jueves, 4 de agosto de 2011

Susy

Casi esquina de Guerrero y Xicoténcatl se ubicaba el bar de Susy, atendido por una espléndida y excelente persona que durante años atendió a toda una generación de periodistas, trovadores y trasnochadores: bohemios, pues. Susy fue una especie de manto protector para quienes en aquella época iniciábamos en el periodismo y aún soñábamos con escribir un libro y reinventar el periodismo; era una época en donde los sueños se veían tan lejanos como ser reportero de una periódico nacional o, más fácil, entre comer o irte a dormir con la tripa vacía.
Sí, era una época de máquinas de escribir y la tecnología editorial disponible en esa época era, sino obsoleta, bastante atrasada con respecto a la capital del país, no se diga de Estados Unidos.
No, no existía lo que a todo mundo parece cosa de todos los días. Siendo reportero, en aquella época, enviar un despacho a un periódico nacional, como corresponsal era mediante el sistema telegráfico, servicio que contaba únicamente la oficina de prensa del gobierno del Estado. La otra vía, “secreta”, era telefónica: tenías que dictar palabra a palabra y aún así había interferencias.
Después vino el telefax: un invento que asombraba. Ni soñar con computadoras personales ni, mucho menos con Internet. Pensar en eso en aquella época era tanto como una locura y eso que habíamos leído a los autores del nuevo periodismo: Wolf y los que propiciaron la caída de Nixon, o Truman Capote o, por qué no a Monsivaís, Pacheco… etc.
Por aquella época, hace unos 25 años, Oaxaca era diferente. Yo no conocí Los Pinitos –recuerdo que solo en una ocasión entré para ver el interior, no como consumidor y, mucho menos como cliente: era estudiante de secundaria-, que también funcionaba por la noche, hasta el amanecer.
Pero con Susy, ahí, más que en las redacciones de los diarios o las conferencias de prensa, conocí a la vieja guardia del periodismo: Benito García, Pedro Piñón Rustrián, Felipe Sánchez, Ismael Sanmartín o bien de mi generación que ahora son ricos u otros perdidos en lontananza. Perdón por no mencionar a todos pero la lista es larga y excluirlos me resulta verdaderamente penoso. En otra ocasión hablaré de esa generación de la cual muchos han partido y, claro, otro son exitosos, considerando el éxito como una palanca hacia la felicidad.
Decía, pues, que Susy era un oasis en medio de un desierto de sobriedad nocturna; parada obligada de todo noctívago, espacio donde la noche no era más que la prolongación de una farra interminable solo pausada por las necesidades laborales.
Con Susy, las diferencias ideológicas de las diversas organizaciones gremiales de periodistas quedaban zanjadas. Si en algún momento alguien pretendía llevar esas diferencias al terreno de los golpes, la voz dulce de Susy apaciguaba a los rijosos que, finalmente, terminaban tomando una copa en la misma mesa o en una contigua. De cualquier manera secundarían en la misma barca, en la misma mesa.
Y es que en esa época había tres organizaciones reporteriles: La Asociación de Periodistas de Oaxaca, Organización de Periodistas Independientes de Oaxaca y Redactores de Prensa. Las diferencias eran, por supuesto, una quimera pero nos las creíamos para beneplácito de los dueños de los diarios que veían en esa lucha fraticida la oportunidad para que no nos organizáramos para fundar un sindicato de periodistas. Un sueño que no se logró ni creo que se logre. Como dije, era otras épocas donde aún perduraba lo que ahora sabemos que es una entelequia.
Con Susy se llegaba a cenar un mondongo o una tlayuda; tomar cerveza o algún licor. Hasta podríamos llevar nuestras propias botellas, claro, pagando el descorche. Si alguien quedaba dormido después de una prolongada sesión etílica, que duraba a veces varios días, Susy lo cuidaba.
Coincidían también funcionarios públicos que por esa época iniciaban como tales y que hoy están encumbrados y muchos más han pasado al olvido; otros funcionarios de alto nivel también llegaban y era inevitable continuar la fiesta hasta que rayara el sol.
En una ocasión y no recuerdo quién era el presidente municipal en aquella época, la autoridad decidió clausurar el bar de Susy. Recuerdo, eso sí, que independientemente de la organización a la que estuviéramos adscritos, los periodistas hicimos frente común para impedir que se cometiera tal sacrilegio y con ello a contribuir a la impunidad que hoy padecemos todos los mexicanos. Desde luego, el lugar no cerró. Solo después el asesinato de Manuel Buendía concitó la unión gremial. Si algo deben los periodistas es que nos conocen a pesar nuestro.
Firmar una nota para pagar en la quincena era común; ir a rematar y pedir fiado era recurrente. Nunca hubo un no. Susy aconsejaba, estaba al tanto de las vicisitudes de los periodistas, de los trovadores que llegaban después de dar serenatas. Era, en cierto sentido, como una madre.
Cuando murió, muchos reporteros la acompañamos a su entierro. Como desde entonces hago, al término del funeral, acudimos a Caminito al cielo, una cantina a media cuadra del Panteón General y que merece otra historia. Siempre recomiendo los lugares a donde he ido, no por mí, sino porque antes, otros, viejos, me han llevado.
Salud por Susy.

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