La dificultad del amor no radica en
expresarlo, sino en trasmitirlo. No en palabras, sino en una mirada, una
caricia, incluso el alejamiento. Sentir el amor no requiere de la presencia de
uno u otro, sino saber con convencimiento que se es amado. La única certeza que
tenemos los humanos es que somos amados por quienes nos dieron la vida; queda
de los descendientes honrar ese amor. Y día a día el amor del que estamos
constituidos desde la gestación conforma nuestras acciones: fracasos y logros, decepciones
y tribulaciones.
En el momento de dificultad no está
la imagen de dios o algún santo o una virgen. Están la de los padres,
especialmente de la madre. Eso me ocurre a mí. No me preocupa cometer un
pecado, una falta, increpar o desavenir mi vida. Me preocupa, sí, que al
cometerlo te afecto. Y con gran cinismo se de antemano que estoy absuelto por
ti. No quiero el perdón de un dios ni la aceptación de los humanos, me basta esa infinita mirada de amor que
deslizas lentamente hasta acumularse como una piedra luminosa en mi corazón.
Mi corazón es débil y lo protejo con
el hielo cerebral. Creo en el desapego como una fórmula para no sucumbir al
atroz hecho de ser humano y estar
rodeado de ellos. Incluyo a mi familia. Ser artista es la peor de las maneras
para incursionar en este mundo pero sin duda alguna es la mejor forma para
trascenderlo.
Amar es difícil, ser amado mucho más
porque exige correspondencia que evidentemente no percibes en mí. Y año tras
año la supuesta reciedumbre de mi corazón se resquebraja, se quiebra como
hojarasca porque finalmente el amor que me trasmites eleva mi espíritu que solo
quiere que cada uno de mis actos sean justos pero más allá de ello, que te
sientas honrada de tener un hijo que si bien errátil y disperso, algo aportará
al mundo que desprecia.
Ulises
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