miércoles, 5 de octubre de 2011
La Lupe
La fetidez de esta flor se encubre con un olor dulzón mezclado con una substancia de alta acidez que producen los pistilos al amanecer. Por la noche, el olor es francamente nauseabundo. A primera vista no es una flor atractiva pero viendo detenidamente el color azulado de los bordes y el blanquecino en la parte media de los pétalos, combinado por el intrincado diseño de los mismos, sorprende pues parece un trabajo fino de bordado: pétalos recamados de formas geométricas que remite al arte mudéjar o, mejor, éste a las flores, pues sabemos que el arte imita a la naturaleza y nunca a la inversa.
Las hojas, en cambio, de un verde azuloso parecido al color de un tipo de agave silvestre, son dentadas en los márgenes que se asemeja al halo de la virgen de Guadalupe. Éstas reproducen, solo que caladas, las formas en relieve de las flores. El envés está surcado por una fina retícula formada por una nervadura negra. Superponiendo la hoja sobre el pétalo, no queda más que maravillarse por la exactitud en que embonan encamado y calado que se realza con el diseño del envés, creando un doble halo. La combinación de colores, resulta exquisita. La gente conoce esta planta como La Lupe.
Las viejas cortan la flor a media noche, solamente en luna llena, para preparar una infusión que, dosificada adecuadamente, permite a las mujeres infértiles concebir. Una dosis mayor, hace abortar. Si se secan las hojas y se prepara un té, provoca alucinaciones; una dosis fuerte, hace enloquecer. Hojas y flor induce a un infarto que no deja rastro de envenenamiento. Es una planta altamente apreciada en la región donde vivo.
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