jueves, 22 de septiembre de 2011
Árbol
Hay un árbol en el centro del patio de la casa de la abuela. Bajo su fronda nada crece, solo tierra magra, infértil. Tiene un ligero parecido con el pochote por las espinas que crecen en el tronco y sus ramas, solo que éstas se asemejan más al aguijón de avispas rojas con círculos amarillos en su vientre. Las espinas de este árbol pueden provocar una seria intoxicación que, dicen, ha llevado a la tumba a más de uno. Si se mira detenidamente, las espinas secretan una sustancia gelatinosa, ambarina, que algunos confunden con la savia pero éstas es un líquido espeso y lechoso que en poco tiempo se solidifica, restaurando la escisión y creando una excrecencia de donde brotan más espinas.
Quien descansa bajo su sombra, ya para protegerse de la lluvia, ya para resguardarse del sol, es inducido a un profundo sueño poblado de las más terríficas pesadillas que, en muchas ocasiones, vuelve loco al durmiente. Si acaso es una pareja, la sombra o su influjo, provoca un frenesí sicalíptico que lejos de producir orgasmos, conduce a un sufrimiento no sólo físico, también mental.
Sobre sus ramas no se posa ningún ave, ni siquiera el zopilote y tampoco crecen hojas, sino unas formas que recuerdan vainas de guapinol pero cuyo olor es nauseabundo y se intensifica cuando se estrellan contra el suelo. Muchos creen que es su fruto pero en realidad éste tarda en madurar entre tres y cinco años, luego de que la flor, una especie de ave petrificada y negra, expele un polen que si se introduce en los ojos de animales o personas, las ciega. Su fruto tiene la consistencia de una calabaza tierna, de un color entre rojo y violeta que al madurar excreta un líquido azulino hasta que se seca completamente y cae. Por demás está decir que tal fruto carece utilidad alguna.
Quienes intentan cortarlo se enfrenta a un reto realmente difícil, pues el tronco es duro y resistente. Pero ese no es el problema, sino la savia que se riega y salpica a quien empuña el hacha. Al contacto con la piel, la savia forma pústulas que al cicatrizar crea una especie de exoesqueleto de contextura rugosa, semejante a la corteza del árbol y que lentamente se extiende por todo el cuerpo.
Mi abuela está invadida de esa enfermedad maligna. Poco a poco se seca. Lleva días en el patio, no se mueve ni con la lluvia ni con el calor. El árbol, en cambio, empieza a caer en pedazos, pulverizándose. La infección de la savia es en realidad la única forma de reproducción que tiene ese árbol.
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