-¡Qué horror! ¡Cómo
pueden gustarle estas cosas? –exclama una mujer con apariencia de empleada a su
acompañante cuando pasan al lado de un grupo de estatuas ubicadas frente al
templo de Santo Domingo de Guzmán, en la capital oaxaqueña.
Bajo la luz crepuscular de una tarde calma, los
reflejos patinados de las esculturas de barro producen sensaciones que van del
extrañamiento a la perplejidad; las estatuas proyectan sombras volumétricas que
se alargan mientras el sol declina: es la muestra escultórica 2501 Migrantes del artista plástico
Alejandro Santiago que se exhibe en el Andador Turístico, en el Centro
Histórico.
-Después de muchos años
–me comenta Alejandro-, el gobierno de mi Estado por fin se decidió a instalar la
exposición.
Se refiere a la misma
muestra expuesta en el Forum 2007 en
Monterrey y que ha recorrido diversas ciudades de México y el mundo. Algunas
piezas fueron expuestas en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca. Después de
algunos años llega a Oaxaca.
Alejandro, sentado en
un escalón y acodado en la jardinera del atrio del templo dominico, atisba
entre dos figuras que lo resguardan de otras miradas. En ese sitio observa la
reacción de la gente que se detiene a contemplar las estatuas o bien tomarse
una foto con la magnífica portada del templo del siglo XVII como fondo.
Los ocho grupos de
estatuas de barro cocido distribuidos en el Andador Turístico sorprende a los
transeúntes que pronto se detiene a observar detenidamente los rostros, las
posiciones, los colores de los migrantes.
*
Observar la reacción de
los espectadores ante una obra es atestiguar el acto poético por excelencia. Es
el momento en donde artista y espectador se interrelacionan e interactúan. La indiferencia
o la displicencia del espectador refleja que el artista no consiguió su
propósito: conmover; conmover en cualquiera sentido: de lo sublime a lo ordinario…
no importa qué reacción.
La obra de Santiago
logra ese propósito y lo exacerba. El conjunto de su obra pictórica nos lleva a
mundos oníricos donde los seres antropomorforizados condensan y expanden
angustia, desolación, opresión que conducen a una suerte de náusea sarteriana.
Ante los migrantes santiaguinos, el espectador se
debate entre el asombro y la turbación. Cierta inquietud de la que deviene aprehensión
existencial. Como en la vida real, los migrantes crean zozobra y temor. La
condición migrante devela el miedo ante lo desconocido, los desconocidos. Es un
temor atávico, ínsito.
Cada pieza es diferente
pero que en conjunto se reconoce a sí misma: la individualización colectiva.
Cuando observamos a los migrantes
también adquirimos la visión de aquel que siente invadido su territorio: seres diferentes,
extraños, anormales que crean espanto y sobresalto; seres que incomodan y
rompen la cotidianidad; seres de diferente color, distinta cultura, disímiles
hábitos… seres, en fin, amenazantes y que, por tanto, es necesario mantener a
distancia o, mejor aún, rechazarlo, expulsarlo, eliminarlo.
Es justamente este
sentimiento de repulsión el que el artista nos hace aflorar como espectadores.
Las piezas en cierta forma evocan lo grotesco pero de una manera sutil, casi
inadvertida. Son como nosotros pero no lo mismo.
Las esculturas nos
muestran a seres aquejados de destierro, rostros donde se entremezcla la
nostalgia, la rabia contenida, el desamparo, la vulnerabilidad. Y, como en la
vida real, también estoicismo, orgullo y una altivez serena, sosegada.
Como demiurgo,
Alejandro Santiago ha logrado crear a partir de arcilla otra raza, la raza de
los migrantes, sin alegorías, sin concesiones. Seres que en cualquier parte del
mundo provocará la misma reacción.
La dualidad esculturas-espectadores
convierte a la muestra en una actividad interactuante, vívida. Ambos extremos
se fusionan en el entorno: la calle.
Sería lugar común decir
que la muestra tiene como antecedente a los guerreros de terracota de la tumba
de Qin Shi Huang; o de los moais, gigantescas figuras humanas de piedra en la
Isla de Pascua o incluso los atlantes de Tula… pero migrantes rebasa incluso el sentido estético y poético pues se
compromete con las penurias de los migrantes no de forma condescendiente o
desde el Olimpo de los artistas consagrados, sino porque el mismo Alejandro
Santiago padeció en carne propia la
migración. Nadie mejor que un migrante para contar la historia de los migrantes.
*
La mirada atenta, escrutadora
del artista se pierde en los meandros que conforman el grupo escultórico
admirado y a veces despreciado por los transeúntes.
Niños se internan en el
grupo de estatuas formando laberintos de infinitas posibilidades. La mirada de
Alejandro Santiago sigue ese juego que solo un artista y un niño puede ver sin
asombro, sin extrañamiento pero sí con pasión y deslumbramiento.