lunes, 6 de junio de 2011

Kokis

La noche llega abrupta. El foco de un puesto de tacos ilumina la calle. Las sombras se desplazan sobre una calle mal iluminada y mal oliente. Salen del Nuevo Mocambo, Kloster, Tabula Rasa y un par de cantinas aledañas. Se encaminan a El Kokis. El lugar está a reventar. Las mesas llenas. La barra atestada. Solo se vende cerveza. La mayoría de los parroquianos piden caguamas. Un ir y venir de clientes. La pequeña puerta del lugar permanece bloqueada por el entrar y salir de las personas.
Hay una discreta fila para escoger música de la rocola. Recién conocí esta cantina en la tercera calle de Mier y Terán y si bien permanece abierta todo el día, es en la noche cuando el ambiente adquiere una fisonomía peculiar y única.
En realidad, hasta hace poco, El Kokis era una cantina más en esa zona poco frecuentada por la sociedad. Hay que decirlo, la zona goza de mala fama, donde proliferan, más que cantinas, auténticos antros, bares de mala muerte. Pero todo tiene su encanto y no por ello dejan de ser refugio de bebedores compulsivos, ricos o pobres.
Por algún fenómeno que quizás la propietaria Sara conozca, El Kokis se convirtió de pronto es lugar de peregrinaje para artistas, periodistas y algún empresario. De hecho, cuando El Central cierra sus puertas, las de El Kokis permanecen abiertas para quienes quieren seguir la fiesta hasta que el cuerpo resista.
No es difícil caer en la fascinación de ese lugar. Es avasallante, irresistible. Lo extraño es que no ofrece nada más que otras cantinas. Es el ambiente propiciado por los propios parroquianos quienes hacen distintiva a esta cantina.
Para quien no conoce el lugar, no espere algo sorprendente porque podría desilusionarse. En realidad y como sucede con la vida, no hay que esperar nada y algo nuevo acontecerá. El Kokis es prueba de ello.

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