A Crecencio Escobar, in memoriam
La Farola es, sin duda alguna, una de las más famosas y conocidas cantinas de Oaxaca. Su ubicación en el Centro Histórico la convierte en un lugar de visita obligada para turistas. Antaño lo era para gente proveniente del interior del Estado durante el mercado semanal sabatino. Se desconoce a ciencia cierta la fecha de su fundación.
De acuerdo a algunos registros de la familia Escobar, a principios del siglo pasado La Farola era una accesoria sobre la calle de Las Casas y, hacia 1916, se muda en su actual emplazamiento, en la llamada Casa Fuerte que fuera un convento anexo al templo de La Compañía de Jesús.
En sus Crónicas (Oaxaca de hace 50 años) del José María Bradomín, publicado en 1976, apunta: “... al que podríamos considerar como el figón por excelencia era el de 'La Farola', de don Pepe Palacios, que estuvo y aún está en la tercera calle de 20 de Noviembre, y el cual era el centro de reunión de lo más granado del mercado grande, así como de artesanos y cargadores y uno que otro 'catrín' aficionado a las bebidas fuertes; y como en ese tiempo el consumo de licores en botella cerrada no era común en tales establecimientos, sino únicamente en las cantinas de postín, las bebidas se conservaban en enormes recipientes de vidrio, en forma de barril, de manera que en el mostrador de 'La Farola' se extendía una respetable hilera de esos recipientes que trasparentaban el color adquirido por el aguardiente según la fruta o yerba agregados al mismo, y así los había de diversos colores: claros los de aguardiente puro, verde pálido los de ruda, verde oscuro los de cedrón o 'yerba maistra', amarillos los de cáscara de de naranja, anaranjados los de tejocote, rojos los de granada, color café los de manzana y oscuro los de chabacano, tollos ellos 'amargos', según se les llamaba.
“Y no recordamos exactamente si en este figón se estableció la costumbre de obsequiar 'hojas' a los clientes, pero en muchos otros figones de barriada éstas era obsequiadas a las cinco de la mañana, por lo que era frecuente ver a los borrachitos consuetudinarios, embozados en el sarape y tiritando por la 'cruda', aguardando en las esquinas la apertura del figón para 'curársela', con su taza de calientes cogollos de naranja”.
Otro escritor, Carlos Velasco Pérez, es su memoria novelada Oaxaca de mis recuerdos, publicada también en 1976, describe su arribo a la capital del Estado proveniente de la Sierra Juárez. Aunque no precisa fechas, se puede establecer tanto por las descripciones como por la cronología del propio autor, que se trata de principios del siglo pasado.
En la novela, que por momentos recuerda al Lazarillo de Tormes y más a las aventuras contenidas en La vida inútil de Pito Pérez, de Rubén Romero, el protagonista, un travieso niño protegido por Filogonio Urdapilleta es enviado por éste de compras. Dice don Filo:
–Ve por el carbón y ocote para que pongamos café. Compras para ti dos hojaldritas y de La Forola te traes un marrazo de veinte vitos, con este peso de plata.
Describe, asimismo, los bajos fondos de un Oaxaca ya desaparecido, entre ellos el bar Carta Blanca que ahora conocemos como Bar Jardín. Según otra información, en La Farola se expende mezcal y sus “curados”, así como cervezas que poco a poco habrán de hacer desaparecer a las pulquerías. Un “curado” es característico del lugar, la “garapiña”, un mezcal fermentado con piña.
Quizás, pero eso habrá de investigarlo, sea en este lugar donde parte la expresión popular de echarse un “farolazo”, es decir un trago o copa de mezcal tomada al golpe.
Después de José Palacios, la cantina pasa a tener otro dueño, un empresario transportista que, después de algunos años, la vende a Crescencio Escobar quien la remodela en varias ocasiones y le da forma a como se conoce en la actualidad. Nuestro amigo muere días después de ver la cantina transformada, en 2003, año que su hijo Eder se hace cargo tanto de La Forola como de El Superior, otra cantina que también tiene su historia.
A La Farola, a lo largo de su historia, han acudido empresarios, políticos, periodistas y artistas. Como leyenda se cuenta que estuvieron los escritores Ernest Hemingway y Malcolm Lowry; acudieron los trovadores Álvaro Carrillo y Jesús Chu Rasgado, entre otros muchos artistas locales.
A mediados de la década de los ochenta, Crescencio Escobar da un nuevo giro a la cantina: la abre a presentaciones de libros. Recuerdo particularmente la presentación de un poemario del autor juchiteco Macario Matus. Fue un acercamiento doble: la cultura salió de los recintos institucionales y la cantina se convirtió en foro artístico; después hubieron otras, entre ellas las de César Rito Salinas y el que esto escribe, auspiciadas por Eder Escobar quien continúa la tradición heredada por su padre de apoyar a los creadores oaxaqueños.
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