El Salón El Central no es propiamente una cantina en el sentido tradicional del término, podría considerarse una neocantina pero el término, aunque postmoderno, es insuficiente para definir el concepto de este lugar. En todo caso, lo considero una extensión del taller del pintor Guillermo Olguín –su fundador y propietario- o, si se quiere, un centro cultural donde también se puede beber además de asistir a exposiciones de obra plástica, funciones de cine de arte, conciertos de música de vanguardia o bien participar de un perfomance. Bailar con excelente música no es el menor de los goces del lugar.
No es, tampoco, la obra de una sola persona, en este caso del joven y consolidado artista oaxaqueño Guillermo Olguín, uno de los más representativos pintores de la nueva oleada, sino también de la colaboración de otros artistas y de los propios “empleados”, si este término puedo ajustarse al trabajo creativo de quienes participan de esta aventura semanal, referente indiscutible de la vida cultural de la capital de Estado.
Cuando hablo de una extensión de un taller pictórico me refiero, en primer término a que ese lugar –la segunda calle de Hidalgo en el Centro Histórico- fue, precisamente el lugar de trabajo del artista. Posteriormente fue adaptado, poco a poco, como una cantina y, al mismo tiempo, en centro cultural sin pretensiones institucionales o de otra índole más allá de lo que ha sido concebido.
El Central, así a secas, es frecuentado por artistas de diferentes disciplinas, distinta concepción artística, disímil ideología y origen diverso. Es centro de reunión donde se discute alrededor de la vida cultural oaxaqueña que, en términos globales, se refiere al quehacer artístico de los creadores afincados en estas tierras y que provienen de otras entidades del país y de otros países y claro, de quienes nacieron aquí. No puede faltar, desde luego, el cotilleo que genera tan dispersa y heterogénea comunidad y que inevitablemente forja leyendas y también desencuentros. Es lugar obligado de asistencia para el artista que está de paso por Oaxaca.
Si he puesto énfasis en lo artístico es porque su concepción fue así, lo que no necesariamente tiene que traducirse como un centro cultural institucional. Es un espacio abierto a todas las corrientes y no hay imposición ni conceptual ni ideológica y con ello quiero decir que El Central tampoco es centro de reunión de capillas culturales, de conciliábulos artísticos y de grillos culturales.
A diferencia de otros lugares de este tipo, El Central está en constante transformación –y no es un gatopardismo ni decorativo ni conceptual- en cuanto a sus propuestas artísticas (exposiciones, conciertos, etc.) como a lo ornamental donde lo distintivo es su eclecticismo, sin que este término suene peyorativo, sino por el contrario, como feliz acierto. La impronta de quienes han colaborado en este proyecto se mantiene latente pero también los ha rebasado.
El Central es una auténtica Babel donde las charlas sobre cualquier tópico están salpicadas de inglés, francés, alemán, español y zapoteco y en donde el lenguaje universal de la camaradería y alcohol une corazones, desata polémicas y exalta los espíritus. No puede haber mejor combinación para quienes gustan de lo excéntrico, prefieren lo inusual y están dispuestos a iniciar una nueva aventura que puede renovarse el siguiente fin de semana.
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