martes, 24 de mayo de 2011

Bicicleta

La bicicleta no sólo es un medio de transporte. Eso sólo nos los han querido imponer. La imaginación se ha encargado de darle otras connotaciones que van más allá de lo meramente comercial. De la bicicleta se han referido muchos autores. Recuerdo el excelente ensayo Cómo leer en bicicleta de Gabriel Zaid que, claro está, no se refiere al mecanismo en referencia o al también prodigioso cuento de Julio Cortázar sobre este artilugio decimonónico; recuerdo el disco Bicicle race del desaparecido grupo Queen en que la posaron decenas de chicas desnudas subidas al vehículo de dos ruedas y que despertó las fantasías sexuales de mi adolescencia. Cómo olvidar la película italiana El ladrón de bicicletas, de Sicca, que me hizo llorar cuando niño...
La imagen que nos hacemos de la bicicleta va de la utilizada a mediados del siglo XIX, aquella propia para funámbulos pues constaba de una rueda enorme cuyo diámetro sobrepasaba la estatura media de un hombre, y una rueda muy pequeña... a las actuales, de carreras, con ruedas de carbono. No se olvide de las fabricadas expresamente para montañismo o de exhibición que los jóvenes utilizan para hacer piruetas en el aire. En fin, las hay para todos los gustos y necesidades. Claro, las más comunes son las llamadas turistas. Las hay de variado tamaño. Los precios, por consiguiente, son diversos.
Se ha llegado al extremo de asegurar una bicicleta en un soporte inamovible, que dio nacimiento a la bicicleta fija y con ella un nuevo tipo de usuario: los deportistas estarionarios. Si fue primero la bicicleta fija o la caminadora, quizás pocos lo sepan; el caso es que estos artilugios de la época moderna son sumamente sofisticados.
Hay dos tipos de pueblos bicicleteros: aquellos donde el uso de esa maquinaria en movimiento está generalizado, como por ejemplo China o un pueblo, una comunidad o incluso una ciudad a la que nos referimos despectivamente: vives es un pueblo bicicletero.
Para burlarse de quien pretende engañarnos de manera descarada solía decirse: claro, y si mi abuela tuviera ruedas sería bicicleta. De dónde provino esa expresión, lo desconozco pero quizás algún avezado lector lo sepa. Mas no deja de ser simpática.
Para hacer ejercicio y movilizarme en la ciudad estuve tentado a comprar una bicicleta, pero la pésima conducción de los choferes de los camiones urbanos –cafres se les ha dicho y me parece que justificadamente, lo mismo que a sus vehículos: ataúdes ambulantes– me convenció de la necesidad de continuar siendo sedentario.
Me entero que en la ciudad de México se crearan vías para bicicletas, lo que me parece loable, además de necesario. Algo similar debieran hacer las autoridades municipales y estatales al respecto.
A estas alturas el lector se ha de preguntar y bueno a dónde quiere llegar este escribidor. Ciertamente no lo sé, quizás tomar la vieja bicicleta guardada en el rincón de la casa y sortear los peligros a los que se está expuesto en esta ciudad (Oaxaca o cualquiera que usted quiera, para el caso es lo mismo) para convertirse en un deportista extremo. Eso sí es peligro.

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