Todos los pueblos, todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad tienen referentes mitológicos que los relacionan con sus dioses. Ya una montaña y su representación arquitectónica, la pirámide o el templo; ya el centro cósmico que puede estar representado por una cavidad como una cueva o bien como “el ombligo del mundo”; ya como el axis mundi, que puede ser representado por un árbol, un poste, una liana.
Los templos son réplicas de la Montaña cósmica y, constituyen, por consiguiente, el vínculo por excelencia entre cielo y tierra, esto es común prácticamente para todas las culturas, porque la comunicación con el cielo se expresa indiferentemente por cierto número de imágenes relativas en su totalidad al axis mundi, el eje o el pilar del mundo. Así, tenemos la universalis columna: la escala o la escalera de Jacob, o la escala de Mahoma, texto árabe del que se inspiraría Dante Alegheri en su Divina Comedia.
Es importante mencionar que en múltiples culturas se habla de montañas que se hallan en el Centro del Mundo, míticas o reales: Meru en la India, Haraberezaiti en el Irán, la montaña mítica Monte de los Países en Mesopotamia, Gerizmin, “ombligo de la Tierra”, en Palestina. Por supuesto no podemos dejar de mencionar al Olimpo griego. Pero del “ombligo del mundo” nos referiremos en otra entrega.
El axis mundi es, pues, el vínculo entre lo terrenal y lo cielar, entre los humano y lo divino. Mas en la actualidad ¿cómo podría representarse en el mundo secular y profano este eje divino?
La respuesta la podemos encontrar en el lugar más inesperado: en el table dance.
A mi parecer lo más importante del table dance es el tubo, no sólo por el funambulismo vertical que practican las acróbatas mórbidas, sino porque representa el axis mundi, el eje que sostiene ese mundo trasnochador, es el eje que mantiene ese mundo que trasforma al noctívago. Es el vínculo entre lo habitual o lo extraordinario, entre lo terrenal y lo paradisíaco.
Es el camino en direcciones opuestas: cielo e infierno.
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