueblos tracios, los crestoneos tienen por costumbre que cuando un hombre muere, las viudas –que son numerosas– entran en una gran disputa, apoyadas por sus amigas, familiares y allegados. El punto de discusión es determinar quién fue la más querida por el difunto. La que sale victoriosa de esa especie de justa, es vitoreada y aplaudida, y obtiene como premio el extraño privilegio de ser degollada por mano del pariente más cercano sobre el sepulcro de su marido. Es enterrada a su lado. “Y las demás, perdido el pleito, que es para ellas la mayor infamia, quédanse doliendo y lamentando mucho su desventura”.
Los tracios, además, permiten a las doncellas tratar familiarmente con cualquiera y éstos pueden usar licenciosamente de ellas, pese a que éstos “son sumamente celosos con sus esposas”, acota Herodoto a quien dejamos por el momento para retomarlo en posteriores colaboraciones cuando hablemos de hetairas famosas. Así, pasamos a otro autor.
Plutarco en Vidas paralelas nos recuerda una costumbre de su tiempo y aún es costumbre hoy en día. Rómulo y sus seguidores raptaron a algunas de las mujeres de los Sabinos con quieres posteriormente formarían las Curias romanas. El número de las mujeres raptadas varía de autor en autor y van de más de treinta a seiscientas ochenta y tres doncellas. En la vida de Rómulo, Plutarco cuenta:
“Dura también hasta ahora el que la novia no pase por encima del umbral de la casa, sino que la introduzcan en volandas; porque entonces no entraron, sino que las llevaron por fuerza”. La mencionada tradición recuerda el rapto de las mujeres.
Fundada Roma, acrecentada la ciudad, en comicios –los romanos al juntarse le dicen comire– los tribunos –presidentes de las tribus– dieron las siguientes concesiones a las mujeres:
Cederles la acera cuando van por la calle; que nadie pronunciase nada indecente en presencia de la mujer; no dejarse ver desnudo ante ellas; no ser obligadas a litigar ante los jueces de causas capitales; que sus hijos llevaran el adorno que por su forma, que imita las burbujitas, se llama bula, y llevar un pañuelo de púrpura rodeando el cuello.
*Columna publicada en la revista Mujeres.
Para puntos concomitantes, ver "Anax" en:
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