Cuántas veces no hemos escuchado la expresión: “se cree el ombligo del mundo”, no sólo a personas, sino referido a pueblos. La expresión, no obstante, tiene una profunda raíz.
Un Universo toma origen de su Centro, se extiende desde un punto central que es como el ombligo. Según el Rig Vega, el universo nace y se desarrolló a partir de un núcleo central. La tradición judía es todavía más explícita: “El Santísimo ha creado el mundo como un embrión. Así como el embrión crece a partir del ombligo, Dios ha empezado a crear el mundo por el ombligo, de ahí se ha extendido en todas direcciones”. Y habida cuenta de que el ombligo de la tierra, el centro del mundo, es la Tierra Santa, Yoma afirma: “El mundo ha sido creado, comenzando por Sión”. Rabbi ben-Gorion decía a propósito de la roca de Jerusalén que “se llama la Piedra de la base de la Tierra, es decir, el ombligo de la Tierra, porque a partir de ella se ha desplegado la tierra entera”.
Si el hombre es una réplica de la cosmogonía, el primer hombre fue formado del “ombligo de la tierra”, de acuerdo a la tradición mesopotámica; en la tradición judeo-cristiana, el centro del Mundo, el Paraíso, está situado en el “ombligo de la tierra”. Y no podía ser de otra manera, puesto que el Centro es precisamente el lugar en que se efectúa una ruptura de nivel, donde el espacio se hace sagrado, real, por excelencia. Una creación implica superabundancia de realidad; dicho de otro modo: la irrupción de lo sagrado en el mundo, nos dice Mircea Eliade.
La misma identidad “ombligo” –centro– reaparece en culturas muy alejadas entre sí. En gaélico, imleag o iomlag, ombligo, significa también “centro”. La capital de los incas, Cuzco, era llamada “ombligo”. Lo mismo nos refiere Tibón con respecto a la interpretación de obligo y centro en lenguas indígenas, todavía habladas en el México actual.
Las tradiciones islámicas han conservado la misma cosmología mística y han conferido a La Meca y a la Caaba las prerrogativas de Jerusalén. En Kisaĭ podemos leer la siguiente afirmación: “La tradición dice: La Estrella Polar muestra que el lugar más elevado es la Caaba, porque ésta se encuentra justamente delante del centro del Cielo”.
En la India, el “lugar del sacrificio”, se denomina también “entrañas (matriz) del orden cósmico”. Desde la óptica védica, en la India se ha identificado al altar sacrificial con el ombligo. Idéntica concepción se encuentra en Clemente de Alejandría: “El altar sobre el cual arde el incienso es un símbolo de la tierra clavado en el centro del universo”. En Shiz, la Jerusalén de los iranios, situada dónde más en el centro del mundo, era tenida por el lugar originario del poderío real y también por ser la ciudad natal de Zaratustra.
El mundo verdadero se encuentra siempre en el medio, en el Centro, pues allí se da una ruptura de nivel, una comunicación entre las dos zonas cósmicas. Un país entero, Palestina; una ciudad, México Tenochtitlán; un santuario, el templo de Jerusalén, representan indiferentemente un imago mundi.
La etimología de México no difiere mucho a los nombres de ciudades e inclusos países de otras culturas. El hombre de las sociedades premodernas, el hombre religioso, aspira a vivir lo más cerca del Centro del Mundo. De hecho, en todas las lenguas se ha conservado la expresión popular del centro, no como zona geográfica sino como centro cosmogónico: “el ombligo de la Tierra”. Así, en una exhaustiva investigación, Gutierre Tibón nos dice que México tiene como significado “en el ombligo de la luna”. Claro, hay cerca de unas 46 interpretaciones, no obstante por la que opta el sabio genovés coincide con lo antes reseñado. Un cura franciscano, que sabía de esto, al componer un poema a México se firmó como onfaloselonopolitano, es decir “habitante de la ciudad del ombligo de la luna”.
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