La denominación oficial es 20 de noviembre, El 20 para las nuevas generaciones, La Muralla para quienes conocimos ese lugar hace más de 25 años, nombre impuesto, por cierto, por el desaparecido pintor Virgilio Gómez. En esa época le pregunté, candoroso, por qué se llamaba así lugar.
–Para estar aquí –dijo entonces– hay que pasar una muralla de borrachos. Hoy, sus palabras son una profecía.
Debo explicarme. En aquel entonces la cantina sin denominación tenía dos accesos: 20 de noviembre y Las Casas. Justamente sobre esta última calle recuerdo que había tres árboles, entre ellos un toronjal.
Convivían entonces policías y delincuentes, artistas y burócratas, desempleados y alcohólicos o cualquier combinación de tales entes.
Hoy, La Muralla o como le quieran denominar, es la última cantina del Centro Histórico. Cantina en sentido estricto. Hoy predominan los antros. Pero sobre antros de alguna manera hemos hablado: los antros son super ligth, algo que no se acerca a los antros de hace 50 o mas años y mucho menos a la cueva o antro descrito por Platón. Las palabras, como la vida, se degradan.
De jóvenes, toda cantina era lugar para adultos. Inaccesible a quienes al mismo tiempo quieren penetrar para convertirte en lo que no eres y el lugar en que eres rechazado por tu edad. Antes, hay que decirlo, los cantineros eran impecables; hoy, todo mundo lo sabe, un adolescente es en potencia un alcoholescente. De ahí tragedias donde dos chicas provocan la muerte de dos enamorados. Me pregunto si tal establecimiento seguirá funcionando.
Recuerdo como un sueño hipnogénico el patio de aquella Muralla; recuerdo a los uniformados brindando con los civiles que poco a poco se trocaban en inciviles y, que sin embargo, se comportaban con una delicadeza que cualquier dama quisiera.
Recuerdo, qué duda cabe, el fragor de la cocina oaxaqueña que nos deleitaba con suculencia y tradicionalismo. Qué moles, qué chichilos, qué pipián… Y sin embargo aun sigue teniendo una buena cocina, cien por ciento oaxaqueña. Debo confesarlo, no como antes. Doña Gloria era chef, cuya estafeta la ostenta ahora la Tía.
Todo se transforma y sin embargo, siguiendo a Lemparusa, todo cambia para seguir siendo igual. La muralla se ha convertido en su némesis y no obstante, pese a todo, sigue siendo la última cantina del Centro Histórico de Oaxaca.
Sin anuncio publicitario, La Muralla se ha convertido en un referente para un determinado grupo de artistas que la frecuentan. No son muchos, por cierto pero le son fieles; otros, en cambio, van de vez en vez y algunos solo han ido una sola vez; la mayoría, sin embargo, no conoce de su existencia. En el submundo de los artistas también los hay exquisitos.
Cuando llevé por primera vez al maestro Eusebio Ruvalcaba quedó impresionado por el lugar y escribió un par de líneas al respecto en el diario El Financiero; ahora cuando viene a Oaxaca acude siempre a tomarse una copa de mezcal.
Como toda cantina, en La Muralla (ya dije en la primera entrega que oficialmente la cantina se denomina 20 de Noviembre, pues está ubicada en esa calle y por apócope muchos de sus parroquianos la llaman simplemente El Veinte) tiene sus clientes habituales.
Por esta frente al mercado 20 de Noviembre, algunos de sus parroquianos son integrantes de la cofradía de los mercaderes; se les conoce por su giro comercial: chilero, el filos (afilador), vainilla… por solo mencionar algunos de ellos.
Después de muchos años de existencia (en la tercera parte contaré la historia de esta singular cantina), el lugar ha tenido sus bajas. Me parece que la lista es larga pero no necesariamente a causa de alcoholismo, sino en primer lugar a la fatalidad del tiempo (el tiempo, decía alguien, es un buen maestro, lástima que acabe con sus adeptos) y claro, por otras causas que no vienen a cuento en este espacio.
En La Muralla solo se sirve mezcal (blanco y pericón) y cervezas. Nada más. Quizás esa sea también la causa de que algunas personas no acudan al lugar. En cambio ofrecen una excelente botana de comida oaxaqueña.
Si se prefiere, se puede optar por pedir la comida del día que va a acompañada con tortillas de mano. De hecho no es necesario ir a esa cantina a tomar, solo se puede ir a comer si así se desea.
Como ya es común en casi todas las cantinas, no hay problema con la presencia de mujeres, quienes pueden acudir incluso solas sin que nadie la moleste.
La señora Agripina Martell fundo un bar sin dominación sobre la calle 20 de Noviembre, frente al mercado del mismo nombre en el año de 1939. Es decir hace 70 años, lo que lo convierte en uno de los bares más antiguos de la ciudad. No porque contara con el permiso más antiguo (en eso hay el mito de que el de Chole la Gata es el primero, pero eso es cosa de averiguar), sino por su persistencia.
Armando Cabrera Martell, hijo de doña Agripina considera antes que su bar ya estaba el de doña Gloria, La Poblanita, otro lugar imprescindible en la cartografía de las cantinas de Oaxaca.
Después de la muerte de su madre, el bar quedó a cargo de doña Gloria Ramírez quien es a su vez madre de su actual administrador, Alejandro quien brinda un trato excelente a la clientela que llega regularmente al 20, como se le conoce.
Don Armando Cabrera refiere que su madre no quería una denominación para la cantina pero en un momento dado, cuando él fue a realizar algunas gestiones al ayuntamiento. El funcionario que lo atendía concedió que no llevará nombre pero salió intempestivamente y su secretaría exigió entonces que le pusiera nombre.
De hecho recuerda Cabrera Martell que fue dicha secretaria quien dio nombre a su negociación: 20 de Noviembre, por obvias razones. Sin embargo nunca han colocado ningún anuncio en la fachada siguiendo la costumbre de doña Agripina Martell, pese a ello, el ayuntamiento citadino le cobra un impuesto en ese rubro.
De la esquina 20 de Noviembre y Las Casas se encontraban juntos los bares: La Sorpresa, Rayo del 35 y La Zapoteca. Solo la última sobrevive en otra dirección. Las dos primeras han desaparecido del mapa etílico oaxaqueño y sobrevive su recuerdo en aquellos vivieron esa época.
Y en el primer tercio del siglo pasado sobre las casa, a la vuelta de 20 de Noviembre se instalaban puestos de pulque y se encontraba la fábrica de refrescos Nilo, con los que en La Zapoteca preparaban curados de pulque.
Hoy, una nueva generación de parroquianos mantiene una vieja tradición que seguramente perpetuará en otra, si es que el concepto de esta cantina –la última del centro históricos a decir de muchos.
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