domingo, 12 de junio de 2011

Ébricos

La ebricidad es un estado de gracia, el desdoblamiento del ser; la ebriedad, la pérdida de gracia, el desdoblamiento de la personalidad.

Las definiciones encasillan, sin embargo para trasmitir conocimientos es una herramienta útil. Hasta donde sé, en español no hay un término específico para denominar a una borrachera lúcida, aunque tales conceptos, en apariencia, son contradictorios.
Ello viene a colación por el término ébrico que usé la semana pasada en esta misma columna con tal apellido, Recibí un par de correos conminándome a definir el vocablo. De hecho, la primera vez que lo acuñé fue en Mezcalaria, cultura del mezcal. En ese libro, publicado en el año 2000, designé al consumo ritual y podría decirse hasta sacro del mezcal en las comunidades oaxaqueñas, una ingesta que es una auténtica cultura ébrica en el sentido de que más allá de lo evasivo y festivo y está arraigada en una forma de convivencia social en comunión con los dioses tutelares que, al paso del tiempo, se sincretizó con el Cristianismo.
Por razones que no venían al caso en ese entonces, no amplíe el término ni el concepto. Creo que ahora es importante hacerlo pues aparte de que la columna contiene esa voz, esa misma usaré en lo futuro.
Entiendo por ébrico la embriaguez lúcida y creativa; un estado de éxtasis. Los griegos decían que el vino era un néktar –bebida de los dioses– y los indios el soma; el pulque fue para los antiguos pobladores de Mesoamérica la bebida de los dioses y prácticamente en todas las culturas antiguas, el concepto es similar: por la bebida se podía entablar una comunicación sin mediación con los dioses. Se sobrentiende que ésta era una borrachera sagrada, ritual.
Los artistas de finales del siglo XIX y principios del XX, que irradiaron su arte desde París, principalmente, como Vicent Van Gogh, Charles Baudelaire, Eduoart Manet, Pablo Picasso, Edgar Degas, Ernest Hemingway, Oscar Wilde, por sólo mencionar a algunos, consumían absenta o ajenjo como vehículo para realizar su quehacer artístico porque inducía al estro poético, aun cuando su obra fuese plástica.
Según la leyenda, en 1888 Van Gogh, loco de absenta, se cortó el lóbulo de la oreja y lo envió a una prostituta. L'Absinthe era un tema recurrente entre artistas bohemios franceses, considerado como patológico por los críticos británicos, pero Picasso, Degas y Manet, entre otros, elevaron la absenta a mito y desarrollaron muchas de sus mejores obras pictóricas. Eran poetas y pintores ébricos.
Como decía líneas arriba, en español no hay una palabra que defina ese estado de gracia al que aludo; un estado de contemplación donde fluyen las ideas y donde el mundo se ve desde múltiples perspectivas sin llegar a la alucinación, como podría suceder con algunas plantas sagradas o psicotrópicas en términos médicos.
Hay, claro, vocablos como borracho, beodo, ebrioso, ebrio, borrachín, pedo, briago y tantos términos como usted guste enlistar pero ninguno con la acepción que, por definición, resulta contradictoria, pero finalmente real: ébrico.
Hay, desde luego un estado en la ebriedad donde la persona, se dice coloquialmente, “está entablado”, significando con ello que por más que se beba persiste la ecuanimidad. No hay, sin embargo, un estado de sublimidad y se puede llegar a la catatonia o por lo menos al torpor.
Hay, en las primeras copas, un estado donde el bebedor adquiere una personalidad achispada y alegre, festiva y bulliciosa., pero lentamente, en la medida en que se bebe, el efecto se pierde al igual que las facultades psicomotrices.
Y de pronto, en el momento inesperado, con la persona impensable, en el lugar insospechado se entra al estado de ebricidad. Como un rayo fulminante la ebriedad se difumina sin que desaparezca; los sentidos se aguzan, la percepción sensorial se expande, la realidad adquiere matices distintos sin perder materialidad y el espíritu se eleva, mirando en todas direcciones; las ideas, fluentes, se reconcentran y adquieren un toque de genialidad que solo los verdaderos artistas aprehenden y lo ejercen ya en el lienzo, ya en la hoja en blanco, ya en el papel pautado, ya…
Y aún sin ser artista, la sola contemplación puede rayar en una experiencia mística o trascendente.
Pero no se crea que tal experiencia es permanente, solo dura unos instantes. Es un arrobamiento momentáneo. Y aquí, es válido lo escrito por Francisco de Quevedo: “Lo fugaz permanece y dura”.
Por ello, esa persistencia, esa necesidad de entrar de nuevo a ese estadio de ebricidad. Se le busca, se le desea pero, ay, qué pocas esperanzas hay de alcanzarlo de nuevo. Intentémoslo. Siempre. Salud.

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