Entrada
En el entrar está el salir. Si se ingresa con paso titubeante, trastabillante será la salida. Hay quien cruza el umbral de la cantina con paso soberbio, empujando las puertas batientes con altanería y, con aire de perdonavidas, mira a su alrededor; usualmente terminan durmiendo sobre la mesa. Hay quien antes de entrar mira a todos lados, pretende pasar inadvertido; a la salida, tambaleando, se apoya en la pared de la taberna a la vista de todo mundo.
Hay quien entra casi corriendo: son los que van al baño. No tienen estilo para entrar. No falta, desde luego, aquel que se queda parado largo tiempo en la entrada saludando a un transeúnte. Otros entran y salen a cada rato, ya para hablar por su celular, ya para reportarse en sus negocios, en todo caso ostentando su condición ébrica.
Aquel entra cabizbajo, humilde, con rostro asutadizo. Preguntará al cantinero qué sucedió un día antes. Regresa por las noticias de ayer… en la que fue protagonista.
Sentarse
Elegir el lugar dónde sentarse es fundamental. Muchos titubean al momento de escoger mesa. Algunos jalan la silla para llamar la atención. Ellos alzarán las voces pasadas las tres copas.
Siempre hay que sentarse dando la espalda a la pared y mirando a la entrada, es el consejo sabio de un sicario. No deja de ser práctico aún por aquel que presuma de no tener enemigos.
Los solitarios, los que solo entran a tomar una copa, aquellos que esperan a un amigo, los que buscan ser escuchado por el cantinero -que muchos consideran consejero de cabecera-, ellos prefieren la barra. Aquel prefiere estar parado y usar el estribo para apoyar los pies alternativamente; el otro, sentarse en el banco para leer el periódico.
Pedir
Alzar la mano, gritar, silbar, chasquear la lengua son formas indistintas para llamar la atención del mesero para que sirva otra tanda, exigir botana, requerir la cuenta… la manera de pedir es como puede catarse la idiosincrasia del parroquiano.
Tomar
Es lugar común y hasta necedad decir que en la medida en que se toma, la persona cambia. No puede ser de otra manera puesto que se toma para emborracharse. Hay, claro, distintos niveles de ebriedad, según la costumbre de beber del susodicho.
Si se toma de un solo trago una bebida, preferentemente tequila o mezcal, las consecuencias son obvias: si no eres un formidable bebedor –que los hay, qué duda cabe-, al cuarto o sexto trago caerás.
Otro prefieren tomar sorbo a sorbo; otros con “tragos gordos”… en fin, cada quien tienen sus preferencias y manías. No falta quien tome directamente de la botella, aunque es un espectáculo poco probable de ver en los bares.
A la tercera o cuarta copa no falta quien escupa al suelo constantemente. Hay quienes se manchan la camisa cuando comen su botana, tiran vasos y cigarrillos.
Aunque no frecuente, hay quien engola la voz y empieza a recitar.
Las formas de los borrachos
Fray Bernardino de Sahagún cuenta en su Historia general de las cosas de Nueva España algo que todos hemos visto, pero dejémoslo en sus palabras:
A algunos borrachos por razón de signo que nacieron, el vino no les perjudicial o contrario. En emborrachándose luego se caen dormidos o pónense cabizbajos, asentados y recogidos: ninguna travesura hacen o dicen, y otros comienzan a llorar tristemente y a sollozar, y córreles las lágrimas por los ojos como hilos de agua. Otros luego comienzan a cantar, y no quieren oír hablar cosas de burlas, mas solamente reciben consolación en cantar. Otros borrachos no cantan, sino luego comienzan a parlar, y hablar consigo mismos, o a infamar a otros, o decir algunas desvergüenzas contra algunos, y a entonarse y decir ser de los principales honrados, y menosprecian a todos, y dicen afrentosas palabras, y álzanse y mueven la cabeza, diciendo que son ricos, y reprendiendo a otros de pobreza, y estimándose mucho, como soberbios y rebeldes en sus palabras, y hablando recia y ásperamente, moviendo las piernas y dando de coces; y cuando están en su juicio, son como mudos y temen a todos, son temerosos y excúsasanse con decir “estaba borracho, no se lo que dije”; sospechan mal, y hácense sospechosos y mal acondicionados: entienden las cosas al revés, y levantan falsos testimonios a sus mujeres, diciendo que son malas, etc., y si alguno habla, piensa que murmura de él; si alguno ríe, piensa que se burla de él, y así riñe con todos sin razón, y sin tener por qué.
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