martes, 31 de mayo de 2011

Carretera

Avanza raudo el vehículo. Es mediodía en la solitaria carretera. Rumbo a Huatulco. Los matorrales a lo largo de la vía se prolongan hasta perderse en la distancia. No hay sembradíos, no hay árboles. Solo chaparrales. A lo lejos, las montañas, verdes unas, otras azules. El cielo azul cobija blancas nubes. Hace calor. El silencio del tripulante y sus acompañantes se hace indispensable para disfrutar el paisaje semiárido. Recta, la carretera, se extiende solitaria. Se pierde hasta los espejismos del pavimento. Dos, tres puentes para que pasen carretas es lo único que distingue a la ancha carretera.
En una ladera, un joven trepa para colocar malla que evite los indeseables derrumbes. Más adelante una maquinaria obstruye el paso, pero en pocos minutos el camino está libre.
En las carreteras de Oaxaca el conductor se topa con nombres impensables: Agua de sol, Agua de luz, Playa Cangrejo, Santa Cruz Bamba, El socavón, Buenos Aires, Los Cansecos, Santa Catarina Minas, El Pochote, Quiavení, Güilá, Corral de piedras... por sólo mencionar algunos.
Son nombres poéticos o, en todo caso es la poética de las carreteras. Hay, claro, nombres comunes o al menos comunes para los oaxaqueños pero que para gente de otra latitud sonarán extraños como nos suenan muchos nombres en Michoacán; nombres que nos parecen trabalenguas de tan impronunciables.
Ver en el camino a un campesino regresar por la tarde, con su machete en mano nos provoca muchas interrogantes: ¿de dónde viene? ¿cómo le fue en el trabajo? ¿qué problemas tuvo? ¿qué guarda en su morral? Contestar esas preguntas nos alienta a escribir una historia. Así nacen los cuentos.
Luego, en el camino, un animal muerto: una iguana, un perro, incluso una lagartija. Nos conmueve y, a un tiempo, nos repugna. Volteamos la mirada a otro lado. Nuestras buenas conciencias reaccionan ante un espectáculo sangriento. Queremos ser asépticos, como pretenden serlo las televisoras norteamericanas. Una guerra limpia, una guerra sin muertos.
Después, en tránsito, no falta el imprudente. Aquel que rebasa en curva, a quien no usas direccionales, en fin que lo tiene que padecer quien maneja en carretera.
Pero a lo que yo me quería referir es a lo siguiente. Cuando uno atisba a lo lejos la entrada de un pueblo: un conjunto de chozas, a veces algunas construcciones de materiales, un templo pequeño, una cancha de basquetbol. Está la infaltable miscelánea. A veces una escuela. Y pare usted de contar. Ahí, en esa comunidad se ven niños jugando en la tierra, algún señor meciéndose en la hamaca, unas mujeres lavando en el río cercano, jóvenes de creciente hermosura que juegan en la cancha, que corren o, que, sentados, se cuchichean entre sí.
Conmueve ver a esos jóvenes de uniformes desvaídos, de esperanzas truncas cuyo futuro es tan previsible como el empleo de sus padres. Claro, alguno emigrará para no volver jamás.
Da tristeza infinita ver a esos jóvenes de rostros inescrutables que ven pasar los automóviles como las oportunidades que les van perdiendo. Como en la vida, aquí no cabe un aventón.

lunes, 30 de mayo de 2011

Mestruario II*

En nuestra entrega anterior nos referimos a una costumbre en Babilonia en donde las mujeres se prostituían una vez en su vida en el templo dedicado a la Venus asiria. La prostitución sagrada fue una práctica común en el mundo antiguo y, por supuesto, nada tiene que ver con la prostitución que conocemos en Occidente desde tiempo inmemorial.
Prosigamos de la mano de Herodoto quien nos refiere a propósito de otro templo sagrado en Egipto, este consagrado a Venus Urania. El faraón Psamnítico, “con suplicas y regalos” logró que tropas escitas que habían llegado a Siria Palestina no siguieran su camino de conquista. De regreso, cuando llegaron a Ascalona, ciudad de Siria, la mayor parte del ejército pasó sin hacer daño alguno, sin embargo no faltaron algunos rezagados que saquearon el mencionado templo.
“Este templo, según mis noticias –apunta Herodoto–, es el más antiguo de cuantos tiene aquella diosa, pues los mismos naturales de Chipre confiesan haber hecho a su imitación al que ellos tienen; y por otra parte los fenicios, pueblo originario de la Siria, fabricaron el de Cytheres”.
A causa de la profanación, nuestro narrador nos dice que: “La diosa se vengó de los profanadores enviándoles a ellos y su descendencia cierta enfermedad mujeril; y todos los que van a la Escita ven por sus ojos el mal que padecen aquellos a quienes los naturales llaman Enareas”.
Si no nos equivocamos, la enfermedad a la que se refiere el texto seguramente es la homosexualidad. Pero ello es mera especulación. Se nos informa, asimismo, que a Venus los asirios llamaban Mylitta, los árabes Alitta y los persas Mitra. La importancia en Medio Oriente y Asia, además de la región helénica del Mundo Antiguo, de esta deidad queda más que manifiesta.
Herodoto nos informa también que los licios, cuyos orígenes se remontan a la isla de Creta y que antiguamente estuviera habitada por bárbaros, tienen leyes además de helénicas, parte cretences y parte carias. Sin embargo los distingue una en particular y “es el de tomar el apellido de las madres y no de los padres; de suerte que si a uno se le pregunta quién es y de que familia procede, responde repitiendo el nombre de su madre y el de sus abuelas maternas. Por la misma razón, si una mujer libre se casa con un esclavo, los hijos son tenidos por libres e ingenuos; y si al contrario, un hombre libre, aunque sea de los primeros ciudadanos, toma mujer extranjera o vive con una concubina, los hijos que nacen de semejante unión son mirados como bastardos e infames”.
Una muestra tardía para demostrar que mucho antes, el matriarcado era práctica común.
+*Publicado en la revista semanal Mujeres

domingo, 29 de mayo de 2011

Cuchillo

El chocar de metales inunda la mañana. El trino de la parvada, el pregón del vendedor de quincalla, el viento entre el ramaje quedan ligeramente apagados. El entrechocar del cuchillo y el afilador de pronto marca un ritmo cadencioso en medio del azulenco paisaje de la sierra que se destaca en lontananza. Ric rac, ric rac...
Ahora es el ululante gañido del chivo el que opaca los demás sonidos. El hombre abre en canal al chivo que preparará en barbacoa. Cuando pasa el filoso instrumento en el cuello del animal, los frenéticos movimientos se incrementan y el chillido agónico se prologa unos instantes antes de quedar todo en silencio. Después de unos instantes, por el altavoz del pueblo, el tendero dedica canciones:
–De parte de eme ele para la agraciada señorita Juventina la siguiente pieza.
Empieza una melodía ranchera de amores trágicos y desamores felices. La canción se escucha en todo el pueblo y todos en el pueblo conjeturan quién dedicó la pieza a Juventina.
Desollar el chivo es una tarea de precisión que Abel acomete con movimientos rápidos y hábiles. El trabajo lo hace mecánicamente, prestando atención a su entorno.
–Ya te he dicho que limpies bien esa olla –se dirige a su hija menor.
–Chingada madre dame la piedra de afilar –vocifera a su hijo mayor.
–Con una chingada ¿quién me va a traer la palangana?
Ofelia mira de reojo a su marido quitar la piel del chivo. Sabe que hoy comerán carne, poca porque no se pueden quedar con mucha. Los clientes lo advertirían. Echa tortillas entusiasmada. Tararea la canción del altavoz.
Las gallinas se acercan para picotear los pellejos y la sangre derramada alrededor de Abel. Tuerto, el perro, mira extasiado y a prudente distancia los movimientos de su amo. No se acerca porque sabe que podría perder el otro ojo. Alguna vez se llamó Manchas, pero ahora responde al nombre de Tuerto. El vacío ocular lo hace parecer avieso.
Con todo cuidado Abel prosigue su faena, mas fija su atención en lo que vendrá después. No deja de pensar, en lo sucedido dos días antes. Siente pesar y angustia por lo que pueda pasar. Pero hasta ahora nada se ha sabido. Espera que en cualquier momento llegue la noticia.
No bien termina de prender fuego al horno, colocar el chivo en una tina y su sangre en una olla y tapar bien el hueco en la tierra, cuando dos camionetas negras repletas de judiciales llegan al frente de su casa, rechinando las llantas y levantando polvareda. Bajan con pistolas y metralletas apuntándole.
No hay sorpresa, sino asombro por el operativo. Abel aún tiene el cuchillo en la mano cuando el comandante le grita: “Baja ese cuchillo o aquí mismo te quebramos hijo de la chingada”. Abel suelta la daga. Curiosos, los vecinos se acercan cautelosos para ver pero son retirados con gritos por los judiciales.
El lento tañir de la campana acompaña la conmoción de la comunidad.

En la rejilla, el agente del Ministerio Público lee:
El indiciado señala que la noche en que ocurrieron los hechos, él y Juan Martínez, su compadre, libaban en la tienda de denominación social La zapoteca. Después de las 20:30 horas se retiraron del lugar para dirigirse a sus respectivos domicilios ubicados en la intersección de la comunidad de Tilmago. Según el indiciado, la riña empezó después de que el finado lo insultó y comenzó a golpearlo. Sin embargo el ahora detenido no especifica las razones y el motivo por el que quitó la vida a Juan Martínez, oriundo de la comunidad mencionada. Como testigo se presentó el ciudadano Esteban Salinas, propietario de la multicitada negociación donde libaba el ahora detenido y el hoy occiso quien manifestó a este representante social que efectivamente al filo de la hora antes dicha los dos individuos se retiraron después de haber consumido litro y medio de mezcal y que los acompañaron unos momentos Narciso Estrada y Jacinto Gándara quienes sólo tomaron dos o tres tragos de mezcal. De acuerdo a su versión, el motivo de la discusión se debió a la posesión de una yunta pero sin saber responder exactamente de qué trataba el problema o por qué se originó.
Abel, la cabeza gacha, asiente a lo que el funcionario judicial lee. Las manos crispadas sobre el borde de la mesa de madera donde se apoya se amoratan.
El agente del Ministerio Público se retira para continuar con otras diligencias. En la sala de audiencias sólo queda la secretaria, una mujer rechoncha de mediana edad y gafas gruesas y el guardia que espera la orden para llevarlo directamente a la penitenciaria.
–A ver dígame señor y esto no es para la Averiguación Previa... ¿cómo es que lo mató? ¿Por qué no me dice lo que ocurrió en verdad?
Abel la mira con sus ojillos negros, entrecerrados.
–Usted no parece una persona mala, cuénteme.
–Usted no sabe –le responde con una voz apenas audible.
–¿Fue con el cuchillo que llevaba cuando lo detuvieron, verdad?
–Sí, con ese.
–¿Pero por qué lo hizo?
–Mira señorita, eso de plano no voy a responder. Eso fue cosas de hombres. Dios sabe lo que ocurrió. Abel recuerda vívidamente el momento en que con diestra mano y siniestra intención quitara la vida a su compadre. Mas no se arrepiente.
–¿Lo hizo premeditadamente?
–¿Cómo?
–Quiero decir que si había pensado matarlo desde antes –explica un tanto nerviosa la secretaria quien ya se ha ganado la confianza del reo. El ventilador del techo rechina de vez en vez, rítmicamente.
–No ¿cómo cree? –responde secamente, como sorprendido.
–Pero si fue con el cuchillo ¿no?
–Sí, con ese que tiene a su lado.
Es un arma larga, de empuñadura de cuerno de toro y acero templado. La hoja se hizo con el riel de una vía de ferrocarril. En realidad primero se hizo para un machete, pero su padre lo dividió en tres para cada uno de sus hijos. El mango lo hizo él mismo con el primer toro que le tocó sacrificar asistido de su padre. Es un arma larga y bella. Cautiva a quien la mira.
La secretaria toma el cuchillo. Se estremece al tenerlo en sus manos. Lee en la empuñadura: Tilmango 1937. La caligrafía es tosca y desigual; los trazos bruscos y la hendidura profunda. ¿Cuánto sudor, mugre, tierra y sangre no se esconde en las grietas que forman las palabras? Se pregunta la secretaria mientras observa detenidamente la fascinante arma.
–Desde que lo tengo nunca lo he soltado. Nunca lo dejé en ningún lugar –explica pausadamente.
La secretaria piensa cómo es posible que un hombre tan menudo pudiera cargar un cuchillo de esas dimensiones. El tamaño del hombre y la del arma son desproporcionados. Simplemente no se imagina al hombre que tiene frente a ella portando un cuchillo de tal tamaño: ¿Pues dónde se lo mete? Piensa sobresaltada y se ruboriza.
La mujer devuelve el cuchillo a la bolsa de plástico y lo mete en un cajón del escritorio del agente del Ministerio Público.
–Entonces con este fue –dice la secretaria al hombre que será condenado por homicidio.
–Con ese mismo.
Está por anochecer. La tenue luz de la tarde empieza a menguar. Con menos luz el silencio pareciera cristalizarse, como un vidrio traslúcido.
–Lo hice cuando tenía 13 años –continua mientras se ve las rugosas y encalladas manos.
El viento del ventilador mueve papeles y hace más soportable el sofocante lugar..
–Si las cosas hablaran este cuchillo tendría muchas historias que contar –dice la mujer.
Por vez primera el hombre sonríe. Es una sonrisa a un tiempo melancólica y de asentimiento. Parece más bien un gesto. De cualquier manera es una sonrisa en la que no se adivinan los sentimientos del hombre.
–Si hablara... –dice para sí mismo– si hablara...
–Cuénteme algo, hombre –le apura la mujer ya sin mucha convicción.
–Nomás le diré esto: el sábado estuve tomando con mi compadre, luego pasó lo que tenía que pasar. Nomás fueron siete cuchilladas. Al otro día fui al cumpleaños de mi sobrino, Edmundo, cumplía seis años. Ya estaban por partir el pastel pero no tenía cuchillo. Presté mi cuchillo.
–¿Usó el mismo? –pregunta horrorizada la mujer señalando el cajón cerrado donde recientemente había guardado el arma.
–Con ese mismo, señorita.
Un silencio prolongado. El rostro agestado de la mujer parece formar un rictus.
–No sabe, señorita, los usos que puede tener un cuchillo.

sábado, 28 de mayo de 2011

Aire

Acaso fue la predestinación, pero nunca la casualidad, que las puertas de un bar atestiguaran nuestro encuentro. Lo natural fue que traspusiéramos el umbral dejando tras de nosotros las puertas abatibles en movimiento.
El cantinero nos sonrió cuando nos vio. A las 10 de la mañana éramos sus primeros clientes. Es posible que para algunos empezar a tomar a esa hora resulte inquietante o perturbador. A Darío no le importaba.
Después de mucho de no vernos me enteré de su ingreso a la cárcel acusado de fraude, denunciado por su hermano y todo, como después lo supo, para acostarse con su mujer. Cuando salió, su mujer le pidió el divorcio que él aceptó resignado. Un mes después supo del casamiento de su hermano y su ex mujer. Su madre le confirmó la historia de infidelidad.
Nos salimos después de otras dos o tres rondas. La esplendente mañana era ya un medio día calcinante. Dos cuadras después nos detuvo una miscelánea.
–Ni modo, entremos.
Buscamos un lugar bajo la sombra de un limonar, en la trastienda. Nos sentamos en unas piedras y se acercó la dueña con una botella de mezcal y dos pequeños vasos de veladora. Escanció generosamente, dejó un pequeño plato y limones.
La trastienda era un patio con cinco árboles bajo los cuales se sentaban los parroquianos en improvisadas mesas. Al fondo había algunas viviendas y de vez en vez salían algunos niños a jugar. Tres personas de patibulario rostro discutían en voz baja, inclinándose para que sus comentarios no se escuchasen.
–¿Qué tal la cárcel? –pregunté a bocajarro a Darío.
–Espantoso... la verdad no quiero ni recordarlo.
–Disculpa... olvídalo.
–No hay problema.
Después de un tiempo volví a la carga, no sin antes disculparme por la intromisión.
–¿Por qué pasaste tanto tiempo en la cárcel? Hubieras salido con un buen abogado.
–Porque mi hermano es un pinche oreja y tiene conexiones.
No pregunté más, me parece. Salimos. Enfilamos nuestros pasos a una callejuela al este de la ciudad.
Entramos a un tugurio y pedimos cervezas. No había advertido, pero la persona que nos atendía era un homosexual un tanto extravagante, más por sus posturas y arranques que por su vestimenta. Bebíamos en silencio, absorto cada cual en sus pensamientos o acaso en sus sensaciones. Fue una especie de acuerdo tácito. Los ruidos de las mesas adyacentes: gritos, improperios, susurros, vasos entrechocando se incrementaban. El humo de los cigarros densificaba el ambiente, impregnando ropas y pensamientos.
Un personaje surgido de un cuadro impresionista se acercó exultante a nuestra mesa. Darío se levantó para saludarlo y se fundieron en un abrazo fraterno y frágil. Manuel era su nombre. Nos saludamos diligentemente y pedimos un vaso más y otra caguama.
La afanosa y lúbrica mirada del mesero me atrajo de nuevo a la cantina. Desperté como de un marasmo y fijé mi vista en mis acompañantes que seguían enfrascados en una discusión a la que lentamente me incorporé hasta imponer mi punto de vista, más como deporte que por convicción. Volvía al redil de mi vida.
Pasaron varias rondas de caguamas antes de que acordáramos marcharnos de ahí. La cerveza, después de un tiempo, hostiga.
Fuimos a la casa de don Enrique. Una cantina disfrazada de casa, enclavada en el centro mismo de la ciudad pero que una vez dentro pareciera que se estuviera en un pueblo aledaño a la ciudad. Llevaríamos como la mitad de la botella cuando Manuel nos propuso asistir a la inauguración de una cantina. “No tenemos invitación” fue la respuesta de Darío y mía.
–El dinero es la invitación, güeyes –replicó.
Llegamos a un lugar algo extraño para mí. Lleno de adolescentes. Decenas de chicas anoréxicas distribuyendo sonrisas, cuchicheando entre ellas, tomando en pie una cerveza, platicando y semi bailando en su lugar.
–Una chela y nos vamos –me dijo Darío pidiendo una ronda.
No sabría explicar con certeza lo que ocurrió después. Todo fue confusión, gritos y caos. Darío se encontró a su hermano. Alejandro. Empezaron a discutir. No le di importancia porque veía a una linda morena que se desplazaba sensual en medio de la atestada estancia.
De pronto se escucharon gritos; por sobre la música estridente se oían improperios y golpes. Una oleada de personas me atropelló. Me abalancé y quitaba cuerpos de en medio para llegar a los que peleaban. Cuando llegué al centro, Darío se incorporó con el rostro transfigurado, las órbitas de sus ojos desquiciadas y espumando sangre de la boca. Se encaminó a la salida y todos, incluyéndome, le cedimos el paso. Una valla expectante y silenciosa lo miró salir. La música seguía inconmovible y a todo volumen. Con todo, se escuchaban los chillidos de su hermano, rodeado de personas.
Seguí a Darío. Ya en la calle miré los rostros de unas aterrorizadas adolescentes que contaban su versión de los hechos. Darío lanzó un esputo sanguinolento en la cuneta de la calle y se perdió ante el asombro de los parroquianos y la mirada atónita de los guardias de seguridad que nunca movieron un dedo porque probablemente nunca advirtieron lo que había sucedido.
Un perro que olfateaba en las inmediaciones se acercó al pequeño charco de sangre en medio de basura. Mordisqueo algo y se fue tranquilamente.
–La oreja, la oreja –se escucharon gritos desde el interior.
–Busquen la oreja –decía una mujer que salía histérica.
–La lleva el perro –dije señalando al perro que meneaba la cola y daba vuelta en la esquina.
Tres, cuatro y cinco jóvenes corrieron para perseguirlo.

viernes, 27 de mayo de 2011

Venganza

La mano trémula avanza ávida y, con delicadeza, ase la copa que, como un barco en medio de un vendaval, se sacude esparciendo ron sobre la desgastada madera de la barra de la cantina que a esas tempranas horas está sumida en una penumbra en la que se adivinan rostros enmohecidos por el salitre y el tabaco rancio.
El carraspeo al otro lado de la barra y una sombra que se desliza lenta capta la mirada de quien con las dos manos toma la copa para evitar que el precioso líquido se desperdicie. Una vez sorbido el primer trago, el torpor de las manos mengua. Acodado sobre la barra, el hombre levanta la vista, como agradeciendo a las divinidades marinas que el espíritu vuelva a su cuerpo.
-Y está por salir o recién llegó –inquiere el cantinero mientras limpia vasos y copas con un trapo ennegrecido.
-Estoy por salir pero no se cuándo ni en qué navio. En eso estoy. Deme otro ron –contesta con voz desfalleciente.
-El caso es que el mal tiempo no permitirá salir a ningún barco.. por lo menos en estos días –interviene el hombre al otro lado de la barra cuyo rostro se mantiene oculto por la espesa penumbra del lugar, al que empiezan a llegar otros parroquianos que se sientan en mesas distantes.
Esa voz le atrae recuerdos que se agolpan y no encuentran acomodo en la confusión en que está sumida su mente. Definitivamente recuerda la voz o quizas el tono de la voz pero no atina a ubicarla en un lugar o en un compartimiento de su memoria que día a día considera laxa, decreciente.
El cantinero ha servido el otro ron que ahora la mano, firme, levanta con precisión para consumirlo de un trago.
-Así que va a partir… supongo que tendrá poco tiempo en el puerto –vuelve a intervenir la voz sin rostro desde la espesura de las sombras.
-Claro… tan pronto como el clima mejore, si es que mejora –responde mientras en su memoria urga tratando de identificar la voz, esa voz que le trae sensaciones contradictorias.
-¿Algún destino en específico? ¿O…? –pregunta el hombre del otro lado de la barra- Otra copa, cantinero.
-Lo que quiero es salir de este maldito lugar –responde el hombre cuyo aplomo se ha asentado después de los primeros tragos, no así su mente que desordenada trata de hallar un recuerdo que lo una a la voz.
-Estaría bien que abririera la ventana –dice al cantinero esperando que con más luz pueda ver la figura de su interlocutor para recordarlo.
-Si usted quiere mojarse hasta el túetano está bien, pero hágalo afuera, está soplando mucho aire y sigue lloviendo –responde el aludido con manifiesto mal humor.
-Solo era una sugerencia… aquí la cosa está asfixiante –responde mientras termina el resto de su trago y con un ademán solicita otro.
-Es extraño que no se halla dado cuenta del clima que impera allá afuera –dice el hombre de la voz que levanta los brazos –o así parece desde la oscuridad-, porque como dije, no es de ahora, sino desde hace días.
-El clima siempre cambia. De un día para otro de pronto las cosas ya no son como antes –responde el hombre que sorbe lentamente su ron.
-Vaya tormenta que se ha desatado y en días no se ha visto el sol… no creo que de un día para otro el clima mejore –responde el cantinero que sigue limpiando con el trapo sucio enseres de la cocina.
-Bueno hay que reconocer que algún día el clima mejore –concede el hombre de la voz, más por conciliar que por admitirlo.
Un hombre entra empapado y al abrir la puerta de la cantina deja pasar un haz de luz que se fija, por un instante, en el rostro del hombre de la voz. Sus facciones están resguardadas bajo una tupida barba y mechones largos encanecidos. Solo entrevió los ojos cuyo destello le pareció siniestro.
-Maldita lluvia, nos tiene atrapados en esta pocilga de puerto –exclama airado el hombre que recién entró, mientras se quita el impermiable y el sombrero que coloca en un perchero junto a la puerta. Es el patrón de un buque camaronero.
-Si esto sigue así –continua su soliloquio-, llegará la veda y nosotros no conseguiremos ni camarones para una ensalada. Maldito temporal.
-Qué va a tomar, señor –pregunta solícito el cantinero.
-Una cerveza, una maldita caguama –responde mientras se acomoda en la barra entre los dos hombres. Tu, Chávez, ¿dónde te has metido todo este tiempo? Hay que hacer algunos arreglos para no demorar la partida cuando tengamos que salir –le impreca al hombre oculto por las sombras pero que ha reconocido el viejo marino.
-Pero con este tiempo, señor, ¿qué caso tiene? –responde eludiendo responsabilidades.
-Ja. Ahora la tripulación se siente capaz de mandarme, nada mas eso me faltaba –dice dirigiendose al otro hombre que de pronto recuerda dónde conoció a Chávez. Solo lo conocía por la voz, nunca vió antes su rostro. Pide otro trago y la cuenta. Ahora no escucha nada a su alrededor, solo se impone el recuerdo de la voz. Escucha lejano un parloteo y risas, el entrechocar de botellas y la voz que afina sus recuerdos y hiere su conciencia.
Termina su ron de un trago, paga la cuenta, lleva su mano a la cintura donde guarda un cuchillo y se dirige impasible hacia el hombre de la voz. Certero, clava tres veces el metal en el abdomén del hombre que cae de bruces a un lado de la barra. Luego, como si nada hubiera ocurido, se dirige a la puerta y sale sin cubrirse de la lluvia. Dentro de la cantina, los hombres descubren que su compañero está muerto. Alguno sale para ver a dónde se ha dirigido el asesino pero la bruma lo ha perdido.
Consternados, los hombres se preguntan la razón por la que fue ejecutado. Lo que nunca sabrán es que Chávez disfrutaba de la mujer del hombre mientras éste se ocultaba detrás de una puerta, espiándo, sin atreverse a entrar para reclamar, para pelear por su mujer. Solo ahora que la mujer lo ha abandonado, el hombre se dio valor para acabar con los hombres que se acostaban con su mujer. Chávez es el quinto hombre que ejecuta. La lista es larga.

jueves, 26 de mayo de 2011

Bibliomanía oaxaqueña

En la rara edición Descripción de tipos muertos célebres oaxaqueños, publicados en el Taller de Imprenta y Encuadernación del Gobierno del Estado en el año de 1928 se reunen breves textos de Genaro V. Vásquez, Pedro Camacho , Vicente González, Francisco Vásquez, Jorge Fernando Iturribarría Bolaños, Enrique Othón Díaz y Salvador Mendoza que fundamentalmente trata de aspectos tradicionales y leyendas de Oaxaca.
En el primer artículo, de Genaro V. Vásquez –a la sazón gobernador–, que da título a esta plaqueta de 63 páginas de media carta, el autor rememora a tipos célebres oaxaqueños desaparecidos en esa época. Otro texto, sin firma, esboza algunos "perfiles oaxaqueños" en los que hace apología, claramente provinciana, de Genaro V. Vásquez (el gobernante que acuñó la frase “Hay que darle la razón al indio aunque no la tenga”) quien “si hubiera sido Cristo le habrían crucificado en el meridiano de todos los ideales con clavos ardientes de vernáculas canciones”.
También aparecen Francisco López Cortes, quien sucedería a Genaro V. Vásquez en el cargo, de quien “millares de millares de socialistas del Estado forman sus falanges y esperan la acción de este dirigente zapoteca”; del compositor Samuel Mondragón, quien “tiene el alma de guitarra”; de Alberto Vargas, a quien la provincia “deja que escriba sus poemas sobre la albura lunada de su carne”; Juan G. Vasconcelos, “tipo indio y sensibilidad de arpa” y del pintor Alfredo Canseco Feraud, a quien “el alma noble y vieja de Antequera lo sostiene…”
El resto de los textos poco o nada tiene que ver con el título de la obrilla, lo que permite colegir que inicialmente solo su publicaría el ensayo de Vásquez y después se anexaron los demás textos. Sin embargo esto de ninguna manera demerita lo escrito a pesar de que, con los años, serán temas recurrentes en la lírica oaxaqueña.
En el primera relato, Vásquez, gobernador dos años antes, hace un recuento de anécdotas y hechos de por lo menos una veintena de personajes de la vida pública del Oaxaca de las postrimerías del siglo XIX al inicio del XX. Su prosa está salpicada siempre por un tono nostálgico.
Pedro Camacho escribe una sucinta “Leyenda de la fiesta del Lunes del Cerro” que, por supuesto, nada tiene que ver con lo que hoy conocemos como Guelaguetza, que se instaura cuatro años después para conmemorar el IV Centenario de que fuera erigida en ciudad la capital y que se conoció primeramente como “Homenaje Racial”. Esta fiesta devendría como Guelaguetza que al paso del tiempo perdería todo rasgo de autenticidad como sucede actualmente.
En tanto, Vicente González relata las leyendas de la esquina de “El Pocito” y “El Pelón”. Al inicio de ésta advierte: “Leyenda narrada por el subscrito en el Cerro de El Fortín con motivo de la 'Fiesta de la Azucena'. 1928”. De resto no queda nada en la fiesta comercial que se ha convertido la Guelaguetza.
Por su parte, Francisco Vásquez describe "Tres leyendas oaxaqueñas": la Casa de Salmo, la llorona y Mariana la frutera.
A continuación Jorge Fernando Iturribarría describe, en tono francamente bucólico, una celebración típica de "La pizca", hoy celebración extingida o en vía de desapariciíon.
Un texto delicioso de Enrique Othón Díaz, al parecer un fragmente de sus "Apuntos flocklóricos", en el que hace una meticulosa descripción de la gastronomía oaxaqueña –en el que , por supuesto se excluyen recetas–, un recuento permenorizado de las costumbres oaxaqueñas en la mesa.
"hablar de la cocina, repostería y confituría oaxaqueña, es hablar de la vida doméstica, de la vida patrialcal y sencilla de este pueblo de leyenda…" inicia así su relato el autor. Quizás, a mi gusto, este es el mejor texto de este libro a pesar de que Othón Díaz reconoce que "tal vez estas impresiones hayan resultado incompletas y superficiales; pero la premura de tiempo en escribirlas, la falta de documentación, la lejanía nostálgica en que nos encontramos de la provincia y algunos otros factores han contribuido a restarnos elementos para urdirlas…"
No obstante, la importancia de este artículo radica en los horarios de alimentación, los tipos de comida que se consumían diariamente (hasta cuatro veces); los alimentos que normalmente se servían sábados y domingos, así como en otras festividades ya sean privadas, ya sean religiosas.
Siguen los perfiles oaxaqueños a que hicimos alusión al inicio de estas notas.
Salvador Mendoza, poeta, firma su colaboración en San Francisco California –quizás sea uno de los precursores de la literatura chicana aunque con en tema estrictamente mexicano, oaxaqueño para ser exactos– que describe, con nostalgia a Ejutla de Crespo.
Finalmente Iturribarría nos habla de esa tradición ya desaparecida, "los Cotompintos":
Esta edición solo consta de pie de imprenta, sin embargo carece de información como, por ejemplo, quien hizo la selección, cuántos ejemplares se publicaron, quien fue el responsable de la edición, quien hizo las viñetas (al parecer el propio Feraud), etcétera.

miércoles, 25 de mayo de 2011

El cártel de la sección 22

La sección 22 del SNTE puede tipificarse como una organización criminal como los Zeta. La diferencia es que los capos magisteriales se mueven con una inaudita impunidad: hasta se toman fotos con el gobernador Gabino Cué (quien, por cierto, hasta les pide disculpas) lo que no podría hacer el Chapo Guzmán con el presidente Felipe Calderón. Y digo que es una organización criminal porque, al igual que los otros cárteles, se han insensibilizado ante la tragedia humana: unos torturan y los otros también; unos asesinan y los otros también… pero de una manera más cruel: los desangran, los exprimen. Unos atacan a pocos, los otros, a toda una ciudad. Ambos tienen en vilo a la sociedad. El brazo armado de la organización criminal llamada sección 22 es la APPO, ahora respaldada por el Ejercito Popular Revolucionario, una banda terrorista.
El cártel de la sección 22 es una organización perfectamente organizada para evitar cualquier tipo de disidencia, como lo hizo hace más de 30 años Vanguardia Revolucionaria, comandada entonces por Carlos Jongitud Barrios. Hoy, el cártel magisterial, es la tiranía perfecta decir de Mario Vargas Llosa porque, como en el PRI, las facciones magisteriales se encargan de distribuirse el poder y colocan a un dirigente comprometido con apoyar irrestrictamente a cada una de las facciones que lo colocaron.
Además, como la Cosa Nostra, tienen un pacto de silencio. No es difícil qué es lo sella tal acuerdo: el dinero, dinero a manos llenas. Las facciones magisteriales, a diferencia de los cárteles de las drogas, han pactado para repartirse el botín, es decir, el presupuesto gubernamental. Por ello no tienen enfrentamientos intestinos, simplemente se turnan la dirigencia porque saben que cualquier gobernador se doblegará ante su chantaje.
La sección 22 es una banda de secuestradores: no solo de la capital de la entidad, sino de sus ciudadanos, su economía. Su modus operandi es la extorsión, como lo hiciera Al Capone en los años 20 del siglo pasado en Chicago.
La banda de la sección 22 es la última herencia del priismo. De hecho es la expresión más cínica del PRI. Lejos de democratizarse, los vándalos magisteriales se montaron sobre un anquilosado edificio del que supieron sacar provecho. Luego, los gobiernos priistas se encargaron de alimentar lo que ahora es un Frankistein. Por ejemplo, una vez jubilados, los profesores pueden vender su plaza o heredarla al más inútil de la familia. O bien, se oponen sistemáticamente a ser evaluados como el resto de los mentores del país por la simple razón de que saldrían reprobados, como reprobados son sus alumnos en el examen Enlace.

Las diferentes facciones de la sección 22 actúan de manera inteligente, pues lejos de pelearse entre sí, cierran filas en la consecución de dineros públicos para su usufructo y disfrute. La “democracia” del cártel de la sección 22 se basa en la elección de 800 delegados sindicales que representan a poco más de 70 mil profesores. Tales delegados, adoctrinados y dogmatizados, manipulan al resto del profesorado que prefieren no trabajar a oponerse a sus dictadorzuelos. Un círculo vicioso del que los capos magisteriales se aprovechan.
Aparte de priistas y corruptos, además de ser delincuentes organizados y destructores del patrimonio histórico de Oaxaca, el cártel de la sección 22 se vanagloria de sus fechorías y a la indemne sociedad oaxaqueña solo le queda mantenerse callada y sumisa, so pena de ser agredida por los mentores genízaros.
Sabiendo que cuentan con la protección de las autoridades, los profesores y profesoras pueden agredir a cualquiera que se les atreviese, resguardados por el anonimato que da la multitud, la bestia de mil cabezas a decir de Horacio. Pero cobardes como todo delincuente, han creado y criado a un engendro que hace la tarea sucia: golpear, pintarrajear paredes, destruir el centro histórico, saquear negociaciones. Obvio, me refiero a la APO.
Lo peor de todo ello es que las negociaciones entre gobierno y magisterio se da en lo oscurito. Los oaxaqueños y oaxaqueños que pagamos impuestos no sabremos nunca a qué tipo de arreglos se llegara con la canallada magisterial. No sabremos el costo, como tampoco lo sabemos con las anteriores administraciones. En fin, es una desgracia tener un gobierno ineficiente y pueril y una organización de delincuentes pagados por el Estado.

Contrabando y textiles

En el este de África al igual que en Brasil, India y otros países asiáticos, el sisal, A. Sisalana, es el agave cultivado más importante para la industria de las cuerdas. La planta es un híbrido estéril. En la primera mitad del siglo XX, el sisal proveía al mundo con cerca de 70% de las fibras vegetales duras que se utilizaban en cordelería, tejidos y arpilleras, en comparación con el 15% del henequén y 15% de otras especies, como el abacá, también conocido como cáñamo de Manila, Musa textilis
A partir de entonces la industria del sisal ha disminuido a nivel mundial, por el advenimiento de las fibras sintéticas desarrolladas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
El sisal se exportó originalmente del puerto de Sisal en Yucatán, aunque la especie aparentemente se originó en Chiapas. A mediados del siglo XIX, México impuso un embargo a la exportación del A. Sisalana para proteger su industria de fibra, pero para 1836 ya se habían exportado y aclimatado en Florida algunas plantas.
La historia del contrabando de la planta es contada por Park S. Nobel. En 1893, Richard Hindford, agrónomo y ex empleado de la Compañía Alemana de África Oriental (Deutsch Ostafrikanische Gesellshaft), hizo un arreglo para recibir en Alemania 1000 bulbillos de sisal enviados desde Florida, de los cuales cerca de 200 sobrevivieron al viaje, pero únicamente 62 lo hicieron después del recorrido subsecuente a África del Sur y a la África germánica del Este, ahora Tanzania. De manera sorprendente, de los éstos se produjeron 63 mil plantas en un lapso de cinco años, lo que cambió radicalmente las prácticas agrícolas de África oriental. El sisal se convirtió en un cultivo importante en los países que ahora se conocen como Angola, Madagascar, Mozambique, Tanzania, Uganda y Zimbabwe.
Otra especie de agave es el henequén, Agave fourcroydes, nativo de la península de Yucatán, conocido en muchos países por su fibra.
Los antiguos mayas fueron los primeros en utilizar esta especie, aprovechando sus fibras como cuerdas para atar unas a otras las vigas de las casas, preparar trampas para cazar y para tejer hamacas o redes, para construir templos. Pero no fue sino hasta el siglo XIX cuando su explotación adquirió gran importancia y se instalaron las primeras máquinas desfibradoras para producir a gran escala la cordelería para los barcos.
El periodo trascendental de la industria henequenera se dio durante el Porfiriato. Las plantaciones de agave cubrían áreas enormes de las haciendas, atendidas por la mano de obra de miles de indígenas, muchos de ellos detenidos en otras partes de la República mexicana y todos ellos prácticamente sujetos a un estado virtual de esclavitud.
El henequén se convirtió así en una de las principales fuentes de ingreso del estado de Yucatán. Sin embargo, al finalizar los años treinta, la prosperidad económica que vivía la región empezó a decaer debido a la drástica disminución de la demanda norteamericana de fibra, pues en varios países tropicales como Cuba, Jamaica, las Bahamas y Hawai se había empezado a cultivar el henequén.
A partir de 1937 y hasta 1955, se realizaron en México varios intentos oficiales para reorganizar el sistema productivo del henequén. Se fundaron empresas que formaron ejidos henequeneros para controlar la producción y mejorar la comercialización, pero los resultados no fueron muy alentadores. La producción henequenera siguió decayendo hasta el punto de que, desde hace más de una década, México importa fibra de sisal procedente de Brasil. En los últimos diez años la producción nacional ha bajado casi en 50%, a grado tal que no se logra satisfacer ni siquiera la demanda nacional para la fabricación de cordeles y costales.

martes, 24 de mayo de 2011

Bicicleta

La bicicleta no sólo es un medio de transporte. Eso sólo nos los han querido imponer. La imaginación se ha encargado de darle otras connotaciones que van más allá de lo meramente comercial. De la bicicleta se han referido muchos autores. Recuerdo el excelente ensayo Cómo leer en bicicleta de Gabriel Zaid que, claro está, no se refiere al mecanismo en referencia o al también prodigioso cuento de Julio Cortázar sobre este artilugio decimonónico; recuerdo el disco Bicicle race del desaparecido grupo Queen en que la posaron decenas de chicas desnudas subidas al vehículo de dos ruedas y que despertó las fantasías sexuales de mi adolescencia. Cómo olvidar la película italiana El ladrón de bicicletas, de Sicca, que me hizo llorar cuando niño...
La imagen que nos hacemos de la bicicleta va de la utilizada a mediados del siglo XIX, aquella propia para funámbulos pues constaba de una rueda enorme cuyo diámetro sobrepasaba la estatura media de un hombre, y una rueda muy pequeña... a las actuales, de carreras, con ruedas de carbono. No se olvide de las fabricadas expresamente para montañismo o de exhibición que los jóvenes utilizan para hacer piruetas en el aire. En fin, las hay para todos los gustos y necesidades. Claro, las más comunes son las llamadas turistas. Las hay de variado tamaño. Los precios, por consiguiente, son diversos.
Se ha llegado al extremo de asegurar una bicicleta en un soporte inamovible, que dio nacimiento a la bicicleta fija y con ella un nuevo tipo de usuario: los deportistas estarionarios. Si fue primero la bicicleta fija o la caminadora, quizás pocos lo sepan; el caso es que estos artilugios de la época moderna son sumamente sofisticados.
Hay dos tipos de pueblos bicicleteros: aquellos donde el uso de esa maquinaria en movimiento está generalizado, como por ejemplo China o un pueblo, una comunidad o incluso una ciudad a la que nos referimos despectivamente: vives es un pueblo bicicletero.
Para burlarse de quien pretende engañarnos de manera descarada solía decirse: claro, y si mi abuela tuviera ruedas sería bicicleta. De dónde provino esa expresión, lo desconozco pero quizás algún avezado lector lo sepa. Mas no deja de ser simpática.
Para hacer ejercicio y movilizarme en la ciudad estuve tentado a comprar una bicicleta, pero la pésima conducción de los choferes de los camiones urbanos –cafres se les ha dicho y me parece que justificadamente, lo mismo que a sus vehículos: ataúdes ambulantes– me convenció de la necesidad de continuar siendo sedentario.
Me entero que en la ciudad de México se crearan vías para bicicletas, lo que me parece loable, además de necesario. Algo similar debieran hacer las autoridades municipales y estatales al respecto.
A estas alturas el lector se ha de preguntar y bueno a dónde quiere llegar este escribidor. Ciertamente no lo sé, quizás tomar la vieja bicicleta guardada en el rincón de la casa y sortear los peligros a los que se está expuesto en esta ciudad (Oaxaca o cualquiera que usted quiera, para el caso es lo mismo) para convertirse en un deportista extremo. Eso sí es peligro.

lunes, 23 de mayo de 2011

La leyenda ébrica de Lowry

Bebo, como si estuviera recibiendo
un eterno sacramento.

Bajo el volcán


La leyenda alcohólica persigue a ciertos autores y ésta se mantiene indeleble generación tras generación. A la par del mito, la obra perdura y, como con los buenos vinos, es más apreciada hasta convertir, obra y escritor, en culto.
De Li Po a Omar Al Khayyam y de Edgar Allan Poe a Malcolm Lowry, la leyenda ébrica de estos autores se incrementa con el tiempo. Son, digamos, los escritores paradigmáticos del alcohol.
Lowry (1909-1957) es creador de una sola obra, pero suficiente para ser reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX. Bajo el volcán es una obra de diversos niveles de lectura. Es un clásico y es la consagración literaria del autor inglés.
En la célebre carta que enviará de Cuernavaca en enero de 1946 al editor inglés Jonathan Cape, Lowry comenta las vicisitudes de su creación y emprende una defensa a su novela, –reescrita cuatro veces en un periodo de nueve años– a la que se le sugerían cortes.
En esta misiva, el escritor devela sus temores, revela sus personales fantasmas:

A fines de 1941 (...) decidí agarrar por los cuernos esa fantasmagoría inspirada por el mezcal, El volcán, y hacer realmente algo con ella, convirtiéndola en esa época en una empresa espiritual. Le dije a mi esposa que posiblemente me cortaría el cuello si durante ese periodo de ebriedad del mundo alguien tenía la misma idea. (...) ¡Cuántas veces no le habían dicho a este escritor que ése entre todos los temas era imposible de vender, que no había nada más difícil de manejar que la dipsomanía!

Y sus temores se cumplieron. Por esos años apareció El fin de semana perdido escrito por Jackson, obra ahora olvidada. Pero más allá de esto, lo importante es su sinceridad en cuanto a la angustia del proceso de creación.
También su confesión sobre su gusto del alcohol, en especial del mezcal, “bebida infernal”:

Muy bien, yo no estoy hablando del buen vino sino de mezcal, y además del anuncio, una vez en el interior de la cantina, el mezcal para poder beberse necesita sal y limón, y tal vez uno no lo bebería si no estuviera en una botella tan seductora. Si esto le parece demasiado fuera de sitio, permítame preguntarle quién se sentiría con valor para aventurarse en el yermo de La tierra baldía sin un conocimiento previo de su complejidad estilística.

Y prosigue:

La agonía del ebrio encuentra su más exacta analogía poética en la agonía del místico que ha abusado de sus poderes (...) el mezcal de México es una bebida infernal, pero es, no obstante, una bebida que usted puede adquirir en cualquier cantina.

El alcohol es catalizador de la obra, es el detonante de la creación pero de ninguna manera interviene en el momento de la redacción. Definitivamente, no se puede escribir ebrio sino por el contrario, en la más absoluta sobriedad y lucidez, lo que no impide que el autor siga bebiendo durante el proceso de la escritura de la obra. Por otra parte habría de decir que prácticamente todos los autores a lo largo de la historia de una u otra manera se han referido a bebidas embriagantes, exaltándolas las más de las veces.
Lowry deja en Bajo el volcán una obra perdurable, como permanente es su leyenda.

Publicado en 2004 en la revista La Tempestad

sábado, 21 de mayo de 2011

Menstruario

¿Por qué para algunos el feminismo es la exacerbación de la condición femenil? ¿Por qué para algunas mujeres (a punto estuve de escribir “y los mujeres”) el feminismo es más que una militancia? Me asaltan muchas dudas de las que no tengo respuesta. Así que he pensado en la relectura como un acercamiento a estos temas. Empecemos, pues, con el mundo antiguo. Ahora bien, es necesario dejar constancia acerca del nombre de esta columna. No se pretende denigrar ni mucho menos menospreciar. Simplemente se me ocurrió relacionándolo con su ciclo menstrual.
La mejor manera de empezar es con Herodoto, considerado el Padre de la historia. En las subsecuentes columnas se seguirá con otros autores. Sin más preámbulos iniciemos.
Herodoto, autor de Los nueve libros de la historia relata su paso por Babilonia, donde, maravillado, describe la ciudad, sus riquezas y costumbres. Acaso este libro sea uno de los primeros documentos antropológicos, junto con el de Marco Polo de cuyo viaje a Oriente entresacaremos algunos pasajes relacionados con este tema. En Babilonia, nuestro autor nos cuenta:
La costumbre más infame que hay entre los babilonios, es la de que toda mujer natural del país se prostituya una vez en la vida con algún forastero, estando sentada en el templo de Venus. Es verdad que muchas mujeres principales, orgullosas por su opulencia, se desdeñan mezclarse en la turba, con las demás, y lo que hacen es ir en un carruaje cubierto y quedarse cerca del templo, siguiéndolas una gran comitiva de criados. Pero las otras, conformándose con el uso, se sientan en el templo, adornada la cabeza con cintas y cordoncillos y al paso que las unas vienen, las otras se van. Entre las filas de las mujeres, quedan abiertas de una parte a otra unas como calles, tiradas a cordel, por las cuales van pasando los forasteros y escogen a la que les agrada.
Después que una mujer se ha sentado allí, no vuelve a su casa hasta en tanto que alguno le eche dinero en el regazo, y sacándola del templo satisfaga el objeto de su venida.
Al echar dinero, debe decirle: “Invoco con favor tuyo a la diosa Mylitta”, que éste es el nombre que dan a Venus los asirios; no es lícito rehusar el dinero, sea mucho o poco, porque se le considera como una ofrenda sagrada. Ninguna mujer puede desechar al que la escoge, siendo indispensable que le siga, y después de cumplir con lo que debe a la diosa, se retira a su casa. Desde entonces no es posible conquistarlas otra vez a la fuerza de dones. Las que sobresalen por su hermosura, bien presto quedan desobligadas; pero las que no son bien parecidas, suelen tardar mucho tiempo en satisfacer a la ley, y no pocas permanecen allí por espacio de tres o cuatro años. Una ley semejante está en uso en cierta parte de Chipre.
Hasta aquí el relato, que mucho se asemeja a un cuento.
En otra parte, consigna Herodoto que los jonios, huyendo de los atenienses, salieron de sus ciudades. Sin embargo no llevaron a sus mujeres a las nuevas colonias, por lo que tomaron por la fuerza a corintias, a cuyos padres, esposos e hijos les quitaron la vida. Por esta razón, las mujeres juramentadas entre sí, “se impusieron una ley, que trasmitieron a sus hijas, de no comer jamás con sus maridos ni llamarles con ese nombre”. Esto ocurrió en Mileto.

viernes, 20 de mayo de 2011

Alquimia y mito del mexicano

El mexicano frente al espejo
En torno a la obra Mito y Alquimia del mexicano de Manuel Aceves


Recientemente, en un diario de circulación nacional Leopoldo Zea, Luis Villoro, Abelardo Villegas, Eva Cecilia Frost y Guillermo Hurtado coincidían en que la llamada filosofía del mexicano es ahora “un movimiento muerto”; que los especialistas en ese campo ahora se interesan más por temas universales como la ética, la hermenéutica y la teoría del conocimiento. Que la identidad del mexicano ha sido abordado desde el punto de vista de la sociología, la literatura, la antropología y la política y no de la filosofía.
Para Hurtado, por ejemplo, el estudio filosófico de lo mexicano terminó en la década de los 50 del siglo pasado y que después no se escribió una obra fundamental aunque se recuerda El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, obra literaria, poética, más que filosófica, acota.
Villegas afirma que “se sigue pensando en lo mexicano pero de una manera social o histórica, menos metafísica”. Apunta que, al igual de Zea, “el mexicano no tiene una esencia única y colectiva, sino que la identidad es la historia y, por tanto no es algo fijo”.
El propio Zea sostiene que “el mexicano es un hombre real, no abstracto”.
Sin embargo mucho me temo que deliberadamente o por ignorancia, que para el caso es lo mismo, olvidan Alquimia y mito de Manuel Aceves, un aporte original y multidisciplinario para conocer el ser mexicano a partir de la psicología de Jung.
La obra exige del lector una amplia gama de conocimientos para entender a cabalidad todos los niveles de lectura, sin embargo –y es el valor fundamental de esta obra– quien se adentre en sus páginas verá desplegar velos y escenarios en apariencia inconexos. En la medida en que se avanza, las múltiples facetas se unen en una trama invisible a primera vista.
El autor, para elaborar su obra confiesa que parte de una premisa de Kant: “La exposición fragmentaria en lo exterior pero metódica en el fondo, es una exposición aforística”.
Limitar la compresión del problema que afronta con unas cuantas disciplinas o sólo desde una perspectiva científica conduce a desentrañar solo algunas caras del fenómeno, de manera unilateral.
Al lector le corresponde la tarea de unir conexiones, de armar el rompecabezas y llegar a sus propias conclusiones. Hay, sí, un intencional hilo conductor, la perspectiva junguiana de los arquetipos, como método para a partir de lo onírico, llegar a la esencia del ser humano y particularizar sobre nuestra naturaleza psíquica. Parte de lo universal para la compresión de nuestro ser sin dejar de atender nuestras preocupaciones locales.
Esta tarea, por lo demás es una labor lúdica y, a un tiempo, pedagógica.
Obra, pues, para legos y especialistas. Obra donde se conjugan lo mismo la mitografía que la alquimia, la filología y la historiografía, la psicología y el estudio comparado de las religiones. Alquimia y mito es un conjunto de ensayos donde se da un repaso a la tradición de la filosofía del mexicano y el autor hace un deslinde con ellos para proponer su propia visión, otorgándonos un texto original, polémico y controversial. Y como sucede con los libros de esta factura, los especialistas lo eluden, lo cercan con un ominoso silencio. No hay, que sepa, una discusión en torno a los hallazgos originales a partir de la alquimia y la psicología que Jung vislumbra pero que Aceves alcanza a definir y profundizar y expone de manera amena, literaria, diría. Aceves empieza donde Jung termina de esbozar la condición mexicana.
La estructura misma de la obra le confiere esferidad al tema que aborda y permite comprender de manera tridimensional a la propia historia del ser humano, no sólo desde una perspectiva psicológica sino que a partir de ésta y, en particular desde la aportación junguiana, aprehender los procesos históricos.
No faltará quien podría señalar que la obra de Aceves raya en lo metafísico, como se le acusó al propio Jung.
Como cualquier otro tema, sin el concurso de diferentes y en apariencia contrapuestas disciplinas, lo único que se toca es lo superficial, lo meramente aparente.
Para arribar y proponer su visión de la formación del ser mexicano, Aceves no sólo hace el repaso de la tradición de la filosofía de lo mexicano, reconociendo sus aportes y hallazgos, sino que los enfrenta y, de manera metódica, señala sus limitaciones, sus equívocos. Para refutar las ideas que sustentan El laberinto de la soledad de Paz, por ejemplo, Aceves adereza una severa crítica al método de Claude Lévi-Strauss y de su “príncipe heredero”, Jaques Lacan.
Aceves propone, entonces, una nueva ciencia natural del inconsciente incorporada a la antropología o una antropología psicológica a partir de las investigaciones de Jung y sus discípulos y Aceves es uno de ellos. El autor dice, con mucha razón, que la antropología actual es una ciencia sin alma... y agregaría que sin sueños.
Jung parte de que el inconsciente está estructurado por arquetipos (imágenes primogénas) comunes a todo género humano. En estos moldes eternos la humanidad ha depositado sus emociones más poderosas. Su acción sobre la conciencia es equiparable a las descargas de pulsiones en la sicología de Freud.
Sostiene, además que el inconsciente colectivo se halla en constante actividad, combinando las imágenes arquetípicas y proyectando su intenso dinamismo sobre el ego y la conciencia, con lo que impone a individuos y sociedades una forma de ser determinada. Y es el hombre amestizado es el que se plantea cuestiones de identidad, como en nuestro caso.
Respecto a la alquimia, Aceves apunta que Jung se no se interesó en los procesos prácticos de ésta, sino por los procesos mentales que acompañaban a las operaciones de los seudoquímicos o tenebriones. Lo que permite enlazar a Hermes y Mercurio con Tezcatlipoca, arquetipo común para pueblos disasociados en tiempo y en espacio.
Con el método comparativo de la ciencia de la religiones y con el proceso de amplificación de la psicología junguiana (que consiste en subsumir símbolos y mitos en otros más universales hasta llegar al arquetipo), se pude establecer que los atributos de Tezcatlipoca no sólo son los mismos de las divinidades mayores, sino que también se compara con la idea de Dios, común a todos los seres humanos. A los hombres nos une el mito que no es más que una metáfora, es imagen que está contenida en los sueños y sus sustrato, su sedimento son los arquetipos.
Siendo que, como dice Mircea Eliade, la religiosidad se dio en el hombre, todavía homínido, cuando decidió matar para sobrevivir, nuestros arquetipos se remontan a una lejana antigüedad, de millones de años.
Sin embargo es menester por lo menos esbozar algo sobre el ser mexicano (ya en su intervención el maestro Aceves le corresponderá profundizar en el tema).
Los españoles que llegaron a América encontraron pueblos altamente civilizados con una historia de miles de años. Pero los conquistadores llegaron amestizados. “El problema que ellos mismos portaban lo transfirieron o proyectaron en los indios, éstos debían justificar su humanidad. Sin embargo el mestizaje de 800 años de convivencia con árabes y judíos facilitó la mezcla entre españoles e indios”, escribe Aceves. El resultado: hombres que heredaron el mismo conflicto, la porción de sangre árabe y judía y su equivalente en la psique, trasmitida por el anterior mestizaje de los españoles.
Citando a Miguel León Portillo, nuestro autor recuerda que comparando los tres siglos de vida colonial y el siglo y medio como nación independiente, es apropiado llamar a los milenios prehispánicos “subsuelo y raíz del México actual”.
Por consecuencia, a diferencia de otros pueblos, nosotros no podemos anatemizar a los conquistadores puesto que los llevamos dentro.
Sin embargo, se preguntaran, ¿de qué sirve conocer el índole y talante del mexicano si no hay una aplicación práctica?
Diría que no sólo para conocernos como seres diferenciados y a un mismo tiempo universales, sino para confrontar y enfrentar nuestra apabullante realidad.
Por ejemplo, en su ensayo sobre el sistema político nacional, Aceves apunta que en el espíritu mexicano pervive aún lo que llama la seudología fantástica que consiste en elaborar mentiras y hacer que todos las crean. La seudología fantástica proviene de los sentimientos de inferioridad e inseguridad de los que nace la psicología del prestigio de los histéricos, al causar impresión, el representar y el recordar machaconamente los propios méritos. Si esto no nos recuerda a Carlos Salinas y a nosotros mismos dando vida a esta especial forma de histeria habremos perdido tiempo leyendo a Aceves.
No sólo eso, nuestro autor recuerda que Vasconcelos advirtió que el indigenismo, de no abordarlo en el contexto de las ciencias humanas, corría el peligro de convertirse en ideología de los vencidos. Y hoy, me temo, que este es un tema crucial en la agenda nacional.

*Alquimia y mito del mexicano. Manuel Aceves, México. Editorial Grijalbo.

jueves, 19 de mayo de 2011

Anatomia de la sicalíptica noche

Lo rutinario siempre resulta inédito en un centro nocturno. Lo mismo: mujeres, lancería, música, coreografía e incluso parroquianos y, sin embargo, siempre, noche tras noche, resulta diverso, diríase que inexplorado.
En eso consiste, precisamente, el encanto.
Por eso quien va por vez primera a un putero los ha visto todos: un putero es un putero es un putero. Puede revestirse, transformarse, adecuarse... pero desde los registros clásicos de Pompeya a la actualidad (que median más de dos mil años) el lugar es único y diverso; la unicidad la conforman el lugar, las mujeres, el alcohol; la diversidad, la forma: rutinas, decoración, innovaciones y con éstas me refiero al tubo, la pasarela y lo que el amable lector seguramente habrá descubierto en estos refugios de sedientos noctámbulos.
¿Por qué, entonces, resulta siempre atractivo, atrayente e inédito? ¿Es acaso la imposibilidad de conquista o, por el contrario, el complemento de esa insaciabilidad connatural del hombre? ¿Es, por ventura, un ejercicio lúdico de sexualidad? Por supuesto que podemos seguir ad infinitum con una serie de preguntas de esta índole que, lejos de esclarecer, enturbian o conturban.
Sartori ha definido al hombre contemporáneo como el homo videns y no está desencaminado el pensador italiano. Jay-Gould menciona que el género homo, pero en general los homínidos, son seres visuales. La sexualidad, ante todo, entra por la vista, y las mujeres, en poses, en rutinas, desnudas, exudan sensualidad que registra el ojo humano. De la vista nace el deseo. El deseo es el basamento del amor.
Todo putero que se precie de serlo requiere de una pista de baile y ¿qué es baile? no es sino el preámbulo al roce y crepitación de cuerpos. Es el rito iniciático de la sexualidad. Hoy, en el antro (y no lo que se conoció con tal término hasta hace quizás 15 años, pero de ello habrá de hablarse más adelante) la juventud se desenfrena como lo hicieron sus padres en la discoteca, como sus abuelos en el cabaret, como sus bisabuelos en la casa de citas...
Mujeres, alcohol y música es la combinación indispensable para el desenfreno, pero el desenfreno no es sino una forma (algo cara, desde luego) para desestresarse, para salir de la cotidianidad. Así, se sale de la rutina para entrar a otra, la de la rutina de las chicas siempre exquisitas, siempre jóvenes, (y casi) nunca virginales.
El table dance permite limpiar conciencias, de ahí su triunfo en las sociedades modernas.
Ahí las pupilas ya no son pupilas porque ya no hay madrotas ni padrotes, sino profesionales de la contorsión y de algunos pasos rítmicos que sustituyen al streap-tease o, mejor dicho, lo reinventan de una manera más efectivista y cercana al cliente. Las estrellas cabareteras han sido desplazadas para multiplicarse en cientos.
Si el streap-tease fue el escándalo de los 60 –situémoslo como fenómeno extendido, no como su irrupción que goza de una más amplia antigüedad– el table dance personaliza el servicio.
Ir al privado es la suplantación de hacer el amor. En tiempos del sida, el roce y frotamiento sustituye la penetración. El cunnilinguis y el fellatio pudiera ser lo más atrevido que se pudiera hacer en el lapso de una melodía, que es lo que dura el privado.
La bailarina no sale con los clientes. Sólo se ofrece para ser vista y tocada en el privado, en lo privado.
La encueratriz de ahora, es decir la taibolera, ya no es puta, sino una estudiante que hace ese trabajo para costearse sus estudios.
Porque si quieres ir a coger (y disculpen las buenas conciencias, pero “hacer el amor” es un galicismo –y acaso por transplante se convirtió en anglicismo: “make love”–, desde luego pude utilizar los siguientes términos: follar, yacer, fornicar, etcétera) a un table dance estás equivocado de medio en medio. Si acaso, negociar, para salir después acompañado.
Las taiboleras no necesariamente son putas, en todo caso son las prostitutas decentes a la que se refería Sartre. Los table dance son doblemente “lavadores” de conciencia: ni los parroquianos son putañeros, ni las taiboleras son putas. Quien asiste a esos lugares sabe que ha pecado con la vista, acaso con el tacto, pero siempre su consciencia se mantendrá impoluta. Hoy, ser taibolera es una profesión como cualquier otra, no la más antigua.
Su inmediato antecesor es el cabaret, aquel lugar que las nuevas generaciones desconocen pero cuya iconografía fílmica es de tan todos conocida. Me refiero, claro está, a las películas de los 40 y 50 con el imprescindible Tin Tán o el de la estulticia delirante, Juan Orol, por sólo mencionar, a mi parecer, los más representativos. Cómo olvidar a las rumberas. No, nada que ver con las películas de los 70, la interminable y detestable saga de Las Ficheras. Pero aún en esas películas se mostraba el mórbido mundo de la época. Compárese el mobiliario, los adornos, la decoración y se verá que lo que no cambia es el vestuario de las mujeres: siempre muestran piernas y exhiben turgentes senos.
Bueno, decía, en el cabaret lo importante era el espectáculo: ver rumberas acompañadas de orquestas y de ahí al hotel. Digamos que el cabaret era hasta incluso familiar, me refiero a que era espacio de pareja, no había connotaciones de otra índole. Los puteros, por supuesto, tenían su espacio y, acaso, preeminencia. Me viene a la memoria el espacio de La bandida.
Los table dance son la prolongación modernizada de los cabaret, pero ahora sin esa parafernalia farandulesca. La desacralización de la desacralización: la frivolidad más frívola. O dicho en otras palabras: el cabaret se putiza o el putero se cabaretiza. Más aún: el putero se adecenta.
A mi parecer lo más importante del table dance es el tubo, no sólo por el funambulismo vertical que practican las acróbatas mórbidas, sino porque representa el axis mundi, el eje que sostiene ese mundo trasnochador, es el eje que sostiene ese mundo que trasforma al noctívago en un ser excepcional o al menos eso cree.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Ombligo del mundo

Cuántas veces no hemos escuchado la expresión: “se cree el ombligo del mundo”, no sólo a personas, sino referido a pueblos. La expresión, no obstante, tiene una profunda raíz.
Un Universo toma origen de su Centro, se extiende desde un punto central que es como el ombligo. Según el Rig Vega, el universo nace y se desarrolló a partir de un núcleo central. La tradición judía es todavía más explícita: “El Santísimo ha creado el mundo como un embrión. Así como el embrión crece a partir del ombligo, Dios ha empezado a crear el mundo por el ombligo, de ahí se ha extendido en todas direcciones”. Y habida cuenta de que el ombligo de la tierra, el centro del mundo, es la Tierra Santa, Yoma afirma: “El mundo ha sido creado, comenzando por Sión”. Rabbi ben-Gorion decía a propósito de la roca de Jerusalén que “se llama la Piedra de la base de la Tierra, es decir, el ombligo de la Tierra, porque a partir de ella se ha desplegado la tierra entera”.
Si el hombre es una réplica de la cosmogonía, el primer hombre fue formado del “ombligo de la tierra”, de acuerdo a la tradición mesopotámica; en la tradición judeo-cristiana, el centro del Mundo, el Paraíso, está situado en el “ombligo de la tierra”. Y no podía ser de otra manera, puesto que el Centro es precisamente el lugar en que se efectúa una ruptura de nivel, donde el espacio se hace sagrado, real, por excelencia. Una creación implica superabundancia de realidad; dicho de otro modo: la irrupción de lo sagrado en el mundo, nos dice Mircea Eliade.
La misma identidad “ombligo” –centro– reaparece en culturas muy alejadas entre sí. En gaélico, imleag o iomlag, ombligo, significa también “centro”. La capital de los incas, Cuzco, era llamada “ombligo”. Lo mismo nos refiere Tibón con respecto a la interpretación de obligo y centro en lenguas indígenas, todavía habladas en el México actual.
Las tradiciones islámicas han conservado la misma cosmología mística y han conferido a La Meca y a la Caaba las prerrogativas de Jerusalén. En Kisaĭ podemos leer la siguiente afirmación: “La tradición dice: La Estrella Polar muestra que el lugar más elevado es la Caaba, porque ésta se encuentra justamente delante del centro del Cielo”.
En la India, el “lugar del sacrificio”, se denomina también “entrañas (matriz) del orden cósmico”. Desde la óptica védica, en la India se ha identificado al altar sacrificial con el ombligo. Idéntica concepción se encuentra en Clemente de Alejandría: “El altar sobre el cual arde el incienso es un símbolo de la tierra clavado en el centro del universo”. En Shiz, la Jerusalén de los iranios, situada dónde más en el centro del mundo, era tenida por el lugar originario del poderío real y también por ser la ciudad natal de Zaratustra.
El mundo verdadero se encuentra siempre en el medio, en el Centro, pues allí se da una ruptura de nivel, una comunicación entre las dos zonas cósmicas. Un país entero, Palestina; una ciudad, México Tenochtitlán; un santuario, el templo de Jerusalén, representan indiferentemente un imago mundi.
La etimología de México no difiere mucho a los nombres de ciudades e inclusos países de otras culturas. El hombre de las sociedades premodernas, el hombre religioso, aspira a vivir lo más cerca del Centro del Mundo. De hecho, en todas las lenguas se ha conservado la expresión popular del centro, no como zona geográfica sino como centro cosmogónico: “el ombligo de la Tierra”. Así, en una exhaustiva investigación, Gutierre Tibón nos dice que México tiene como significado “en el ombligo de la luna”. Claro, hay cerca de unas 46 interpretaciones, no obstante por la que opta el sabio genovés coincide con lo antes reseñado. Un cura franciscano, que sabía de esto, al componer un poema a México se firmó como onfaloselonopolitano, es decir “habitante de la ciudad del ombligo de la luna”.

martes, 17 de mayo de 2011

Siete pecados III/III

Mas fija los ojos abajo, que se acerca
el río de sangre, en el que hierve
todo el que por violencia a otro daña.
¡Oh ciega avidez!, ¡Oh loca ira,
que tanto nos acucia en la corta vida,
y en la eterna luego a tanto nos inmola!
Dante Aligheri

¿Quién hay, Señor, que no coma
un poco más de lo necesario?
Agustín de Hipona


El crimen de la avaricia no lo constituyen las riquezas o su posesión, sino el apego inmoderado a ellas. Es, según la teología, una pasión ardiente de adquirir o conservar lo que se posee, que no se detiene ante los medios injustos; es la acumulación desmedida que no hace uso de los recursos convirtiendo a su poseedor en miserable, en las dos acepciones del término. Se convierte en pecado mortal cuando el avaro está dispuesto a ofender gravemente a dios y omitir la caridad debida al prójimo y a si mismo. Prohijados por la avaricia están las siguientes faltas menores, no por ello menos reprensibles: fraude, dolo, perjurio, robo, hurto, tacañería y usura.
Evagrio Póntico en los textos de la Filocalia denominaba philargyria, o amor al oro, a la avaricia que no era otra cosa que “la raíz de todos los males y nutre como malignos arbustos a las demás pasiones y no permite que se sequen aquellas que florecen de ésta”.
En su canto XXII, Estacio explica a Dante que leyendo a Virgilio se le curó la avaricia y se convirtió al Cristianismo por su profecía de la cuarta égloga, que narra el nacimiento de un niño dios, (en realidad el emperador Augusto) junto a los hechos de los mártires; pero como el miedo lo mantuvo fingiendo paganismo, eso le valió larga estancia en la cuarto círculo del Purgatorio y le impidió estar con sus pares, en el Limbo. Estacio fue muy popular durante la Edad Media, porque se creía que se había convertido al Cristianismo, lo cual es totalmente dudoso.
Micer Catello di Rosso Gianfigliazzi vivió entre finales del siglo XIII y la primera mitad del XIV, perteneció a una gran familia florentina con quien Boccaccio estuvo muy relacionado y seguramente también Dante. Este personaje practicó la usura en Francia e Italia y se cree que es él uno de los personajes que aparecen en el Infierno dantesco, entre los condenados por usura, llevando al cuello una bolsa con el escudo de los Gianfigliazzi.
Definido como el appetitus inordinatus vindictae (apetito desordenado de venganza), la ira se excita en quien la padece por alguna ofensa real, supuesta o imaginaria. Solo basta que este desorden se convierta en pecado cuando este afán es contrario a la razón, lo que implica que el coraje, la cólera, la furia y aún el arrebato mientras esté entre los límites de la razón no será imputado como pecado, pues de lo que se trata es de suprimir el mal y restablecer el bien. Para el eremita Evagrio, “los pensamientos del iracundo son descendencia de víboras y devoran el corazón que los ha engendrado. Su oración es un incienso abominable y su salmodia emite un sonido desagradable”.
El buen Dante coloca a Feligias como ejemplo de este pecado, pues según la leyenda Flegias, en su furia, habría intentado incendiar el templo de Apolo de Delfos. En castigo de su impiedad, Virgilio lo pone en el infierno, en su obra la Eneida de la que deudor la Divina Comedia.
Si bien “el placer o deleite que acompaña al uso de los alimentos, nada tiene de malo” pues es “efecto de una providencia especial de Dios para que el hombre cumpliese más fácilmente con el deber de su propia conservación”, “prohibido es, empero, comer y beber hasta saciarse por ese solo deleite que se experimenta”. Entonces, la gula podría definirse como el uso inmoderado de los alimentos necesarios para la vida. No es balde Evagrio definía a la gula como gastrimargía, literalmente: “locura del vientre. La cultura latina especificaba determinadas situaciones: proepropere, comer antes de cada alimento; la abstención en los días consagrados; se llamaba laute cuando se comían manjares que superan las posibilidades económicas de la persona; nimis cuando se bebía o se comía en perjuicio de la salud de la persona; ardenter cuando se comía con extrema voracidad o avidez a manera de las bestias. La gula se transforma en pecado en los siguientes casos:
Cuando por el solo placer de comer se llega al hurto o se reduce a la familia a la mendicidad o la miseria; el comer se convierte en fin único y preponderante en la vida; es causa de graves pecados como la lujuria y la blasfemia; se omiten los días de ayuno y de abstinencia de ciertos alimentos decretados por la Iglesia católica (y debo pensar que otras iglesias); se provoca voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida (recuerda a El Satiricón); se infiere grave daño a la salud o sufrimiento a si mismo y a los que lo rodean. Pero más allá del desordenado apetito, en última instancia el glotón no consume comida, se traga el universo para reducirlo a una inmensa hez.
En el Canto VI del Infierno, Dante relata su encuentro con Ciacco, probablemente un contemporáneo o bien la personificación de los políticos de la época. Se ha pensado que el nombre alude al cerdo. Ciacco tuvo a su estómago por dios, y hay un profundo desprecio por quienes, como él, hicieron de la gula su vida.

lunes, 16 de mayo de 2011

Siete pecados II/III

El hombre, en su orgullo, creó a
Dios a su imagen y semejanza.
Friedrich Nietzsche

A veces pienso que Dios, creando al
hombre, sobreestimó un poco su habilidad.
Oscar Wilde

La acidia es la debilidad del alma que
irrumpe cuando no se vive según la naturaleza
ni se enfrenta noblemente la tentación
Evagrio Póntico

En la anterior entrega describimos someramente la historia de los siete pecados capitales, así como las virtudes, cardinales y teologales, que los contrarrestan. Iniciemos una breve revisión de estos pecados, no en el orden que dieron los medievales a superbia, avaritia, luxuria, invidia, gula, ira, acedia creando la sigla Saligia sino en otro orden, algo más bien personal y por tanto arbitrario.
La lista la encabeza la soberbia, el principal de los pecados capitales, de acuerdo a la mayoría de los revisionistas sobre el tema. Fue por esta falta, según la teología cristiana, que el hombre fue expulsado del jardín del Edén y de ahí su condenación eterna. Según Tomás de Aquino, la soberbia es “un apetito desordenado de la propia excelencia”. De la soberbia se desprenden otras faltas menores: Altanería, ambición, fatuocidad (no existe el término pero me entienden), hipocresía, jactancia, presunción, pertinencia y vanagloria. Contra la soberbia únicamente la humildad es remedio eficaz.
En otro tiempo los canonistas denominaron a este pecado vanagloria y aún kenodoxía , que deriva de kenós “vacío, vano” y dóxa, “opinión” y que no es otra cosa que una imagen de sí que se proyecta a los demás en base a valores inexistentes o insignificantes por su trivialidad.
Otro término utilizado por los medievales para designar a este pecado fue hyperephanía proviene del superlativo hypér y phaíno, “lo que aparece”: aquello que aparece como más de lo que es, arrogancia, altanería.
En la Divina Comedia, Dante coloca en la primera terraza del Purgatorio, donde se purga la soberbia, al músico italiano Casella y a Catón, político romano (es interesante: denostando a sus contemporáneos Dante los perpetua) y en el tercer círculo del Infierno, a Filippo Argenti, un ciudadano de Florencia.
Coloco, un tanto arbitrariamente a algunos de los personajes dantescos puesto que el poeta no los distribuye según los pecados capitales porque éste, evidentemente, no era su intención. Su propósito era otro pero no viene al caso abundar al respecto. Para Dante hay niveles entre los pecados y algunos resultan terribles, otros soportables en el Purgatorio, que es el camino más difícil para llegar al cielo.
La acidia es el más inasible de los pecados capitales pues resulta difícil determinar hasta qué punto y en qué grado se llega a esa falta que podría definirse como la imposibilidad de quien la padece de aceptar y hacerse cargo de su existencia en cuanto tal. Al mismo tiempo es el pecado que más problemas causa en su denominación, pues la simple holgazanería, la molicie, la desidia o el ocio, en sí mismas no constituyen una falta, mucho menos un pecado. Por ello algunos teólogos prefieren el término acidia, pues el concepto es más amplio. Antes de que finalmente se constituyera como pecado se le denominó pereza, melancolía y tristeza.
Considerando el sentido propio es una tristeza o angustia de ánimo que desliga de obligaciones ya espirituales ya mundanas. Ahora bien, tomada en sentido canónigo es pecado en tanto se opone a la caridad a sí mismo, al prójimo y, en primer lugar, a dios. Por tanto, si deliberada y concientemente sentimos abulia, que no es otra cosa que entristecerse y sentir apatía por la cosas a las que se está obligado, se cae en falta. Emparentado con la acidia es la melancolía, que también conturba el alma y es gemela del aburrimiento pues en sentido lato este término, ab horreo, significa horror al vacío –no confundir con el término arquitectónico horror vacui, aunque si se le mira con detenimiento viene a ser lo mismo: una pared sin adornos aburre.
Tomás de Aquino describe la acidia como cierta tristeza que apesadumbra, “una tristeza que de tal manera deprime el ánimo del hombre, que nada de lo que hace le agrada, igual que se vuelven frías las cosas por la acción corrosiva del ácido. Por eso la acidia implica cierto hastío para obrar”.
Hoy sabemos que un desorden mental, la depresión, conduce a este desánimo –sin ánima, otro buen término para este inaprensible pecado-, lo mismo que alguna enfermedad terminal o estar condenado al patíbulo, lo que ahora resulta un tanto difícil pero no tanto si se vive en los Estados Unidos de Norteamérica. Quizás halla almas atormentadas, como lo fueron los románticos, que en vez de afrontar los pesares y los pequeños y escasos pero deslumbrantes momentos de felicidad, opten por dejar a un lado la indolencia –otro término igualmente preciso para este pecado- y dispararse un tiro en la sien y engrosar una cifra más en esta creciente estadística de suicidios.
En la Divina Comedia, Dante coloca a Celestino V, contemporáneo del autor, en el Infierno junto a los inútiles o neutrales que se encuentran entre la puerta y el vestíbulo. Otro a quien alude es a Murrone a quien también acusa de timorato. Otro personaje es Giacomo Sant’Andrea, quien se supone se suicidó después de malgastar su fortuna en caprichos inanes, como arrojar un montón de monedas de oro al río, solo porque estaba aburrido.

domingo, 15 de mayo de 2011

Siete pecados I

El término “capital” no se refiere
a la magnitud del pecado sino a
que da origen a muchos otros pecados.
Tomás de Aquino.


A los pecados capitales –denominados así por ser “cabeza” (capit, en latín) o principio de los demás pecados– y que son origen de lo moralmente reprobable de acuerdo con el cristianismo, se oponen las virtudes cardinales que impelen a lo correcto, como veremos después. Saligia es la sigla popular en la Edad Media que correspondía a las iniciales de superbia, avaritia, luxuria, invidia, gula, ira, acedia.
Fue en la Edad Media cuando se llegaron a codificar los siete pecados capitales o mortales, en una etapa turbulenta donde empezaron a cuestionarse los dogmas –y que en última instancia llevó al cisma con la Reforma-, de la expansión del Islam y la búsqueda permanente de nuevas rutas comerciales. El castigo y el reato de estos pecados pretendían frenar las nacientes herejías, como el nicolaísmo, nestorismo o bien la simonía, aun cuando la en la Iglesia los pecados eran mayores: compra de cargos eclesiásticos, venta de bulas, financiamiento para cruzadas… por solo citar algunos ejemplos.
Los siete pecados no siempre fueron siete ni los mismos. Los teólogos y los padres de la Iglesia se nutrieron ampliamente del clasicismo griego y latino y lo incorporaron a sus tesis. Para no extenderme diré que el filósofo griego Zenón enumera ocho pecados: en dos grupos de cuatro; el latino Cicerón hace lo propio; Orígenes, Padre de la Iglesia señala siete, tantos como los pueblos que enfrentó Israel en su conquista de Canaan.
El eremita Evagrio Póntico enumera ocho pecados y los coloca en orden según el grado de peligro: gula, impureza, avaricia, melancolía, ira, pereza, vanagloria, orgullo, lo mismo hace Casiano de Marsella aunque en otro orden pero la gula sigue siendo el primer pecado. Es Gregorio Magno quien fija definitivamente el número siete. Agustín coloca como primer pecado a la soberbia, agrega la envidia y junta melancolía y pereza. Tomás de Aquino asegura que la soberbia y la avaricia son los principales pecados, de donde se derivan el resto, aunque deja intacto el número siete. Posterior y eventualmente se llegan a mencionar ocho pecados, confundiendo orgullo y vanagloria o bien acedia con tristeza, sustituyendo, finalmente, la primera por la segunda. El canonista y obispo Henricus Ostiénsis, escribe en 1271: Dat septem vicia / Dictio saligia.
Para Tomás de Aquino, hay otros dos pecados: El temor y la esperanza, pues “son pasiones de la irascible. Mas todas las pasiones de la irascible nacen de las pasiones de la concupiscible, las cuales también se ordenan de algún modo a la delectación y a la tristeza. Y por eso entre los pecados capitales se enumeran principalmente la delectación y la tristeza como pasiones principalísimas”.
Asimismo, Aquino señala que son en realidad cuatro los pecados capitales, que corresponden a las cuatro virtudes. Así argumenta el teólogo por antonomasia:
“En primer lugar hay un bien del alma que ya por su sola aprehensión es apetecible, a saber, la excelencia de la alabanza o del honor; y tal bien lo busca desordenadamente la vanagloria. Otro bien es el del cuerpo; y éste o pertenece a la conservación del individuo, como la comida y la bebida, y este bien lo busca desordenadamente la gula; o a la conservación de la especie, como el coito: y a esto se ordena la lujuria. El tercer bien es más exterior, a saber, las riquezas: a éste se ordena la avaricia. Y estos cuatro vicios mismos rehuyen desordenadamente las cosas contrarias”.
Con otra argumentación tomista Aquino se refiere al resto de los pecados capitales que aún cuando son origen y principio de otros vicios y pecados, no lo son al extremo de merecer muerte capital, como podría suponerse por el nombre dado a estos pecados. El castigo, desde luego estará en el otro mundo después de la muerte, ya en el Purgatorio donde se purifican las almas o en el Infierno a la espera del Juicio Final.
Contra los pecados capitales es necesario alcanzar determinadas integridades, en principio las virtudes cardinales, que son: Prudencia, justicia, templanza y fortaleza. En la Edad Media, los Padres de la Iglesia se afanaron en conciliar los dogmas bíblicos y los razonamientos de la filosofía griega, fundamentalmente aristotélicos –puestos en circulación por los árabes después de que por siglos permanecieron ocultos por los occidentales. Así, de la teoría platónica se toman tres de estas virtudes, asociadas a cada una de las partes con que divide el alma. Así, a la virtud de lo racional (soberbia) corresponde la prudencia; la de lo irascible (ira) a la fortaleza y la de lo concupiscible (lujuria) a la templanza o moderación. La cuarta, que es la virtud más importante de todas, la justicia, nace cuando cada parte del alma cumple su cometido convirtiéndose así en virtud rectora que cohesiona a las restantes.
Para los estoicos la prudencia o sabiduría, la fortaleza, la templanza y la justicia, son las cuatro virtudes cardinales. El hombre que posee con perfección estas cuatro virtudes, nada tiene que pedir ni envidiar a la Divinidad; se hace igual a Dios, del cual sólo se diferencia en la duración mayor o menor de su existencia: bonus ipse tempore tantum a Deo differt.
Si se hurga más podemos remitirnos a De officiis de Cicerón, a Meditaciones de Marco Aurelio, pienso en los filósofos estoicos griegos terminando con los romanos, con Séneca a la cabeza. El cristianismo añadió a estas virtudes, las cardinales, las llamadas Virtudes teologales: Fe, esperanza y caridad. En la teología católica, éstas son hábitos que Dios infunde en la inteligencia y en la voluntad para ordenar las acciones del hombre. En total, son siete las virtudes que hay que seguir para alcanzar el cielo y contrarrestar los pecados capitales. Podríamos seguir con el tema con las virtudes infusas y las adquiridas pero ello sería entrar a esa ardua tarea que es la teología.

sábado, 14 de mayo de 2011

Primogénito

Primo equivale a primoroso, sutil, y proviene del vocablo latín primus, es decir, figuradamente, el primero en calidad. Primero tiene su origen del latín primarius, el de la primera fila, el primero en orden. Primer es la forma apocopada de primero. Otros vocablos se han derivado de éstos, algunos cultismos, entre ellos primería, primeridad, primar, primaz, primacía, primasaguas o sea, las primeras aguas que caen al empezar la estación de lluvias, nos informa el Diccionario crítico Etimológico castellano e hispánico
En la Biblia versión Reina-Valera (Exodo 12, Capítulo 13) se lee que Jehová habló á Moisés, diciendo: Santifícame todo primogénito, cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales: mío es.
En Mateo (1:25): Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre Jesús. (Lc. 2. 21) El propio Mateo llama al hijo de María su primogénito. Si Cristo hubiera sido el único no se le llamaría primogénito sino que unigénito. Después vemos en Mateo (13:55) los nombres de los hermanos de Jesús y también menciona a sus hermanas. Las escrituras son claras para darnos a entender que María no continuo siendo virgen por toda su vida, pero eso es otro cantar y merece un comentario aparte.
En la cuarta Alía (11:3-12:20) de la tradición judaica se lee “El Eterno dice así: A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto, y morirá todo primogénito de faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de su sierva y de toda bestia. Un cordero sin defecto seria tomado y su sangre seria puesta como señal en los dos postes y en los dinteles de las casas”.
También en la tradición judía (Bem. 18:15,16) se menciona que “todo el que abre la matriz de todo ser, ya sea de hombre o de animal, que se ofrece a Hashem, será para ti. Pero sin falta rescatarás al primogénito del hombre; también rescatarás el primerizo del animal inmundo. En cuanto al rescate, efectuarás el rescate de ellos al mes de nacidos, mediante el precio de 5 siclos de plata, según el siclo del santuario, el cual tiene 20 geras”.
Lo mismo sucedía en las llamadas culturas paganas o antiguas. Se acostumbraba consagrar los primeros frutos, crías o hijos a los dioses; la costumbre también era conocida por los Israelitas, y fue aceptada por la Torá, como muchos ritos y mitos. También como recordatorio de la plaga en la cual Dios mató a los primogénitos en Mitzraim, pero no tocó a los hijos de los israelitas.
De ahí que Jehová exige que el hijo varón que fue el primero en salir de la matriz de su madre sea consagrado a Dios, es decir, le sea entregado al cohen, que es el representante de Dios en la Tierra, para que el cohen lo eduque y lo ponga a servir en el Templo por toda la vida (esto era así en épocas que el Templo no había sido destruído).
Como los padres en general no quieren abandonar a sus hijos, incluso para darlos a Dios, hacen la ceremonia de Pidión HaBen, generalmente a los 31 o 32 días después del nacimiento, con el correspondiente pago.
Primogénito es una palabra bíblica que se refiere al primer nacido de un matrimonio. La palabra, tal como la conocemos, es empleada a partir del siglo XIII y se emplea como el “primer nascido o primer fijo”. Es un vocablo creado paralelamente a segundogénito y segundogenitura. También lo refiere Corominas en su indispensable lexicón. Siempre en el lenguaje lógico normal, un primero requiere un segundo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Axis mundi

Todos los pueblos, todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad tienen referentes mitológicos que los relacionan con sus dioses. Ya una montaña y su representación arquitectónica, la pirámide o el templo; ya el centro cósmico que puede estar representado por una cavidad como una cueva o bien como “el ombligo del mundo”; ya como el axis mundi, que puede ser representado por un árbol, un poste, una liana.
Los templos son réplicas de la Montaña cósmica y, constituyen, por consiguiente, el vínculo por excelencia entre cielo y tierra, esto es común prácticamente para todas las culturas, porque la comunicación con el cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al axis mundi, el eje o el pilar del mundo. Así, tenemos la universalis columna: la escala o la escalera de Jacob, o la escala de Mahoma, texto árabe del que se inspiraría Dante Alegheri en su Divina Comedia.
Es importante mencionar que en múltiples culturas se habla de montañas que se hallan en el Centro del Mundo, míticas o reales: Meru en la India, Haraberezaiti en el Irán, la montaña mítica Monte de los Países en Mesopotamia, Gerizmin, “ombligo de la Tierra”, en Palestina. Por supuesto no podemos dejar de mencionar al Olimpo griego. Pero del “ombligo del mundo” nos referiremos en otra entrega.
El axis mundi es, pues, el vínculo entre lo terrenal y lo cielar, entre los humano y lo divino. Mas en la actualidad ¿cómo podría representarse en el mundo secular y profano este eje divino?
La respuesta la podemos encontrar en el lugar más inesperado: en el table dance.
A mi parecer lo más importante del table dance es el tubo, no sólo por el funambulismo vertical que practican las acróbatas mórbidas, sino porque representa el axis mundi, el eje que sostiene ese mundo trasnochador, es el eje que mantiene ese mundo que trasforma al noctívago. Es el vínculo entre lo habitual o lo extraordinario, entre lo terrenal y lo paradisíaco.
Es el camino en direcciones opuestas: cielo e infierno.

El Central

El Salón El Central no es propiamente una cantina en el sentido tradicional del término, podría considerarse una neocantina pero el término, aunque postmoderno, es insuficiente para definir el concepto de este lugar. En todo caso, lo considero una extensión del taller del pintor Guillermo Olguín –su fundador y propietario- o, si se quiere, un centro cultural donde también se puede beber además de asistir a exposiciones de obra plástica, funciones de cine de arte, conciertos de música de vanguardia o bien participar de un perfomance. Bailar con excelente música no es el menor de los goces del lugar.
No es, tampoco, la obra de una sola persona, en este caso del joven y consolidado artista oaxaqueño Guillermo Olguín, uno de los más representativos pintores de la nueva oleada, sino también de la colaboración de otros artistas y de los propios “empleados”, si este término puedo ajustarse al trabajo creativo de quienes participan de esta aventura semanal, referente indiscutible de la vida cultural de la capital de Estado.
Cuando hablo de una extensión de un taller pictórico me refiero, en primer término a que ese lugar –la segunda calle de Hidalgo en el Centro Histórico- fue, precisamente el lugar de trabajo del artista. Posteriormente fue adaptado, poco a poco, como una cantina y, al mismo tiempo, en centro cultural sin pretensiones institucionales o de otra índole más allá de lo que ha sido concebido.
El Central, así a secas, es frecuentado por artistas de diferentes disciplinas, distinta concepción artística, disímil ideología y origen diverso. Es centro de reunión donde se discute alrededor de la vida cultural oaxaqueña que, en términos globales, se refiere al quehacer artístico de los creadores afincados en estas tierras y que provienen de otras entidades del país y de otros países y claro, de quienes nacieron aquí. No puede faltar, desde luego, el cotilleo que genera tan dispersa y heterogénea comunidad y que inevitablemente forja leyendas y también desencuentros. Es lugar obligado de asistencia para el artista que está de paso por Oaxaca.
Si he puesto énfasis en lo artístico es porque su concepción fue así, lo que no necesariamente tiene que traducirse como un centro cultural institucional. Es un espacio abierto a todas las corrientes y no hay imposición ni conceptual ni ideológica y con ello quiero decir que El Central tampoco es centro de reunión de capillas culturales, de conciliábulos artísticos y de grillos culturales.
A diferencia de otros lugares de este tipo, El Central está en constante transformación –y no es un gatopardismo ni decorativo ni conceptual- en cuanto a sus propuestas artísticas (exposiciones, conciertos, etc.) como a lo ornamental donde lo distintivo es su eclecticismo, sin que este término suene peyorativo, sino por el contrario, como feliz acierto. La impronta de quienes han colaborado en este proyecto se mantiene latente pero también los ha rebasado.
El Central es una auténtica Babel donde las charlas sobre cualquier tópico están salpicadas de inglés, francés, alemán, español y zapoteco y en donde el lenguaje universal de la camaradería y alcohol une corazones, desata polémicas y exalta los espíritus. No puede haber mejor combinación para quienes gustan de lo excéntrico, prefieren lo inusual y están dispuestos a iniciar una nueva aventura que puede renovarse el siguiente fin de semana.

Culturama

Columna radiofónica semanal

De manera abrupta, alguien decidió nombrar a un nuevo director de la Casa de la Cultura Oaxaqueña. Así, se despachó a Sergio Cervantes y tomó la estafeta Javier Alonso quien en menos de quince días fue a su vez destituido. ¿Qué pasó? Bien a bien nadie lo sabe, lo cierto es que fue una decisión dictada por el capricho. Es seguro que el secretario de cultura, Andrés Webster Hernestosa, impidió que se consumara la imposición. Pero fuera de ese chisme palaciego, hay dos cuestiones importantes que señalar.
Por una parte se impone preguntarse bajo qué criterios se nombrará a un nuevo director de la casa de la cultura? ¿Cuál debe ser el perfil adecuado? Y, por otra parte y de manera sustancial, independientemente del personaje que sea el nuevo titular de la institución, ¿qué va a pasar con la casa de la cultura?
A estas alturas es claro que esa institución está anquilosada, como centro cultural no responde a las exigencias que la sociedad reclama. El Instituto de Artes Gráficas, la Casa de la Ciudad por solo nombrar dos importantes centros culturales, han substituido a la casa de la cultura.
Los últimos directores nunca imprimieron un nuevo sesgo a la institución, simplemente dejaron que las cosas marchasen como en los años setenta de siglo pasado. Hoy por hoy no hay proyecto para el siglo xxi de una casa de la cultura oaxaqueña. Lejos de modernizarse, de ser adalid de las artes y la cultura, esa institución simplemente se burocratizó.
La casa de la cultura se ha convertido en guardería, donde los padres dejan a sus hijos para que se entretengan. No es iniciadora de artes, es cuidadora de niños. La época en que brilló la casa de la cultura pasó hace mucho tiempo. Es imprescindible refundarla pero eso se ve imposible teniendo a un secretario de cultura timorato.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Zanate

Una charca, bajo un almendro, es guarida provisional de una parvada de zanates, parientes menores, gárrulos y gamberros, de los cuervos que aún siendo de la misma especie, son elegantes, distinguidos pero igualmente devastadores. Los zanates brincotean alrededor de la charca con las alas extendidas, se remojan, sacuden sus cabezas con movimientos nerviosos, convulsos; espantan a otras aves que se acercan a su territorio, las expulsan con un parloteo en que se adivinan improperios, gaznan antes de arrebatar la comida a otros, chillan y después picotean a los más pequeños; otros vigilan en las ramas y ante un peligro inminente, gorjean desesperados. Los zanates tienen muchas voces porque, como toda gavilla, tienen códigos para cometer fechorías y salir bien librados, incluso imitan a otros pájaros para despistar, para engañar, para robar huevos en nidos de otras aves. De ojo avizor, el zanate deja que el campesino se acerque hasta cierto límite luego lanza la alerta pero no se mueve, sigue en su daño, atento, con la pupila negra rodeada de un amarillo perverso. Si el campesino se agacha para recoger una piedra, los pajarracos llegan a las ramas antes de que el hombre toque la piedra. Un buen campesino lleva resortera y piedras romas en mano. Tiene que acercarse disimuladamente, como quien riega, como quien hace una labor y luego estirar lentamente la liga detrás de su brazo para que no lo vea el zanate y, en un acto, apuntar y disparar antes de que emprenda el vuelo. Mañoso, el zanate pronto aprende la lección y mide al hombre que después se contenta con solo espantar con su presencia al animal dañero. Tirar escopetazos es demasiado gasto para esta ave ictérica. El enemigo más astuto del zanate es el niño porque, furtivo, acecha detrás de los matorrales y dispara como saeta su resortera. A veces se le atina al zanate y cae despanzurrado mientras la parvada se disuelve en alharaca. Más tarde, cautos, recelosos, los zanates llega uno a uno, con desconfianza. Se acercan al caído, lo sacuden hasta que comprueban que está muerto, entonces inician una cadenciosa danza, caminan a su alrededor batiendo levemente sus alas, subiendo y bajando su pecho y moviendo frenéticamente su cabeza de lado a lado. Algunos piensan que es un rito funeral para interceder por el alma del ave por las maldades cometidas, pero todos saben que ese animal no puede tener alma de lo malo que es; otros creen que es para evitar que otros animales se lo coman, pero todos saben que siendo un ave de mala entraña su carne es magra. No lo come el zopilote, la rata lo desprecia, las alimañas le dan la vuelta, solo las hormigas negras, pequeñitas, mandan a sus esclavas porque esa carne acelera la descomposición de las hojas recortadas minúsculamente que incuban hongos que alimentarán a la nueva camada que esclavizará a otras hormigas. Solo para la maldad sirve esa carne. No falta quien diga que la bruja la usa para sus menjurjes, sus hechizos para enfermar al prójimo, enamorar a la mujer ajena, emponzoñar el alma del más pintado, tirar al marido al vicio. Hasta su mierda es corrosiva.
Del libro Zoografia

lunes, 9 de mayo de 2011

Trastienda


Las disposiciones municipales, tendientes siempre a obtener del ciudadano recursos para rendir culto a la personalidad del gobernante en turno, sofocan la convivencia social en vez de armonizar la vida comunitaria. Baste solo recorrer el centro histórico para ver el creciente comercio informal invadiendo aceras y el arroyo vehicular...
         Debido a la tortuosa tramitología y los impuestos que implica abrir un nuevo establecimiento (sin contar con el permiso respectivo) la gente prefiere trabajar en la clandestinidad, por ello y no por otra cosa algunas tiendas expenden bebidas embriagantes detrás del mostrador, en la trastienda.
         Algunas son conocidas por las mismas autoridades municipales y son frecuentemente concurridas por personas de estratos socioeconómicos diversos. Las hay pequeñas, pero en ocasiones la trastienda es más grande que la tienda misma.
         De ahí que se diga que una tienda u otra negociación es solo la fachada para otro giro comercial: una cantina disfrazada de tienda, se escucha decir.
         Los mexicanos tenemos la atávica propensión a la clandestinidad, que en cierta forma es una defensa ante las autoridades, siempre dispuestas a incarle el diente al ciudadano. Por supuesto que la clandestinidad tiene variaciones perversas: corrupción, piratería, por solo citar las más visibles y más devastadoras.
         De esta manera, los propietarios de las tiendas de la esquina abren la puerta trasera y habilitan el patio como centro de reunión para quienes así lo deseen. En poco tiempo la voz se corre y el lugar pronto se convierte en referencial en el barrio, en la colonia.
           No es difícil convertir un patio en una cantina, todo es cuestión de ingenio y buena intuición para el aprovechamiento del espacio. Tocones, cajas de refresco, piedras son excelentes para improvisar sillas y mesas.
         Pero ¿Por qué sufrir incomodidades habiendo cantinas? La respuesta es más que obvia: por los precios. Por supuesto que el parroquiano no tiene derecho a botana a no ser que la compre en la tienda o bien, la lleve con permiso expreso del dueño o propietaria.
         La existencia de una trastienda implica que vecinos inicien una serie de rumores y protestas; por ello el propietario cuida mucho que los parroquianos no hagan desmanes dentro y fuera de la miscelánea.
         Hay, también, trastienda sin tienda: cantinas clandestinas que gozan de la preferencia del barrio y su fama llega aún más lejos; de hecho algún regidor, un funcionario municipal sabe de su existencia pero mantiene el secreto. Secreto a voces porque solo los que no acostumbran beber desconocen su paradero.
         Tras el mostrador la vigilante mirada del propietario mantiene a los contertulios en calma. Como en toda cantina, pero más en éstas de arrabal, personas que nunca habían intercambiado palabra, empiezan a forjar una amistad que en poco tiempo se convertirá en duradera.
         Tales cantinas, aunque usted no lo crea y las autoridades municipales mantengan cerrados los ojos, son mucho más de lo que pudiera pensarse. Y sin embargo, son necesarias.
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