jueves, 10 de mayo de 2012

Madre:


La dificultad del amor no radica en expresarlo, sino en trasmitirlo. No en palabras, sino en una mirada, una caricia, incluso el alejamiento. Sentir el amor no requiere de la presencia de uno u otro, sino saber con convencimiento que se es amado. La única certeza que tenemos los humanos es que somos amados por quienes nos dieron la vida; queda de los descendientes honrar ese amor. Y día a día el amor del que estamos constituidos desde la gestación conforma nuestras acciones: fracasos y logros, decepciones y tribulaciones.
En el momento de dificultad no está la imagen de dios o algún santo o una virgen. Están la de los padres, especialmente de la madre. Eso me ocurre a mí. No me preocupa cometer un pecado, una falta, increpar o desavenir mi vida. Me preocupa, sí, que al cometerlo te afecto. Y con gran cinismo se de antemano que estoy absuelto por ti. No quiero el perdón de un dios ni la aceptación de los humanos,  me basta esa infinita mirada de amor que deslizas lentamente hasta acumularse como una piedra luminosa en mi corazón.
Mi corazón es débil y lo protejo con el hielo cerebral. Creo en el desapego como una fórmula para no sucumbir al atroz  hecho de ser humano y estar rodeado de ellos. Incluyo a mi familia. Ser artista es la peor de las maneras para incursionar en este mundo pero sin duda alguna es la mejor forma para trascenderlo.
Amar es difícil, ser amado mucho más porque exige correspondencia que evidentemente no percibes en mí. Y año tras año la supuesta reciedumbre de mi corazón se resquebraja, se quiebra como hojarasca porque finalmente el amor que me trasmites eleva mi espíritu que solo quiere que cada uno de mis actos sean justos pero más allá de ello, que te sientas honrada de tener un hijo que si bien errátil y disperso, algo aportará al mundo que desprecia.
Ulises

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