viernes, 20 de mayo de 2011

Alquimia y mito del mexicano

El mexicano frente al espejo
En torno a la obra Mito y Alquimia del mexicano de Manuel Aceves


Recientemente, en un diario de circulación nacional Leopoldo Zea, Luis Villoro, Abelardo Villegas, Eva Cecilia Frost y Guillermo Hurtado coincidían en que la llamada filosofía del mexicano es ahora “un movimiento muerto”; que los especialistas en ese campo ahora se interesan más por temas universales como la ética, la hermenéutica y la teoría del conocimiento. Que la identidad del mexicano ha sido abordado desde el punto de vista de la sociología, la literatura, la antropología y la política y no de la filosofía.
Para Hurtado, por ejemplo, el estudio filosófico de lo mexicano terminó en la década de los 50 del siglo pasado y que después no se escribió una obra fundamental aunque se recuerda El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, obra literaria, poética, más que filosófica, acota.
Villegas afirma que “se sigue pensando en lo mexicano pero de una manera social o histórica, menos metafísica”. Apunta que, al igual de Zea, “el mexicano no tiene una esencia única y colectiva, sino que la identidad es la historia y, por tanto no es algo fijo”.
El propio Zea sostiene que “el mexicano es un hombre real, no abstracto”.
Sin embargo mucho me temo que deliberadamente o por ignorancia, que para el caso es lo mismo, olvidan Alquimia y mito de Manuel Aceves, un aporte original y multidisciplinario para conocer el ser mexicano a partir de la psicología de Jung.
La obra exige del lector una amplia gama de conocimientos para entender a cabalidad todos los niveles de lectura, sin embargo –y es el valor fundamental de esta obra– quien se adentre en sus páginas verá desplegar velos y escenarios en apariencia inconexos. En la medida en que se avanza, las múltiples facetas se unen en una trama invisible a primera vista.
El autor, para elaborar su obra confiesa que parte de una premisa de Kant: “La exposición fragmentaria en lo exterior pero metódica en el fondo, es una exposición aforística”.
Limitar la compresión del problema que afronta con unas cuantas disciplinas o sólo desde una perspectiva científica conduce a desentrañar solo algunas caras del fenómeno, de manera unilateral.
Al lector le corresponde la tarea de unir conexiones, de armar el rompecabezas y llegar a sus propias conclusiones. Hay, sí, un intencional hilo conductor, la perspectiva junguiana de los arquetipos, como método para a partir de lo onírico, llegar a la esencia del ser humano y particularizar sobre nuestra naturaleza psíquica. Parte de lo universal para la compresión de nuestro ser sin dejar de atender nuestras preocupaciones locales.
Esta tarea, por lo demás es una labor lúdica y, a un tiempo, pedagógica.
Obra, pues, para legos y especialistas. Obra donde se conjugan lo mismo la mitografía que la alquimia, la filología y la historiografía, la psicología y el estudio comparado de las religiones. Alquimia y mito es un conjunto de ensayos donde se da un repaso a la tradición de la filosofía del mexicano y el autor hace un deslinde con ellos para proponer su propia visión, otorgándonos un texto original, polémico y controversial. Y como sucede con los libros de esta factura, los especialistas lo eluden, lo cercan con un ominoso silencio. No hay, que sepa, una discusión en torno a los hallazgos originales a partir de la alquimia y la psicología que Jung vislumbra pero que Aceves alcanza a definir y profundizar y expone de manera amena, literaria, diría. Aceves empieza donde Jung termina de esbozar la condición mexicana.
La estructura misma de la obra le confiere esferidad al tema que aborda y permite comprender de manera tridimensional a la propia historia del ser humano, no sólo desde una perspectiva psicológica sino que a partir de ésta y, en particular desde la aportación junguiana, aprehender los procesos históricos.
No faltará quien podría señalar que la obra de Aceves raya en lo metafísico, como se le acusó al propio Jung.
Como cualquier otro tema, sin el concurso de diferentes y en apariencia contrapuestas disciplinas, lo único que se toca es lo superficial, lo meramente aparente.
Para arribar y proponer su visión de la formación del ser mexicano, Aceves no sólo hace el repaso de la tradición de la filosofía de lo mexicano, reconociendo sus aportes y hallazgos, sino que los enfrenta y, de manera metódica, señala sus limitaciones, sus equívocos. Para refutar las ideas que sustentan El laberinto de la soledad de Paz, por ejemplo, Aceves adereza una severa crítica al método de Claude Lévi-Strauss y de su “príncipe heredero”, Jaques Lacan.
Aceves propone, entonces, una nueva ciencia natural del inconsciente incorporada a la antropología o una antropología psicológica a partir de las investigaciones de Jung y sus discípulos y Aceves es uno de ellos. El autor dice, con mucha razón, que la antropología actual es una ciencia sin alma... y agregaría que sin sueños.
Jung parte de que el inconsciente está estructurado por arquetipos (imágenes primogénas) comunes a todo género humano. En estos moldes eternos la humanidad ha depositado sus emociones más poderosas. Su acción sobre la conciencia es equiparable a las descargas de pulsiones en la sicología de Freud.
Sostiene, además que el inconsciente colectivo se halla en constante actividad, combinando las imágenes arquetípicas y proyectando su intenso dinamismo sobre el ego y la conciencia, con lo que impone a individuos y sociedades una forma de ser determinada. Y es el hombre amestizado es el que se plantea cuestiones de identidad, como en nuestro caso.
Respecto a la alquimia, Aceves apunta que Jung se no se interesó en los procesos prácticos de ésta, sino por los procesos mentales que acompañaban a las operaciones de los seudoquímicos o tenebriones. Lo que permite enlazar a Hermes y Mercurio con Tezcatlipoca, arquetipo común para pueblos disasociados en tiempo y en espacio.
Con el método comparativo de la ciencia de la religiones y con el proceso de amplificación de la psicología junguiana (que consiste en subsumir símbolos y mitos en otros más universales hasta llegar al arquetipo), se pude establecer que los atributos de Tezcatlipoca no sólo son los mismos de las divinidades mayores, sino que también se compara con la idea de Dios, común a todos los seres humanos. A los hombres nos une el mito que no es más que una metáfora, es imagen que está contenida en los sueños y sus sustrato, su sedimento son los arquetipos.
Siendo que, como dice Mircea Eliade, la religiosidad se dio en el hombre, todavía homínido, cuando decidió matar para sobrevivir, nuestros arquetipos se remontan a una lejana antigüedad, de millones de años.
Sin embargo es menester por lo menos esbozar algo sobre el ser mexicano (ya en su intervención el maestro Aceves le corresponderá profundizar en el tema).
Los españoles que llegaron a América encontraron pueblos altamente civilizados con una historia de miles de años. Pero los conquistadores llegaron amestizados. “El problema que ellos mismos portaban lo transfirieron o proyectaron en los indios, éstos debían justificar su humanidad. Sin embargo el mestizaje de 800 años de convivencia con árabes y judíos facilitó la mezcla entre españoles e indios”, escribe Aceves. El resultado: hombres que heredaron el mismo conflicto, la porción de sangre árabe y judía y su equivalente en la psique, trasmitida por el anterior mestizaje de los españoles.
Citando a Miguel León Portillo, nuestro autor recuerda que comparando los tres siglos de vida colonial y el siglo y medio como nación independiente, es apropiado llamar a los milenios prehispánicos “subsuelo y raíz del México actual”.
Por consecuencia, a diferencia de otros pueblos, nosotros no podemos anatemizar a los conquistadores puesto que los llevamos dentro.
Sin embargo, se preguntaran, ¿de qué sirve conocer el índole y talante del mexicano si no hay una aplicación práctica?
Diría que no sólo para conocernos como seres diferenciados y a un mismo tiempo universales, sino para confrontar y enfrentar nuestra apabullante realidad.
Por ejemplo, en su ensayo sobre el sistema político nacional, Aceves apunta que en el espíritu mexicano pervive aún lo que llama la seudología fantástica que consiste en elaborar mentiras y hacer que todos las crean. La seudología fantástica proviene de los sentimientos de inferioridad e inseguridad de los que nace la psicología del prestigio de los histéricos, al causar impresión, el representar y el recordar machaconamente los propios méritos. Si esto no nos recuerda a Carlos Salinas y a nosotros mismos dando vida a esta especial forma de histeria habremos perdido tiempo leyendo a Aceves.
No sólo eso, nuestro autor recuerda que Vasconcelos advirtió que el indigenismo, de no abordarlo en el contexto de las ciencias humanas, corría el peligro de convertirse en ideología de los vencidos. Y hoy, me temo, que este es un tema crucial en la agenda nacional.

*Alquimia y mito del mexicano. Manuel Aceves, México. Editorial Grijalbo.

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